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En nuestra diócesis también se preocupan por la formación de los seglares.

 

La Diócesis de Mondoñedo-Ferrol proyecta la apertura de una biblioteca pública en las inmediaciones del Campus de Esteiro.

La iniciativa está impulsada por el teólogo Benito Méndez. Lo decía ayer Benito , canónigo catedralicio y profesor del Instituto Teológico Compostelano: «Fronte á cultura da cancelación, as bibliotecas son un antídoto contra a amnesia». Cosa que, subraya, no está de más recordar en unos tiempos en los que parece tambalearse todo cuanto, a lo largo de los siglos, y a través de los libros, se había considerado especialmente digno de preservado. Benito Méndez es el principal impulsor de uno de los más ambiciosos proyectos culturales de la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, el que va a permitir que, desde la Iglesia, se cree en Ferrol una biblioteca pública al servicio de toda la ciudadanía.

La nueva biblioteca, que aunque todavía no tiene fecha de apertura ya es en todos los sentidos un proyecto en marcha, se nutrirá de donaciones como la de Segundo Leonado Pérez López, una de las grandes figuras intelectuales de la Iglesia española.

Todavía no está decidido dónde se ubicará la biblioteca diocesana, la idea es que esté situada «cerca da universidade», preferiblemente en Esteiro. En cualquier caso, y a la espera de que esta decisión se adopte, lo que sí se está haciendo, ya, es acondicionar el edificio en el que, provisionalmente, se irán albergando los libros. Un edificio que está en Esteiro también: el de la antigua iglesia del barrio.

Benito Méndez explica que la nueva biblioteca quiere ser, ante todo, «un servicio mais da Diocese á promoción da cultura en Ferrol».

«Espero —dice, también, Méndez— que coa axuda técnica da Universidade e co apoio da cátedra na que estamos a traballar, se vaian dando os pasos axeitados, polo menos para ir facendo un catálogo que se poida consultar online. E despois —continúa— para ver de integrarse na Rede de Bibliotecas de Galicia»

«Neste eido —señala, también, Benito Méndez— vai a ser moi importante a colaboración da profesora María Rocío Ameneiros, directora da Cátedra [Diocese-Universidade da Coruña], e de Carlos Alonso Charlón, que é membro da directiva da Asociación de Bibliotecarios da Igrexa en España».

Así, pues, la evangelización no es una acción espontánea de los hijos de Dios sino el resultado de un proceso gradual de apropiación y maduración de la fe en medio de una comunidad eclesial. Ciertamente, aunque es la gracia de Dios quien hace eficaz la predicación, la calidad de los testigos no se puede descuidar. Un testigo válido es aquel que se ha formado, es decir, aquel que, habiendo recibido el kerygma, ha comenzado un proceso de trans-formación de la propia vida en vida cristiana y un camino de con-formación o de seguimiento de la persona de Jesús. Si se quiere, en este contexto, formación no es otra cosa que un sinónimo de evangelización.

Para quien conoce al Señor, profundizar en su conocimiento deja de ser un mero entretenimiento o una actividad accidental, para convertirse en una verdadera necesidad. La formación es un compromiso que adquiere el hombre y la mujer que desean conocerle en profundidad, que le aman con sinceridad y que pretenden darle a conocer a los demás.

Cuando hablamos hoy de «educar en la fe», ¿Qué queremos decir? En concreto, el objetivo es que los hijos entiendan y vivan de manera responsable y coherente su adhesión a Jesucristo, aprendiendo a vivir de manera sana y positiva desde el Evangelio.

Pero hoy día la fe no se puede vivir de cualquier manera. Los creyentes necesitamos aprender a ser creyentes en medio de una sociedad descristianizada. Esto exige vivir una fe personalizada, no por tradición, sino fruto de una decisión personal; una fe vivida y experimentada, es decir, una fe que se alimenta no de ideas y doctrinas, sino de una experiencia gratificante; una fe no individualista, sino compartida de alguna manera en una comunidad creyente; una fe centrada en lo esencial, que puede coexistir con dudas e interrogantes; una fe no vergonzante, sino comprometida y testimoniada en medio de una sociedad indiferente.

Así lo considera Juan Pablo II (Alocución 30-XII-1978). Quien de verdad quiere seguir al Señor entiende que el mayor conocimiento que tenga de Él le ayudará a amarle más y mejor. La formación se convierte en un medio de santidad. En la medida que conozcamos a Cristo y las exigencias de su amor, mejor podremos vivir nuestra vocación cristiana y nuestra vocación apostólica. La formación no es una mera curiosidad por cosas más o menos importantes, si se hace con rectitud de intención y con seriedad. Porque la formación es exigente.

De hecho la ignorancia es un verdadero instrumento de confusión y de daño para la madurez cristiana y humana. “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles…” (Hch 2,42). Al igual que los primeros cristianos, progresamos en nuestra formación profundizando en la persona de Cristo y en su misterio de salvación, conociéndole mejor cada día para amarle verdaderamente” (ACG, Regla de vida, 37).

“En un momento en que el apostolado resulta cada vez más difícil, se necesitan convicciones profundas y firmes. Y las convicciones no se pueden improvisar, sino que exigen una adecuada preparación” (Juan Pablo II, Discurso a la acción Católica Italiana, 11-I-87). La formación no es un fin en sí misma. La formación personal ha de ser utilizada para el provecho personal y para el servicio a los demás.

El obispo es aquel que vela; custodia la esperanza velando por su pueblo (1 Pe 5, 2). Una actitud espiritual es la del que pone el acento en supervisar al rebaño con una “mirada de conjunto”. Es el episkopo que está atento a cuidar todo aquello que mantiene la cohesión del rebaño.

Como el Papa Francisco dijo a los obispos italianos el 18 de mayo del 2015, ser hombres de comunión requiere de una especial «sensibilidad eclesial». La unión es obra del Espíritu que obra gracias a Obispos pastores y no a “Obispos-piloto”. Estos pastores refuerzan «el indispensable rol de laicos dispuestos a asumir las responsabilidades que les competen».

Gracias a Dios ha llegado un obispo a Mondoñedo que sabe velar con su pueblo con una actitud de cercanía y de implicación total.

 

 

 

 

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