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El vigués Marcos Losada se lanzó al mar para salvar a un niño en Ribeira.


 Esta es una historia con final feliz es en gran parte gracias a Marcos Losada, un profesor de educación física vigués que se encontraba pasando el día en Ribeira. El hombre, alertado por la multitud, se percató de la presencia del menor y no dudó en lanzarse al mar para servirle de apoyo. «Me acerqué a los chavales con los que estaba y me dijeron que su amigo no nadaba bien. Yo a este chico no le conocía de nada, pero en mi conciencia habría quedado el hecho de no haberme metido. Entré porque consideraba que podría ser útil. Tenía la seguridad de que si no entraba nadie ese chico no saldría vivo de ahí», comenta.Marcos Losada se lanzó al mar para salvar a un niño en Ribeira.

El pasado sábado la tensión reinó en aguas de Ribeira. Lo que empezó como una plácida tarde de Semana Santa en la playa de O Vilar se acabó convirtiendo en una pesadilla por la presencia de un niño en apuros al que el oleaje se estaba llevando mar adentro.

Ignacio Peña, surfista cántabro que se encontraba en la zona, se zambulló portando una tabla y un flotador para ayudar a Losada a dar flotabilidad al niño en apuros. «Pensé que formaba parte del equipo de rescate. Nos preguntó qué tal estábamos. Le dije que el niño tenía algo de hipotermia y que yo había sufrido un par de calambres, pero que podía colaborar. Se lo agradezco mucho», asegura.

«Estuvimos una hora en el agua sin que viniese nadie a por nosotros, el 90 % habría muerto. Si no hubiese entrado cuando lo hice, lo que iban a recoger era un cadáver. Mi percepción fue que existió falta de organización. Medios de rescate hubo, pero no en el momento que tenía que haberlos. Desde tierra nadie hizo nada por nosotros, solo el surfista», denuncia el vigués.

Jesús habló de dar la vida por los demás, por Dios, y Él lo hizo. ¿Estamos dispuestos, como los mártires, a dar la vida por Dios? Qué difícil planteamiento, pero antes hay otro, ¿en algún momento, realmente nos pide dar la vida, morir? Muy raramente pasará eso. Pero hay algo importante, dar la vida no es necesariamente morir. ¿Entonces?

Dar la vida, como se nos pide a todos, es dedicarla a amar al prójimo en nombre de Jesús. Podemos vivir nuestra vida, única y pasajera, que según la vamos viviendo parece irse más rápido de lo que nos gustaría, y entonces buscar de ella lo que parece ser el mayor provecho posible, que nos dé más confort, más salud, más bienes, más admiración de otros y, por qué no, también amor de otros. Pero pensado no en esos otros, nuestras personas cercanas, sobre todo, sino en uno mismo: el egoísmo perfecto, la egolatría. Pero darse esta finalidad en la vida siempre resulta insuficiente, siempre falta algo.

¿Queremos dar la vida por Dios? Vivámosla como Él nos lo pide, amando al prójimo por amor a Dios en el servicio, en la caridad vivida día a día, algo que va en general, en una suma de pequeñas acciones, muchas de la cuales suman una cadena de bienes para los demás, y que el Señor nos ofrece recompensarnos al ciento por uno. Sí, demos la vida por Dios con acciones de amor cotidiano a nuestro prójimo.

El verdadero amor se entrega totalmente. Es un amor como el que Cristo tuvo por su iglesia y lo llevó a entregarse a sí mismo por ella en la cruz... perdonando sin medida… dándose sin reserva... sin pensar en sí mismo… sin usar a la otra persona. El verdadero amor en el lenguaje cristiano dice: «te ofrezco mi vida».

Quizá debamos empezar por entender mejor de qué se trata. Dar la vida es, en primer lugar, una orientación de la mirada, dirigida más allá de uno mismo, hacia el mundo, hacia los demás, hacia los seres queridos. Hacia Dios, quizás.

Si el poeta no puede hacer otra cosa que escribir las palabras que su ángel le pone en el corazón, si el creyente no puede hacer otra cosa que buscar a su Dios, aun a costa de mil vueltas, tal vez el hombre, cada hombre, todo hombre, no pueda hacer otra cosa que dar su vida. La oveja no da su vida. Pace. Tampoco lo hace la roca en la orilla del mar. Hay que ser libre para dar la vida. Hay que ser capaz de retenerla para poder darla. Sabemos muy bien que en cada uno de nosotros hay rechazo y entrega, que ambos coexisten como pueden, según nuestras historias particulares y las ganas que tenemos de trabajar para llegar a ser quienes somos. Pero creo firmemente que no podemos decir de nadie: este hombre no dio su vida; siempre se guardó todo para sí mismo, nunca dio su palabra ni su tiempo.

Dar la vida sólo puede hacerse en la ignorancia que se tiene del propio don. Esto sólo se puede hacer en nombre de la vida, porque amamos la vida más que cualquier otra cosa. Dar la vida no es morir, es vivir.

Dios da la semilla, a nosotros nos toca sembrar. Dios nos ha dado nuestras cualidades, a nosotros nos toca desarrollarlas; Dios nos ha dado el corazón, el interés, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la capacidad de amar; pero el amar o el no amar, el entregarnos o no entregarnos, el ser egoístas o ser generosos depende sola y únicamente de nosotros.

Cada uno de nosotros es un grano de trigo. Reflexionemos y preguntémonos: ¿Quiero echarme a perder o dar frutos? Y recordemos que sólo hay dos tipos de personas en esta vida: los que quieren echarse a perder y se guardan para sí mismos en el egoísmo; o los que entregándose, acaban por dar fruto.

 

 

 

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