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El sínodo alemán vota a favor de que los laicos prediquen en Misa, bauticen y casen


 Sin mucha discusión, la Asamblea sinodal adoptó la exigencia de la normalización de las homilías de los laicos dentro de la celebración de la Misa. Así, dice: «La homilía es parte integrante de la celebración de la Misa y tiene una dimensión sacramental. Sin embargo, esto no excluye la posibilidad de que otras personas a tiempo completo y debidamente formadas, además de los sacerdotes y diáconos, asuman el ministerio de la proclamación en la celebración de la Misa.»

«Los obispos encargan a los agentes de pastoral la predicación en la celebración de la Eucaristía junto con su misión eclesial (missio canonica), para que puedan desempeñar su ministerio de predicación oficialmente y en nombre de la Iglesia», dice el texto de acción.

Juan Pablo II afirmando tajante que la constitución jerárquica de la Iglesia “es voluntad de Cristo”. Lo cierto es que Jesús no dice absolutamente nada de la estructura jerárquica de la Iglesia. En todo caso se refirió a la comunidad fraterna, pero aquél Papa dio un golpe en la mesa sin ningún fundamento ante las críticas fundadas de autoritarismo dentro de la Iglesia.

¡Había sacerdotes en tiempos de Jesús, pero él fue laico! Jesús no fue sacerdote, sino laico, en la línea de los profetas y pretendientes mesiánicos, de los sanadores carismáticos y de los sabios populares. Él retomó los aspectos básicos de la experiencia israelita, en línea profética y social, y no desde la sacralidad de los sacerdotes, a quienes en principio ignoraba.

Jesús  no se atribuyó títulos de honor, pues títulos y honores los tenían otros (sacerdotes y rabinos, presbíteros, pontífices y obispos-inspectores), sino que actuó como un simple ser humano (hijo de hombre), sin tareas oficiales, ordenaciones jurídicas, ni documentaciones acreditativas. No se llamó sacerdote, ni recibió la sagradas órdenes, sino que fue un judío marginal, de origen galileo y extracción campesina, obrero de la construcción (albañil o carpintero), sin tierras propias. Era un laico o seglar, un predicador espontáneo, sin estudios ni titulaciones especiales, al interior de las tradiciones de Israel (en una línea profética), pero fuera de las instituciones poderosas de su entorno (templo, posible rabinato). Creía que Dios era Padre de todos los hombres, y así promovió un movimiento de sabiduría superior (enseñanza), curación integral (salud) y comunión entre los marginados de su entorno, a quienes iba despertando, acompañando y animando, pues ellos eran destinatarios y herederos del Reino de Dios, que es vida para los enfermos y hartura para los hambrientos y expulsados de la sociedad establecida (cf. Mt 5, 3; 11, 5; Lc 6, 20; 7, 22).

Jesús vivió y habló de tal manera que pronto entró en conflicto con los dirigentes de la religión de su tiempo, los sacerdotes y los funcionarios del Templo, los representantes oficiales de “lo religioso” y “lo sagrado”. Jesús abrió otra vía de acceso a Dios a través de su propia persona, aceptando pagar con su vida al combatir esa creencia de que el culto religioso de los sacerdotes tenía el monopolio de la salvación. La salvación venía de otra parte.

Jesús denunció los abusos del poder religioso y del poder político. “Jesús dejó sentado que el camino hacia Dios no pasa por el Poder, ni por el Templo, ni por el Sacerdocio, ni por la Ley. Pasa por los excluidos de la historia.” (González Faus.).

Una de las equivocaciones más peligrosas en que ha incurrido la Iglesia ha sido identificar la fe con la religión y con lo sagrado. De forma que, para obispos, clérigos y fieles incondicionales, tener fe es lo mismo que ser religioso, con una religiosidad que tiene su centro en lo sagrado, es decir, en lo separado de lo profano y lo laico.

La comunidad de creyentes debe acabar con los privilegios de la Iglesia. Y esto, es importante por motivos jurídicos, sociales y políticos, pero lo es, además, por razones estrictamente teológicas. La Iglesia tiene su origen en Jesús. Y su primera preocupación ha de ser intentar vivir y hablar como vivió y habló Jesús.

Resulta significativo y extraño que siempre que los evangelios mencionan a los Sumos Sacerdotes es para presentarlos como agentes de sufrimiento y de muerte. Y en la parábola del buen samaritano, a Jesús no se le ocurrió otra cosa que presentar como modelo de humanidad solidaria a un hereje y un infiel (el samaritano), mientras que fueron precisamente los representantes oficiales de la religión los que pasan de largo ante el sufrimiento humano.

El samaritano andaba mal de religión, pero tenía humanidad. Y eso es lo que destaca Jesús. En eso se centraba su gran preocupación. Para Jesús era más importante “lo humano” que “lo religioso” y “lo sagrado”.

Así, pues, La iglesia vivió durante casi doscientos años sin sacerdotes. La comunidad celebraba la eucaristía, pero nunca se dice que la presidiera un “sacerdote” En las comunidades cristianas había responsables o encargados de diversas tareas, pero no se los consideraba hombres especialmente “sagrados” o consagrados. Jesús fue laico, no sacerdote. No quiso reformar las instituciones sacrales antiguas, ni crear unas nuevas, sino potenciar los valores de la vida, partiendo de los excluidos, en línea de gratuidad, siendo asesinado por ello. Sus seguidores creyeron en él y fundaron comunidades para mantener su memoria, centrada en el mensaje de Reino, del perdón y del pan compartido.

La afirmación reformada del sacerdocio universal de todos los fieles (1 Pedro 2:9; Apoc 1:6; 5:10) impulsa, lógicamente, un proceso de progresiva democratización dentro de la Iglesia y, por consiguiente, dentro del mundo moderno.

El pastor ha de ir por delante de la grey, pero no tanto con la autoridad vivida como poder, sino vivida como servicio gratuito, respetuoso y humilde. Así lo hizo el Señor Jesús que vino, no a ser servido, sino a servir. Hoy día, tanto en círculos católicos como protestantes, se reconocen los carismas de todos los fieles y se cuestiona constantemente el clericalismo. El poder mundano no atrae a nadie. La prueba la tenemos en la cruz de Cristo, que ejerce un poder infinitamente mayor que el poder mundano. ¡Jesús, desde la cruz, nos atrae! Me vienen a la mente aquellas palabras del Magnificat: “Su abrazo intervendrá con fuerza, desbarata los planes de los arrogantes, derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.


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