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Un privilegio a eliminar: el chollo del plus de 1.153, 23 euros mensuales para funcionarios que han sido políticos llamado “nivel 33”

El origen de tan generoso complemento está en el famoso artículo 33.2 de la ley 31/1990, de 27 de Diciembre, de Presupuestos Generales del Estado… y que dio lugar a que coloquialmente tan sabroso complemento se denomine el “nivel 33” (por el artículo que lo originó). Y aunque tal complemento nació de la mano de una ley estatal para altos cargos del Estado rápidamente cada Comunidad Autónoma aprobó una ley similar para sus respectivos altos cargos, normalmente corregida y aumentada (mayor complemento para más ex altos cargos)…

Efectivamente, después de las elecciones, varios cargos públicos que también son funcionarios se están reincorporando a sus puestos en distintas administraciones exigiendo el complemento denominado “nivel 33” que les equipara a directores generales para toda la vida, otorgándoles un plus de 1.153,23 euros más que cobran cada mes en su nómina aunque sigan haciendo el mismo trabajo de siempre, por la simple circunstancia de haber ocupado un cargo público retribuido durante unos años.

¡Carece de sentido que un ciudadano, por el simple hecho de ser funcionario, sea primado con una cantidad extra!

La definición del funcionario tóxico no es fácil. Lo que está claro es que enseguida lo reconoces en cuanto lo sufres, esencialmente porque se trata de personas que nos complican la vida. El psicólogo Bernardo Stamateas, autor del libro “Gente tóxica”, da algunas pistas que ayudan a identificar a esta compleja fauna humana: las personas tóxicas “potencian nuestras debilidades, nos llenan de cargas y de frustraciones”. Y para más inri, son personas que “saben todo lo que pasa en el ojo ajeno, pero se olvidan de ver lo que tienen en el propio”. Son descontentos con su situación profesional, instalados en la crítica permanente a todo lo que les rodea.

El funcionario más tóxico es el mal jefe, porque un mal liderazgo termina siendo el mayor componente tóxico de una organización administrativa. Con frecuencia se convierte en una bomba de relojería allí por donde pasa, tanto por lo que hace, como por los efectos de su nefasta labor. Va minando las unidades encuadradas bajo su responsabilidad y con frecuencia las deja para el arrastre.

Pues bien, buena parte de los que fueron altos cargos pasan tras el cese a convertirse en una “alta carga” puesto que si la procedencia de los mismos era funcionarial (cómo suele suceder en uno de cada cuatro cargos políticos españoles), les aguarda el denominado complemento de alto cargo, que consiste en un mecanismo retributivo que les garantiza, de forma indefinida, la equiparación de sus retribuciones en su humilde puesto de funcionario a las propias de un Director General en activo, y ello aunque vuelvan a su labor de conserje, administrativo, maestro o técnico de cualquier Administración pública. Casi nada.

Así pues, olvidamos que la vagueza viene con la condición humana desde que vivíamos en el Paraíso, y que es la ley del mínimo esfuerzo uno de los numerosos rasgos de inteligencia que han impulsado el progreso humano.

Al igual que los jefes comparten preocupaciones, un clásico compartido por muchas organizaciones son los “elementos opacos”, que tratan de absorber toda la luz. Quizás el más inofensivo de ellos, por no ser frecuente en estado puro, es el simple “pelota” que siempre está dispuesto a alabar las iniciativas del superior, a reír sus gracias y culpar a factores externos de los fracasos.

Otro elemento fácilmente distinguible es el “trepa”, dispuesto a pisar el cuello de su padre si hace falta para subir. No tiene que ser especialmente amante del trabajo, pero se distingue por buscar siempre el acaparar méritos y distinciones. No le preocupa tanto hacer, como que los de arriba sepan lo que hace. Su primer enemigo en la organización, por encima de sus compañeros, es su jefe inmediato, de quien se debe librar para ocupar su puesto. Aunque lo puede lograr no solo si se le quitan de en medio, sino también si su jefe asciende y le puede arrastrar hacia arriba.

La mayor de las corrupciones, es ocupar un cargo para pasar el tiempo y no resolver los problemas a la sociedad. No es licito estar de "okupa", sin conseguir  ningún logro y permitiendo con su inacción que los ciudadanos no vean resueltas sus quejas, mejoradas sus expectativas o que su país avance  generando bienestar y progreso. Y si además de no hacer nada, se toman decisiones erróneas por su incapacidad personal, se provocan gastos innecesarios, se despilfarran dineros público o se obliga a generar políticas que después con el paso del tiempo se descubren que fueron estériles o perjudicaron a las personas.

En una familia, empresa o colectivo, si los que tienen que liderar y dirigir no lo hacen con profesionalidad, eficacia y lo hacen bien, les sobreviene el caos, el malestar y la penuria. Nuestro país corre el mismo o peor riesgo con estos políticos irresponsables que hasta ahora hemos tenido, no se trata del signo que sea. No es una cuestión de derechas o de izquierdas o de arriba o de abajo, es una cuestión de entender y exigir que los valores, la seriedad, la ética, la profesionalidad, el rigor  es lo importante y el anteponer el yo al tu o el nosotros al vosotros no conduce a nada bueno.

La figura del holgazán existe; menos de lo que el ciudadano piensa cuando habla del empleado público, pero existe. El problema estriba en el hecho de que el sistema público no castiga la figura del holgazán, igual que tampoco suele premiar al buen trabajador. Lo peor es que el holgazán termina progresando, aunque sólo sea cuando se beneficia de las sacudidas igualitarias de la promoción laboral en la galaxia administrativa. Es decir, un empleado público puede ser gandul sin que le pase nada serio por serlo.

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