Campañas sucias…
La campaña de estos
días es la semilla de lo que cosechemos el domingo 28 de mayo. Todo puede terminar en un profundo
descontento social justificado en mentiras electorales, un alcalde sin
legitimidad o una administración sin gobernabilidad.
El objetivo de esta herramienta no es otro que hacer evidente los defectos de los competidores, más que destacar las características del propio candidato. En la práctica, son acciones que emprenden algunas campañas, con el fin de degradar al rival en vez de ocuparse de destacar las propuestas o atributos de sus propios candidatos.
Las campañas sucias, más que apartar, desbancar o
descarrilar a un adversario, buscan destruirlo personalmente y, como
consecuencia, políticamente. Mientras que en las negativas es la verdad la que
se revela, en las sucias es la mentira, el libelo o, cuando no, es el delito
contra la intimidad, la propiedad o la imagen personal lo que se utiliza.
No importan los
medios, solo se persigue el fin. Y para ello se escarba en la vida privada
con medios ilegales o amorales hasta conseguir fragmentos de realidad que
puedan ser utilizados para construir un relato falso, pero altamente
destructivo, ya que la calumnia se fundamenta sobre trazos verosímiles a los
que se despoja de contexto e interpretación. Así, las campañas sucias, más que descubrir lo oculto, construyen una realidad
imaginada sobre la base de percepciones y apariencias a las que se fuerza hasta
adquirir la naturaleza de prueba irrefutable o dato definitivo.
Las campañas negativas no son nuevas en la
política/electoral. En el año 53 A.C.
Marco Tulio Cicerón recibió de su hermano el siguiente consejo en la lucha por
un cupo en el senado romano: “procura que tu campaña sea brillante, espléndida,
popular, y si te fuere posible, que se levanten contra tus rivales rumores de
crímenes, desenfrenos y sobornos”.
En el siglo XVI
Nicolás Maquiavelo dijo que: “cuando el pueblo está inclinado a hacer una mala
elección, es lícito dar a conocer en público los defectos del que va a ganar
para que sabiéndolos, el pueblo pueda elegir mejor”.
La campaña de 2023 es una campaña, como nunca antes, pugnaz, agresiva y violenta. Nadie ha calculado el daño que se le hace a la sociedad acudiendo al odio y la rabia para buscar el apoyo popular. El saldo más grave es para los jóvenes que en su primer acercamiento a la política llegan por el camino del odio, el resentimiento y la venganza.
La cultura política tomó el peligroso rumbo en el que millones de personas se forman a la luz de la polarización que entiende al otro, no como diferente, sino como enemigo. No es que pensar diametralmente opuesto sea nuestro problema, el problema es que anulemos a los demás, que invalidemos su opinión, que aniquilemos sus ideas y que nos llevemos por delante su nombre y su integridad.
Al final la gran víctima de toda esta campaña sucia, llena de ataques, insultos y estigmatizaciones, son las ideas. Los programas de gobierno se opacaron y el diálogo político, pero a veces lo que se obtiene es justo lo contrario de lo que se perseguía. Las campañas sucias (y el beneficio que hipotéticamente causa sobre algunos de los candidatos, gracias a la lesión en la imagen pública del candidato atacado) a menudo actúan como un boomerang. Cuando esto sucede, el que tiró la piedra y escondió la mano, recibe un impacto imprevisto e indeseado en su propia cara del veneno lanzado. La serpiente acaba, muchas veces, mordiéndose a sí misma. Que debería estar en función de analizar y fiscalizar las propuestas de los candidatos, está encasillado en el ataque, el contraataque, la defensa y el ser parlante del odio.
La política electoral corre el riesgo de sucumbir a la
agresividad. Los estrategas y asesores, deben de obtener victorias, sí. Pero Ferrol, y sus problemas, no se podrán
superar desde las trincheras partidarias y los campos minados. La
beligerancia debe tener límites: profesionales, éticos y legales. Ferrol se
juega su futuro y la cooperación entre partidos y entre las organizaciones
sociales será clave para afrontar unidos los retos más importantes. Quien siembre odio, lodo y mentira,
recogerá lo que se merece. Pero, además, lesionará la política democrática y la
confianza de los ciudadanos en nuestros sistemas e instituciones.
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