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No estamos llamados a ser críticos y severos y crueles, sino a Evangelizar en el Espíritu de Amor y Gracia.

Un cristiano de fundamento deja de serlo en el momento en que se hace fundamentalista, en el sentido estrecho. Un cristiano que no ama a los “enemigos” (a los distintos), queriendo imponerles su verdad, deja de ser cristiano. Por eso, es necesario que el cristiano vaya a su fundamento, sabiendo que su religión es la verdadera en la medida en que él está dispuesto a dar su vida por los otros (para que todos tengan vida), como muestra el símbolo-dogma de Cristo.

Con cierta frecuencia, los "anti-fundamentalistas" suelen ser fundamentalistas de otro tipo (en otra línea). Lo más parecido a un fundamentalismo de derechas es uno de izquierdas (valga esa terminología), lo más parecido a un fundamentalista musulmán es uno cristiano. El fundamentalista suele fijarse en aspectos marginales de la propia religión (y de la ajena). Por el contrario, el que busca y pone de relieve lo fundamental (lo sagrado/divino, el valor trascendente de la vida humana, la comunión entre todos los seres humanos…) puede siempre dialogar y dialoga en paz con los creyentes de otras religiones.

El criterio básico del diálogo es la dignidad humana. La verdadera humanidad es el presupuesto de una verdadera religión. Una religión es verdadera y buena si sirve a la humanidad. Una religión es falsa y mala en la medida que fomente una inhumanidad.

El verdadero Espíritu de Jesús se transparenta en la teoría y en la praxis. El diálogo supone un cambio en nosotros, en nuestras preguntas, en nuestra concepción del mundo y de Dios.  El diálogo lleva a una mutua transformación, enriquecimiento y compenetración. Por eso a través del diálogo se va iluminando una especie de exposición de cada religión a la luz de las otras grandes religiones.

El diálogo lleva así una nueva profundización de lo propio y logra ( o intenta lograr) que las religiones pongan en práctica  sus programas e intenciones fundamentales siendo signos de paz y reconciliación en el mundo.

La increencia en Dios, el ateísmo, es hoy el gran problema religioso. No solo niega a Cristo sino, sobre todo, niega a Dios. Ante un adversario común tan importante como es el ateísmo, todos los cristianos de todas las confesiones cristianas debemos coincidir en la afirmación de la Fe en Dios y en Cristo.

La secularización de la cultura actual hace estragos en la Fe cristiana. De ahí la necesidad de orar por la unidad de los cristianos, que conservan la Fe.

Dios nos envió a estas tinieblas de sufrimiento para dar el perdón y orar por la conversión de todos.

El Espíritu Santo se dignó manifestarse en las lenguas de todos los pueblos para que el que se mantiene en la unidad de la Iglesia, que habla en todos los idiomas, comprenda que posee el Espíritu. Un solo cuerpo –dice el apóstol Pablo-; un solo cuerpo y un solo Espíritu.

Las funciones de los miembros son diferentes, pero un único espíritu unifica todo. Muchas son las órdenes, muchas las acciones, pero uno solo quien da órdenes y uno solo al que se le obedece. Lo que es nuestro espíritu, esto es, nuestra alma, respecto a nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo respecto a los miembros de Cristo, al cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Centrémonos, pues, la atención en nuestro cuerpo y lamentémonos de los que se desgajan de la Iglesia. Cada uno de nuestros miembros realiza sus funciones mientras estamos con vida, mientras nos mantenemos sanos; si uno sufre por cualquier causa, todos los miembros sufren con él. En estos tiempos que corren tan difíciles, de crisis económica y desgarro moral de la sociedad. Es cuando los creyentes tenemos la obligación de poner en práctica nuestra fe. Demostrando al mundo, que somos cristianos y que nuestro fondo espiritual, proviene de lo sobrenatural. Somos personas, cuya fe y creencias heredada de nuestros mayores, representa un todo, en nuestras vidas. Somos gente, que nos movemos entre todos los demás, pero tenemos un carácter que nos hace especiales y diferentes.

Si tan solo pudiéramos juntarnos entonces seríamos una poderosa iglesia de nuevo. El problema es que estamos tan fragmentados, estamos tan divididos, tan rotos. Desde nuestra desunión no tenemos nada que decirle al mundo, por lo tanto la iglesia vive en debilidad y es despreciada por nuestra sociedad. Nuestra necesidad, por lo tanto, sobre todas las demás necesidades, es unificarnos. Hay poder en la cantidad, y si podemos conseguir bastantes cristianos juntos podemos influenciar la sociedad.

En estos tiempos que corren tan difíciles, de crisis económica y desgarro moral de la sociedad. Es cuando los creyentes tenemos la obligación de poner en práctica nuestra fe. Demostrando al mundo, que somos cristianos y que nuestro fondo espiritual, proviene de lo sobrenatural. Somos gente, que nos movemos entre todos los demás, pero tenemos un carácter que nos hace especiales y diferentes.

Creemos en Jesús resucitado. Creemos en que la labor de apostolado, es pieza clave, para que esta sociedad de corrupciones a todos los niveles, mejore con el ejemplo y las enseñanzas de nuestro Señor. Hay muchas personas, más de las que imaginamos, cuyas creencias les están ayudando mucho, para vivir, en estos días tan duros y penosos.

No estamos llamados a ser críticos y severos y crueles, sino a evangelizar en el Espíritu de Amor y Gracia. Y cuando encontramos esta unidad hemos de perdonar y entender, manteniendo estos grandes asuntos fundamentales por encima de todo lo demás, dándole valor a la otra persona.

