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No faltan políticos, pero sobran arribistas

La política puede observarse como un cuadro de costumbres privadas, y solo bajo esta óptica se entienden muchos de los tejemanejes que se producen dentro de los partidos, e incluso dentro de nuestras instituciones. Es más, si analizamos la política y la historia bajo un costumbrista vemos que, como dijo Larra, «muchos de los importantes trastornos que han cambiado la faz del mundo, a los cuales han solido achacar grandes causas los políticos, encuentran una clave de muy verosímil y sencilla explicación en las calaveradas».

El calavera, como prototipo español, siempre ha formado parte de nuestro paisaje político, ya que nuestra historia está llena de oportunistas, de arribistas que solo logran concebir la política como un ejercicio de personalismo.

Calavera es, para Larra, el tramposo, o trapalón, el parásito, el que comete picardías, el que sabe aprovechar un despiste ajeno. Los tejemanejes pueden ocasionar importantes trastornos en nuestra democracia. Cuando no rige el reglamento, rigen las calaveradas. ¡Tonto el que tropiece en la siguiente!

Deben pensar que la gente no se entera. Que en el circo electoral hay que prometer el pan, aunque no esté en sus manos proporcionárselo. Qué más da. En esta precampaña ya se han oído auténticas tonterías. ¡No se debe jugar con la ilusión de la gente que está desesperada!

Vamos, saber lo que quieren hacer sobre lo que realmente pueden decidir. Por eso, de entrada, no deberían empeñarse en ser unos candidatos incompetentes.

Los partidos políticos tienen puntos en común con las cofradías de Semana Santa y las sedes de las fiestas del fuego que se celebran en València.

Los arribistas se juntan con los que pasaban por allí y después están aquellos que de verdad tienen convicciones políticas. Tristemente los partidos están llenos de egos con una ambición oscura y de friki fans que pese a no saber muy bien lo que defienden, se acomodan en el organigrama para sentirse aceptados en un club.

La pompa y circunstancia de las fiestas se parece mucho a la que se da en los partidos políticos y en las cofradías, si uno de los fines principales de las fiestas es pasarlo bien, comer, beber y compartir momentos con gente variopinta, esa situación se traslada a estos otros espacios. Dejan de percibir a las organizaciones devocionales y políticas como camarillas sobrias y rigurosas para convertirlas en una especie de clubs de divorciados alternativo; peñas de incomprendidos y espacios lúdicos underground.  

 Una gran mayoría de los partidos llevan candidatos arribistas. El término de arribismo se deriva de aquella actitud que tienen las personas denominadas arribistas, según La Real Academia Española la palabras se deriva del idioma francés específicamente “arriviste”, el cual indica a aquel individuo que avanza en la vida mediante la aplicación de medios más rápidos. La palabra francesa “arriviste” se encuentra conformado por el verbo “arriver” que significa llegar, el cual hasta el siglo XIX se le daba el mismo significado que al verbo de origen español “arribar” que hace referencia a la llegada de las naves tanto aéreas como marítimas a los diferentes puertos. Antes del siglo XIX, tenía el mismo significado que el verbo español “arribar”.

Dice la RAE que arribista es la persona que «progresa en la vida por medios rápidos y sin escrúpulos». Es decir, aquel que está dispuesto a ascender en la escala social y económica a cualquier precio.

A pesar de que algún partido presume de ser progresista el arribismo se encuentra totalmente en contraposición con lo que se conoce como progreso, la cual es una cualidad que los seres humanos poseen, ya que el arribismo se enfoca en pertenecer a un estrato mayor sin que importen las herramientas que se utilicen para alcanzar su objetivo que por lo general es la felicidad basada en los bienes materiales y las riquezas que se posean.

Una ideología bastante frecuente que adoptan las personas arribistas la de que el fin justifica los medios, esto quiere decir que esa persona intentará a toda costa alcanzar la meta que se ha trazado sin que le importe nada ni nadie a su alrededor, utilizando para ello todas la herramientas y recursos a su disposición si en necesario, convirtiéndose en individuos que no tienen conciencia y sin duda alguna son capaces de utilizar procedimientos carentes de toda ética con la finalidad de obtener lo que sea que quieran, siendo su sed de poder insaciable por ninguna cosa.

Cada vez se hace más evidente este tipo de personas que, en muchos casos desde muy jóvenes, han llegado a meterse en política sencilla y llanamente para medrar y vivir de ella y, con un poco de suerte y arrimándose al árbol más propicio, llegar a alcanzar las cumbres más altas. Pueden hablar de lo humano y lo divino, sin el más mínimo rigor de temas históricos, de datos de economía u otros parámetros que son fácilmente contrastables. No importa si son veraces o no, porque usan la táctica de los charlatanes de feria: hablar muy alto, muy deprisa y aparentando mucha seguridad e intercalando unas cuantas muletillas que repiten con frecuencia aunque estén fuera de contexto; pintan un futuro catastrófico del que solo ellos podrían salvar al país. Prescinden de principios éticos y morales. Como decía Groucho Marx: “Éstos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros”.

Así pues, la política es un mundo lleno de podredumbre, donde las creencias deben dejarse totalmente de lado y en el que se ha de ser por completo pragmático. Quienes dirigen el juego político son hipócritas que venderían a cualquiera, madres incluidas, por lograr sus objetivos. La realidad última que encontraríamos tras las bambalinas no abandonaría la paranoia, ahora dibujada de un nuevo modo. Los malos siguen al frente, pero ya no se trata de seres avariciosos que trazan planes ocultos para conquistar el mundo, sino de hombres comunes que obtienen poder y dinero mediante el engaño, cínicos arribistas que pervierten las creencias bienintencionadas de la gente normal y que saben que la única ley que funciona es la del más fuerte.

Todo el mundo está convencido de que la única verdad de la política la constituyen el cinismo y el arribismo, y que negar esa visión es caer en un mundo de pura fantasía.

Sn embargo, el problema a que nos conduce tanto cinismo es todavía más grave. Pensar que los demás son una panda de hipócritas interesados es una construcción ideológica que acaba autorizándonos a tratarles como tales. Excusas como “Se lo han merecido” “Son ellos o yo”, “Todo el mundo lo hace”  son las habituales que utilizan los más corruptos para justificar sus acciones. Generalizar este tipo de pensamientos nos lleva hacia una sociedad en la que es cool tratar instrumentalmente a los demás. Te dirán, así son las cosas, pero no es cierto: es la justificación de quien tiene la conciencia sucia.

Comentarios

  1. Aparte de arribistas, hay toda clase de delincuentes, drogatas, ladrones y puteros...

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