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Todos somos misioneros

Afirma nuestro obispo, Fernando Cadiñanos: “La catolicidad nos ayuda a sostenernos unos en los otros, a animarnos y confiar en que Dios siempre nos acompaña y va guiando el timón de nuestra barca. En ese sentido, vuestra experiencia puede ayudarnos mucho en la tarea evangelizadora que llevamos entre manos"

Así es, el movimiento de Jesús solo se define plenamente y alcanza su propia identidad allí donde las diversas comunidades cristianas comparten un tipo de mensaje y modelo de vida que puede abrirse a todos los hombres, vinculando así la radicalidad de Jesús y la universalidad de su proyecto mesiánico.

Recuero las palabras del misionero Miguel Taboada: “Todos somos misioneros, no solo el que coge la maleta y se va a Africa. Cada cristiano debe asumir el protagonismo y la responsabilidad de la misión. Muchos cristianos van a la iglesia como si fueran al cine, y eso no está bien. Todos tenemos una misión, Dios necesita nuestras manos, nuestros pies, nuestra boca para seguir vivo entre nosotros. Los cristianos tenemos, como dicen en Brasil, que “vestir la camisa”, sentirnos protagonistas de este cambio que la Iglesia necesita”

Decía el poeta León Felipe: «Nadie fue ayer,/ ni va hoy,/ ni irá mañana/ hacia Dios/ por este mismo camino/ que yo voy./ Para cada hombre guarda/ un rayo nuevo de luz el sol…/ y un camino virgen/ Dios» . Vivir es caminar; y es una experiencia única, intransferible; una experiencia que nadie puede hacer «por otro», pero que sí puede ser hecha «con otros». Voy con otros, otros me acompañan y, juntos, compartimos nuestro pan. «Cum panis», acompañar. También la fe es camino y, como la vida, el itinerario lo hago solo, pero no en solitario; otros hermanos van a mi lado, y algunos de ellos lo hacen como acompañantes más experimentados. En el caminar se suceden los acontecimientos y los encuentros; nos sale al paso el acompañamiento y el discernimiento espiritual.

Afirma María luisa Pérez Religiosa de María Inmaculada: “El “mundo” es también la Iglesia de Jesús que acoge, escucha, orienta… y también mi familia congregacional RMI “para que las chicas vivan bien y se salven” (Santa Vicenta María), toda joven que ha de ausentarse de su hogar, por motivos de estudio, de trabajo o por problemas familiares ha de encontrar en la casa de Vicenta María, un hogar donde desde la acogida, la formación y el amor al trabajo, pueda  crecer integralmente…

De ahí que el lema de este año SERÉIS MIS TESTIGOS me habla de cuidar el mundo interior para que el Espíritu me pueda utilizar como instrumento de comunicación, en mi vida de cada día, del estilo y modo de proceder de Jesús a quien sigo…”

Así es, 2ª de Corintios 4 nos da una clave acerca de lo que quiere decir cuando se refiere al “hombre interior”. Está diciendo que aunque “nuestro hombre exterior se va desgastando, el hombre interior no obstante se renueva de día en día” (4:16). Es decir, para los cristianos hay algo de nosotros que se está volviendo viejo, degenerándose y deteriorándose, pero al mismo tiempo hay algo en nosotros que se está volviendo más vital, aumentando y volviéndose más rico, más profundo y más fuerte cada día que vivimos. Eso es a lo que llama “el hombre interior”.

En 1ª de Corintios 12, Pablo dice, hablando acerca de los creyentes: “porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo… y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (v. 13). Para eso es nuestro espíritu humano, para beber del Espíritu de Dios, a fin de que podamos ser refrescados y revitalizados. De la misma manera que al tomar una bebida nuestro cuerpo se refresca, el beber del Espíritu refresca nuestro espíritu en el nivel más profundo de su vida.

“Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltara su fruto. A su tiempo madurara, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina.” (Ezequiel 47:1, 3-6, 12).

 “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en el…” (Juan 7:38-39).

Este creciente flujo de agua es la imagen de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fue dado a los discípulos. Junto con este don del Espíritu, a los seguidores de Cristo les fue dada la promesa que él sería un río de vida fluyendo dentro de ellos. Y ese río fluiría por todo el mundo.

Lo que es el agua para la vida normal, eso es Jesús para la vida humana. Jesús es el Agua, Jesús es La Palabra, Jesús es el que da el Espíritu. Jesús no es un pozo a donde se va a beber de vez en cuando, es una fuente de espíritu: el que bebe de Jesús es fuente. Él mismo siente brotar de dentro de sí el Agua que brota hasta la Vida eterna, y no tiene más sed de otras aguas, porque Jesús quita la sed de todas las otras cosas.

Cuando la Samaritana entiende que Jesús le ofrece más que el agua del pozo, pasa inmediatamente a planteamientos religiosos habituales, que a Jesús no le interesan: el Mesías, el templo en Jerusalén o en el Garizim.... Pero todo eso no es el agua viva que nos frece Jesús. El agua de Jesús, el agua que sacia nuestra sed, es que los verdaderos adoradores den culto en espíritu y en verdad. Y esto no se limita a decir que hay que hacer en el templo un culto verdadero, con entrega del espíritu a Dios, sino que hay que dar un verdadero culto, que rebasa el templo y convierte toda la vida en culto.

La Palabra es Jesús, un modo diferente de vivir, una manera de situarse ante los demás, una nueva relación con Dios. Todo esto se explica con palabras, pero solo se transmite con obras.

¡Yo sé en quien confié! Preguntaban los israelitas en el desierto: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?". Es la pregunta básica de la fe: ¿me puedo fiar?, ¿será verdad todo esto? Leemos el relato de la samaritana, y brota de nuestro interior la fuente de la fe en Jesús. De éste sí me puedo fiar. 

La iglesia es como un río que a lo largo de tiempos y lugares ha venido recogiendo aguas de diversos afluentes, que han enriquecido pero también amenazado el curso de su vida. Por eso es necesario volver a la fuente de Jesús que dijo “quien tenga sed que venga a mí y que beba… porque de su seno brotarán corrientes de agua viva” (cf. Jn 7, 37).

Sólo hay iglesia donde puede hablarse de un estilo de vida especial, en la línea aquello que hacía y decía Jesús, tal como aparece en el Sermón de la Montaña de Mateo o en la experiencia de la justificación por la fe, de la que habla Pablo.

Afirma el Papa Francisco: El camino de Jesús siempre lleva a la felicidad. Jesús no engaña, si ha prometido la felicidad la dará. Con Pedro, Santiago y Juan, subamos al monte de la Transfiguración y nos detengamos en la contemplación del rostro de Jesús, para recoger el mensaje y traducirlo en nuestras vidas; para que nosotros también podamos ser transfigurados por el Amor. 

 

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