A continuación, comparto la carta de Benito Méndez, delegado de Ecumenismo.

Todo lo que sigue es de él:

Un año más nos preparamos para celebrar la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (18-25 de enero), que esta vez fue preparada por un grupo de los Estados Unidos de América.

La búsqueda de la unidad es un gran desafío para los cristianos, porque estamos llamados a ser testigos de que la fraternidad es posible. Desde el Concilio Vaticano II, todos los Papas nos han recordado el compromiso irreversible de la Iglesia en favor de ella, porque "está en Cristo como sacramento, es decir, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Para ser instrumento tiene que ser a la vez signo, y no puede serlo si los que formamos parte no podemos presentarnos juntos. Por eso, como nos recordaba el hermano Alois de Taizé en su carta de 2022, el Evangelio nos llama a superar las divisiones y a dar testimonio de que la unidad es posible en la gran diversidad. ¿No es ésta una contribución prioritaria que los cristianos están invitados a ofrecer con miras a la fraternidad en la familia humana?

Lamentablemente seguimos en Europa estando en un contexto de guerra entre hermanos, una guerra entre cristianos. A pesar de los esfuerzos del Patriarcado Ecuménico y del mismo Vaticano, la guerra de Ucrania nos avergüenza, porque muestra el gran fracaso del ecumenismo actual, cuando parecía que todo se encaminaba hacia la unidad. El Papa Francisco nos recordó hace unos años que el ecumenismo es un gran negocio con pérdidas. Es un camino largo y difícil. A la vista está el resultado de la fase diocesana del Sínodo Universal, sintetizado por la Conferencia Episcopal Española ("Temas que han tenido una fuerte resonancia en el proceso sinodal"):

“Específica atención merece el tema del diálogo con otras confesiones cristianas y con otras religiones. Reconocemos que tenemos poca experiencia ecuménica en nuestras comunidades, al mismo tiempo que entendemos la necesidad de establecer este diálogo donde no existe y, en su caso, potenciarlo, con espacios e iniciativas compartidas que lleguen a todos los miembros de las comunidades".

 Si esta es la situación en España, la de nuestra Diócesis de Mondoñedo-Ferrol no es mejor. Ya no se trata de potenciar el diálogo y la colaboración; se trata de ponerlos en marcha. Debo admitir honestamente que, en más de veinte años como Delegado para el Ecumenismo, apenas conozco a un par de pastores de otras denominaciones cristianas. Las múltiples ocupaciones hacen que siempre esté abandonando o postergando este importantísimo trabajo de acercamiento. Sin contacto humano frecuente, es imposible construir amistades y, por lo tanto, confianza.

Por todo ello, aprovecho para hacer un llamamiento a todas aquellas personas que quieran formar parte de una "Comisión Diocesana de Ecumenismo", con el fin de crear un ambiente ecuménico en la diócesis y, sobre todo, para conocer la Cristianos de otras confesiones que viven entre nosotros.

Los materiales que habéis recibido, como siempre, incluyen una oración para cada día, que se puede incorporar a la Eucaristía parroquial o comunitaria. Al mismo tiempo, se añade por primera vez una catequesis sencilla para niños y adolescentes, junto con la guía del catequista. Contienen información básica, pero valiosa, sobre la actividad ecuménica de la Iglesia. Finalmente, también proporcionan un modelo de celebración ecuménica.

Respecto a esto último, desde hace varios años se organiza esta celebración en Viveiro (Valdeflores); a veces también en Ferrol. Desde que comenzó la Pandemia, ya no fue posible. Este año sería factible, pero no lo considero oportuno porque, a la vista de los resultados del Sínodo, y siendo consecuentes con ellos, sería “celebrar algo que no existe”. De hecho, en la celebración de años anteriores sólo estuvieron los 'católicos'. Es cierto que en varias ocasiones invité a diferentes comunidades, pero nunca consideraron asistir. Incluso ofrecí la posibilidad, como se hace en otros sitios, de ir a uno de sus lugares de culto para que allí se hiciera la celebración según sus propias costumbres.

La razón de esta falta de aceptación de estas iniciativas ya se ha expuesto en líneas anteriores: la falta de confianza, por desconocimiento, los temas históricos contra la Iglesia Católica, los tópicos contra los protestantes, etc. Por lo tanto, este trabajo debe hacerse de antemano, para 'crear ese ambiente necesario' que conducirá a una celebración ecuménica en el futuro.

La Semana de Oración, por tanto, nos invita a reflexionar sobre nuestro compromiso por la unidad, reconociendo que es un don de Dios al que debemos responder con acogida. Acoger su Espíritu, a través de la oración, nos preparará para ir al encuentro y abrirnos a los dones que también tienen los demás. El Evangelio nos empuja a cultivar el arte de crear unidad. “Todos nosotros ya podemos ser artesanos de la unidad, forjando lazos de escucha y amistad dondequiera que nos encontremos” (Carta de Taizé 2022).

 


Comentarios

  1. Roma habla en épocas de libertad de conciencia sobre tolerancia y unidad cuando en realidad la historia muestra que es la madre de la inquisición, la persecución y la tortura.
    En este caso no estoy de acuerdo en absoluto con la elección del titular de este artículo

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  2. La causa del ateísmo está en la Iglesia, en su doctrina del pecado original (todos somos malos) que hace el mundo inhabitable para Dios, y en su praxis, pésimo ejemplo. La unidad de esta Iglesia no es la solución.

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