Seguidores

El atrio de los gentiles

En el templo judío de Jerusalén se conocía con este nombre el patio exterior donde los paganos podían adorar a Yahvé, pues el acceso al interior les estaba vedado a los no judíos. Es en ese atrio donde se desarrolla la escena evangélica, según la cual Jesús arremetió contra los cambistas, pues habían profanado la casa de su Padre que era lugar de oración.

Recogiendo esa denominación, el papa emérito Ratzinger propuso una iniciativa tendente a crear un espacio de diálogo entre creyentes e increyentes. ¿Es esto posible?. Algunos dudan de la posibilidad misma del diálogo entre quienes difieren en creencias básicas de la vida humana. En estos casos, la incomunicación intolerante suele ser frecuente.

Benedicto XVI citó una línea del mensaje dirigido por el concilio Vaticano II a los pensadores y científicos: «Felices los que, poseyendo la verdad, la buscan más todavía a fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás». Y añadió: «Estos son el espíritu y la razón de ser del "Atrio de los gentiles"». 

«Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término» (Encíclica "Evangelium vitae", n. 2). No somos un producto casual de la evolución, sino que cada uno de nosotros es fruto de un pensamiento de Dios: somos amados por Él». 

Cada vez es más clara la brecha entre los que no han abdicado de su capacidad de pensar por cuenta propia y los que se limitan a repetir infantilmente lo que aprendieron en su niñez o las consignas que les llegan de la jerarquía. 

Aquello de que "doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder" del viejo catecismo lo han interiorizado totalmente. Esto les incapacita totalmente para el diálogo, tanto hacia el exterior de la Iglesia, como dentro de ella.
Acusan a los creyentes librepensadores de herejes y quisieran que la jerarquía les declarara como tales. Creen que la Biblia es revelación literal de Dios al que consideran como de su propiedad y creen que su esencia está encerrada y bien delimitada en las definiciones dogmáticas. Y juzgan cualquier manifestación de increencia como una ofensa a los sentimientos religiosos.

Dios es una experiencia, una acción compasiva, un dinamismo de amor que actúa universalmente, en todos los seres.

Pascal decía: "el hombre sobrepasa al hombre", y en efecto, nos ocurre a veces que en nosotros mismos experimentamos una Trascendencia que nos humaniza, que suscita en nosotros los grandes valores de nuestra vida, y que hace que estemos presentes al mundo...

Son numerosas las personas que cuando se les pregunta por sus creencias religiosas te responden:” hombre, haber… ¡algo hay!” Al menos yo me he encontrado con unas cuantas que me han respondido así. ¿Pero  en qué Dios creemos los cristianos? ¿En un “dios difuso’”, un “dios-spray”, que está en todas partes, pero que no se sabe qué es? Dios es “una Persona”, una persona concreta, es un Padre, y por tanto la fe en Él nace de un encuentro vivo, del que se hace una experiencia tangible.

La fe cristiana consiste en creer a un Dios que es persona. Dice Benedicto XVI en su encíclica Deus Caritas Est: «No se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Hay personas sin las cuales nuestra vida sería distinta, hay personas que nos marcan para siempre. Para el creyente, Dios es una Persona que no pasa desapercibida a lo largo de la vida, más bien debe ser fundamental su presencia. Él quiere, está presente, no solo como un Dios omnipotente y omnisciente, sino como un Dios que me conoce y me ama.

Dios se ha hecho el encontradizo con los hombres en la persona de Jesucristo, pero la experiencia de Cristo consiste en reconocer en Él su vida, sus palabras, sus actitudes y comportamientos con los demás, la donación de Dios sin límites hacia nosotros.  Por nuestra parte la entrega ha de ser absoluta a ese amor, con todo el corazón, aquel que sólo Dios merece, sabiendo que es Él el que realmente se entrega absolutamente y nunca defrauda. La conversión interior, el cambio de corazón que supone esta experiencia con Cristo es la que puede dar lugar a  actitudes como: Señor qué quieres que haga” (Hch 22,10) o “yo sé de quién me he fiado” (2 T. 1,12). Pero también es cierto que muchas veces la Iglesia, nuestra Iglesia,  constituye un grave obstáculo y un escándalo doloroso para muchos cristianos comprometidos, callando cuando debería hablar y hablando cuando debería callar, también cuando dice y no hace…

Pablo descubrió así la presencia y la llamada de Dios en las víctimas, en los crucificados de la historia, en los perseguidos. Esa certeza iluminó su vida, y sintió que era necesario que la dijera, que lo dijera. Eso había que proclamarlo, rápidamente, para que el mundo cambiara, para que el Dios de Jesús pudiera conocerse y aceptarse en el mundo entero.

Hemos de volver, finalmente, a la gran salida de los evangelios escondidos y luminosos de la gran experiencia mística, retomando el camino del Discípulo Amado,  a quien la tradición ha identificado con Juan Zebedeo, convertido al amor, a fin de templar  y calentar, por amor, el fuego del Apocalipsis, para que el agua de la corriente de Jesús no se hiele, como ha podido suceder muchas veces en la historia de la Iglesia. 

 

 

Comentarios

Entradas populares