La vocación política es una forma genuina del ejercicio de la caridad
Recuerda también Fernando
Cadiñanos: “Tenemos que recordar que
la vocación política es una forma genuina del ejercicio de la caridad, es una
forma de amar. Desde el ejercicio de la participación política tenemos la
capacidad de empujar en la construcción de una sociedad más justa que haga
presente el Reino de Dios”
Muchos de nosotros hemos experimentado que, a pesar de tener
buena voluntad, es muy difícil lograrlo solos y, por lo tanto, se tiende a la
resignación o a justificar comportamientos egoístas para alcanzar resultados
personales y a toda costa (el fin
justifica los medios).
En estos casos ciertamente disminuirá la autenticidad de la llamada, se apagará el entusiasmo y la misma pasión política se volverá pasión por sí mismos. Esto hará que el político se conforme con la lógica del más fuerte que no equivale siempre a la lógica de la justicia.
Para los creyentes, la dignidad humana es sagrada. La existencia de los empobrecidos es la negación de la vida y de su sagrada dignidad. Para Jesús, la pobreza es contraria al plan original de Dios, es su negación práctica. Por eso, hacer la voluntad de Dios es ponerse al lado de los pobres y luchar contra su empobrecimiento, afirmando en la práctica su dignidad.
El Catecismo de la
Iglesia Católica define el bien común como el conjunto de aquellas condiciones
de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros
conseguir más plena y fácilmente su propia perfección (n.1906).
El bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo. En este sentido, el Estado debe facilitar y garantizar aquellas estructuras y bienes fundamentales que permiten llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho a fundar una familia, etc.
Así pues, el poder político sólo se ejerce legítimamente si se busca el bien común de la sociedad a través de medios moralmente lícitos (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n.1903). Aristóteles, en la Ética Nicomáquea, dice que “el bien es deseable en cuanto interesa a un solo individuo; pero tiene un carácter más bello y divino cuando interesa a un pueblo”. De esta forma, el bien común, en conformidad con la naturaleza social del hombre, desarrolla un papel fundamental en la acción política porque se dirige a la búsqueda del bien y de los intereses personales y colectivos.
El bien común se denomina, en el lenguaje político actual,
como “interés general” o “interés de
todos” y ha sido interpretado de diversas formas. Algunos lo han reducido a
la simple suma de los bienes o intereses particulares de cada sujeto
perteneciente al cuerpo social (cf.
Benedicto XVI, Mensaje a los participantes en la 45ª semana social de los
católicos italianos, 12 de octubre de 2007).
En su época de juventud, Ortega y Gasset confiere primacía a lo social-universal o
comunitario por encima de lo privado, individual y concreto. El individuo, para Ortega, se diviniza en
la colectividad, es decir, en comunión o comunidad con el resto de hombres que
conjuntamente trabajan en la gran tarea humana que suponen la cultura y la
moral. Según Ortega, hay que inyectar en nuestra raza la moralidad social.
Censura aquél todo lo privado o particular. Exige que todo sea público, popular y laico. La moral privada es una moral estéril y subjetiva. La vida privada misma no tiene muy buen sentido: el hombre es todo él social y no se pertenece; “la vida privada, como distinta de la pública, suele ser un pretexto para conservar un rincón al fiero egoísmo”
Nuestros sistemas democráticos están en crisis porque han perdido la capacidad de decidir según el bien común. Las respuestas a todos los interrogantes que se plantean en sociedad son examinados según criterios de fuerza electoral o financiera de los grupos que sostienen a los partidos políticos. Esto es una desviación y solo genera desconfianza y apatía en las personas, que cada vez participan menos de la política y se desvanece el espíritu cívico entre la población. La búsqueda del bien común también tiene una dimensión trascendente y, de hecho, para la Doctrina Social de la Iglesia, el bien común es superior a cualquier otro interés.
El Papa Francisco
dice que no estamos buscando éxitos, estamos abriendo procesos, analizando las
causas por las que una persona está en situación de riesgo, de exclusión,
para ahondar y encontrar qué podemos
hacer para cambiarlo. Tenemos que reequilibrar y reorientar la globalidad para
evitar todos sus efectos. Y debemos hacerlo de una manera conjunta. Es
necesaria una conversión profunda.
Francisco también nos invita a practicar una revolución política del amor y una esperanza que sea transformadora porque seguimos a alguien que nos habló de que esta vida solamente es vida si es vida resucitada.
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