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Los Ferrolanos precisamos para los primeros puestos a personas como Eva Martinez Montero.

Partiendo de que ningún hombre o mujer es excepcional en todas sus aptitudes, aunque quienes se presentan para gobernar y dirigir nuestra ciudad deberían serlo, resulta desolador el que, a pesar de la cantidad de asesores de los que disponen y se sirven todos los partidos políticos, sus líderes -algunos más que otros-, en estos momentos de decadencia política, pueden llegar a cometer toda suerte de errores; no es infrecuente,se pregunten extrañados: ¿cómo pueden cometer nuestros políticos tamaños disparates?

 Como ejemplo,  tenemos a Motserrat Dopico Malde, número dos del Partido Socialista, en declaraciones dentro del ciclo de “contamo ti" de Canido ha dado a entender que este certamen igual no es tan importante para  Ferrol, “Ferrol no es Santander” ha llegado a pronunciar.

Parece mentira que una señora del mundo cultural llegue a proponer eliminar o hacer un certamen cada dos años. Lo más sorprendente es que esta señora además sea secretaria de una institución cultural como es la filarmónica ferrolana. Como dejemos gobernar a esta persona y asuma cultura en un mes se cargará la cultura de Ferrol empezando por este símbolo como es el Concurso de Piano.

Los ciudadanos precisamos a los mejores, en todos los sentidos, para que ocupen los puestos de mayor responsabilidad y fatiga.  Necesitamos políticos que debían ocupar los primeros puestos como  Eva Martinez Montero capaces  e inasequibles al desaliento, extraordinarios en sus funciones, y a ser posible que hayan demostrado previamente una altísima valía en el trabajo realizado de la forma que Eva Martinez lo ha demostrado a lo largo de estos cuatro años. Pues uno de los grandes problemas de los que adolece la política actual es que la inmensa mayoría de los que ejercen la política no han salido de ella desde hace décadas. Para llevar bien el timón de nuestra ciudad necesitamos personas que conozcan bien, y muy a fondo, la realidad de la calle, la pobreza, la exclusión y el abandono que es el pan nuestro de cada día.

 Con su agudeza crítica afirmaba Nietzsche: “Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”. Y con los “mediocres” es evidente que ni se facilita el cambio ni se construye un futuro sólido de ciudad. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero la desesperanza está siendo consustancial en una ciudad donde es frecuente la bajeza, el enfrentamiento, la miseria y las ansias de poder. ¡La política de amiguetes se acabó, ¡Es un fracaso! Pero lamentablemente muchos políticos son falsos, carecen de sentido común o no razonan, o son oportunistas y trabajan para su propio medro e interés, aunque se den de bruces con la evidencia no lo reconocen. Decía el poeta William Drummond: “El que no quiere razonar es un fanático; el que no sabe razonar es un necio; el que no se atreve a razonar es un esclavo”.

Actualmente asistimos a una política trufada de oportunismo, en la que se intenta rentabilizar cualquier ocasión en beneficio personal o electoral; disfrazan, en palabras de El Roto, “sus intereses personales por ideales sociales”; navegan a favor de corriente en el agua de la ambigüedad, del posibilismo y hasta de la pasividad creativa. Dicen trabajar mucho, pero a conveniencia suya y poco o nada por “los demás”, a los que dicen representar.

Gran parte de los partidos políticos actuales se hallan sometidos a estructuras poco democráticas; prima la voluntad o capricho de sus líderes, que son los que tienen el poder y así lo ejercen, con el fin de mantener su estable autoridad jerárquica. Estamos frente a lo que eufemísticamente se llama “un autoritarismo democrático”.

Se supone que todos luchan “por el bien de los ciudadanos”. Sin embargo, con frecuencia no es así. Citando una vez más a Maquiavelo, en el fondo luchan por alcanzar el poder y una vez conseguido, mantenerse en él a toda costa. Es “la política de los oportunistas”. Para un oportunista, lo importante es llegar más y más alto, sin importar quiénes y cuántos se queden en el camino; es su filosofía de vida; es capaz de seducir a propios y extraños; no escatima tiempo o esfuerzo en lograr sus objetivos.

El politólogo británico Ernest Barker, al analizar cómo se comportan los seguidores o militantes de los líderes de los partidos políticos, plantea una clara alternativa: o bien el líder representa la voluntad de sus seguidores, o bien los seguidores representan la voluntad del líder; sostiene que en una democracia que debe ser lo más transparente posible, el líder tiene la obligación de transmitir lo más fielmente posible la voluntad de aquellos a quienes representa: a sus votantes. Si se quiere hacer creíble la política, no se puede defraudar a aquellos que, porque se han fiado de ti, te han dado su voto. Bien sabemos que no sucede así: empoderados, aupados en los puestos del poder, cuántos de ellos engañan y defraudan. Es la actitud de muchos políticos; engañan con soberbia y oportunismo precisamente a aquellos que les han elegido. Quieren recoger frutos de árboles que nunca sembraron.

Los ciudadanos que les votamos deberíamos aprender de lo que ya dijo Miguel de Cervantes: “Hacer el bien a villanos es como echar agua a la mar, pues la ingratitud es hija de la soberbia”.

La RAE define bien el significado del término oportunista: “actitud que aprovecha las circunstancias momentáneas para el propio interés” En 1911, Robert Michels condensó, mediante la “Ley de hierro de las oligarquías de los partidos”, la idea básica de que toda organización se vuelve oligárquica: tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría. Los líderes, aunque en principio se guíen por la voluntad de la masa (la gente) y se confiesen comprometidos con ella, pronto se emancipan de ésta y se vuelven conservadores. El líder siempre buscará incrementar o mantener su poder a cualquier precio olvidando, incluso, sus viejos ideales.

Aunque quieran disfrazarlo o negarlo, lo estamos viendo estos días en todos los partidos. El oportunismo político debilita gravemente no solo a las personas sino en especial a las instituciones. ¡Con qué fuerza describía Eduardo Galeano a los políticos oportunistas con esas rotundas frases!: “Ahora a la traición se llama realismo; el oportunismo se llama pragmatismo; el imperialismo, globalización…

Las personas inteligentes nos enseñan que las cosas, en política y en la vida, no son siempre tan evidentes como creemos; la realidad es siempre más compleja de lo que parece. Hay quien intenta imponerlas a través de la manipulación; saben utilizar las medias verdades, los significantes vacíos, la posverdad y los artilugios del lenguaje.

¡Qué insoportables son aquellos líderes políticos que se creen geniales e imprescindibles! Caen en la intolerancia propia del intelectualillo vano y atrevido. Quienes desarrollan en su personalidad el oportunismo político, carecen de valores y se convierten en “impostores”. En “Hijos de los días”, escribía Eduardo Galeano que de los pobres sabemos todo, mas, de los ricos y poderosos, sólo aquello que nos quieren mostrar, con esa falsa retórica y mentira en la que se enjaulan.

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