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Fernando Cadiñanos, un obispo cercano y comprometido con los más necesitados.

El obispo de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol, monseñor Fernando García Cadiñanos, ha realizado un llamamiento a la sociedad para “implicarnos en lo que es la vida social, ya que sabemos que vivimos una realidad muy compleja, y cada uno tiene mucho que ver, hay mucho sufrimiento junto a ti y realidades complejas”, por lo que ha pedido a la sociedad su implicación “en la construcción de un mundo diferente”

Te deseo Fernando, que sigas siendo quien has sido y quien eres. Hombre de hondas raíces evangélicas, animador de jóvenes, compañero de adultos, siempre “a pie de calle”, en las fiestas de la vida, en las reivindicaciones de la justicia, en las invitaciones al evangelio, desde la más honda solidaridad cristiana. En Mondoñedo Ferrol hemos tenido la suerte de tener un obispo que es capaz de dar hospitalidad, de ser amante del bien, sensible, justo,  amo de sí mismo, fiel a la Palabra digna de fe que le ha sido enseñada. Es admirable su amor a la Iglesia, y su capacidad de diálogo. Lamentablemente la humildad no abunda demasiado en nuestra sociedad ni tampoco en nuestra historia. Es una cualidad entrañable, muy valiosa, que nos acerca a Dios y a los hermanos. No olvidemos lo que dice Jesús: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». (Mt 11,29). La humildad es una de las virtudes que siempre debe acompañar la vida y las obras de los discípulos de Jesucristo.

El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer... Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, debemos ser los brotes de otra humanidad, y tratar de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos.

El humilde no se aferra a sus ideas, sino que cede fácilmente al parecer ajeno; es condescendiente e indulgente y, por supuesto, no muestra el tono seco y con aires de mando. El humilde lleva el semblante tranquilo y es accesible a todos, pero de una manera mayor a los más pequeños. La gente humilde ambiciona ocupar el último lugar.

Conviene pensar en la muerte para ser humilde. ¿Quién será vanidoso en esos momentos? ¿Qué importan en esos instantes los honores o las humillaciones? Todo ha pasado; lo verdaderamente importante son las buenas obras. ¡Cómo avanza la mayoría de las personas hacia ese instante riéndose y sin hacer caso a nada!

"La espiritualidad desde abajo" es la "humildad", que viene del "humus", de la mejor tierra de hojas.

Y Jesús nos dice: "Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón". Él se abajó hacia nuestra miseria humana "a la vera del camino". Jesús se hizo humilde al morir crucificado. Se hizo nuestro servidor. Nos lo mostró con su vida, por ejemplo, lavando los pies de los apóstoles. "Jesús se anonadó a sí mismo, tomó la condición de servido y llegó a ser semejante a los hombres. Se humilló hasta morir en la cruz". (Filip. 2, 5-8).

Los dones y talentos con que hemos sido agraciados son para el servicio a los demás. En la humildad se manifiesta la conciencia de que hay un Dios sobre nosotros, que nos sostiene su amor, y que nuestro prójimo es igualmente hijo de Dios como nosotros. La humildad no es el rechazo a la autoestima, sino que es el reconocimiento de que lo que somos lo hemos recibido para el servicio al hermano y la gloria de Dios.

Esto no es debilidad, sino auténtica fuerza. Quien lleva en si el poder de Dios, de su amor y su justicia, habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.

La vía cristiana y el estilo cristiano de la humildad pueden parecer débiles e ineficaces. Pero el mensaje pascual —central en la fe cristiana— nos asegura que es el camino más eficaz para la salvación del mundo. Es el camino seguido por el mismo Jesucristo.

¡Así es nuestro obispo. Este es el perfil de un buen obispo! Necesitamos hombres luchadores  humildes, de buen testimonio, pero no acomplejados. Obispos como D. Fernando con vocación de servir a Dios con todo el corazón, con toda el alma. Todo lo demás se pasa. Lo único que permanece es el amor que hayamos procesado a Jesucristo y que D. Fernando transparenta en todo.

El mensaje de Jesús no ha sido sólo una “teoría”, una experiencia interior… sino que ha sido “provocativamente creador», pues va en contra de un tipo de estructuras y comportamientos sociales y políticos que parecían esenciales en aquel tiempo y en el nuestro. Jesús fue pacífico, siendo provocador… Por eso le mataron, porque su vida y mensaje era y sigue siendo una denuncia contra los potentados, los ricos opresores.

Como podía haberse previsto, su propuesta ha encontrado opositores, no sólo entre los miembros de las clases altas (herodianos, sacerdotes, algunos escribas y, finalmente, los romanos), sino entre las mismas familias y grupos de Galilea a los que Jesús quiso ofrecer el Reino de Dios, iniciándolo con ellos.

Una iglesia cerrada en sí ha dejado fuera a intelectuales y obreros, a emigrantes, a mujeres, corriendo así el riesgo de seguir hermosa pero vacía.

Así pues, la iglesia muchas veces no aparenta ser humilde., aunque a veces lo sean algunos de sus miembros en lo más recóndito de sus conciencias. Avecindados en palacios, revestidos de pontifical, y aún de personas “normales”, con mitras, báculos, inciensos, y signos tan raros e incomprensibles , misteriosos y paganos, homilías ajenas al pueblo, con conciencia de “casta”, sabiendo que precisamente tales condiciones los elevaron a la “sede catedralicia”, no es posible que se les desaten las cadenas de la soberbia , del orgullo y del convencimiento semi-dogmático y bíblico, de que son “cabeza” y de que sus antecesores por línea directa fueron nada menos que los mismos Apóstoles .

A los cristianos de a pie les asalta  de manera similar la tentación de que la humildad difícilmente puede ser compañera de sus vidas. La condición de “católicos, apostólicos y romanos” los torna distintos a los no privilegiados con tal condición. Lo que “fuera de la Iglesia -católica- no hay salvación,” sigue teniendo aún vigencia, pese a que en su día fuera tachado de insensato, irreverente, impiadoso, e ilógico.

La iglesia es como un río que a lo largo de tiempos y lugares ha venido recogiendo aguas de diversos afluentes, que han enriquecido pero también amenazado el curso de su vida. Por eso es necesario volver a la fuente de Jesús que dijo “quien tenga sed que venga a mí y que beba… porque de su seno brotarán corrientes de agua viva” (cf. Jn 7, 37).

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