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Seguir a Jesús

Dice Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, que “un Movimiento es como una pequeña ventana abierta al cielo”.

Pertenecer a una Institución o movimiento de la Iglesia en primer lugar es haber escuchado el llamado de Dios, pero muchas veces lo decimos como algo natural o lógico y hasta que nos acostumbramos a decir que hemos escuchado el llamado sin pensar que haber sido llamados es algo trascendental en nuestras vidas.

El llamado del Señor implica: una atención a Dios. Me ha llamado, me ha mirado especialmente a mí y este llamado está por encima de todas las situaciones humanas. Está por encima de mis ganas, de mis preferencias, de las cosas que no me gustan de la comunidad.

El llamado es algo que significa una especial preferencia, un privilegio de Dios hacia mí.

En segundo lugar, es un llamado a la luz, al ser, a la existencia. En el Antiguo Testamento Dios al llamar a Abraham le cambia el nombre. Eso mismo hace Jesús con Pedro.

¿Qué significa cambiar el nombre?

Para los judíos eso era algo sumamente importante. Cambiar el nombre significaba dar un nuevo ser, algo adicional, una novedad. Y este nuevo ser está contenido en el nuevo nombre.

Por eso dice el Apocalipsis que al que venza se le dará una piedrecilla blanca con un nuevo nombre que nadie conoce”. Este nuevo nombre está en el Llamado.

Al llamarnos Dios para un servicio dentro de una comunidad eclesial nos está dignificando, nos está privilegiando, nos está llevando del “no ser” al “ser”.

Un llamado implica, por lo tanto, una movilidad de nuestro espíritu, un estado mejor. Por eso no debemos ver un llamado de Dios como una carga que me pone encima, sino como un maravilloso privilegio, como una oportunidad de caminar más cerca de Él, una oportunidad en la que me da un nuevo nombre.

El Señor le dijo a Pedro, “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame,…” (Mateo 16:24).

Claramente, pertenecer a la iglesia de Jesús significa más que meramente creer en él. Jesús dice que pertenecer a su iglesia va más allá. Significa comprometerse a seguirle; y eso conlleva una vida de negación propia y tomar una cruz. “y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.” (Mateo 10:38).

El Señor aclara: “Si estas en mi iglesia, entonces prepárate para sufrir y ser perseguido por tu fe en mí. Prepárate para negarte toda fama, aceptación y búsqueda de placer mundano.

Si vives para Jesús, no tendrás que separarte de la compañía de los demás; ellos lo harán por ti. Todo lo que tienes que hacer es vivir para él. De repente te encontraras censurado, rechazado, te llamaran malo: “los hombres os odien, os aparten de sí, os insulten y desechen vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre.” (Lucas 6:22). Pero Jesús añade, este es el camino que lleva a verdadera satisfacción. “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25). En otras palabras: “La única forma que encontraras significado en la vida es dejándolo todo por mi.

 En este trasfondo, se ve claramente cómo Mateo establece la relación entre las actividades de Jesús (Mt 4-9) y las de sus discípulos en Mt 10, cuyas obras son una continuación lógica de las obras de Jesús: predican el mismo mensaje (Mt 4, 17 y Mt 10, 7) y sufren el rechazo con las mismas consecuencias expresadas por el mismo lenguaje (Mt 10, 15). Igual que Jesús, también la misión inicial de sus discípulos se limita a Israel (Mt 10, 5-6). Y la calumnia que atribuye la actividad de Jesús al poder de los demonios (Mt 9, 34; 12, 22-24), igual lo hará a sus discípulos en Mt 10, 25.

Mateo presenta a Jesús preparando la continuación de su misión frente al gran desafío de las condiciones históricas de su misión. Se subraya justamente esta tensión entre la identidad histórica y la relación de los discípulos con la persona de Jesús, su misión y destino como una exigencia en la formación de una tradición particular.

Mientras el caminaba por el templo, el vio mesas de cambistas, ministros que comercializaban las cosas de Dios. No había verdadera oración, ningún temor del Señor. Y Cristo lloro por todo eso, gritando, “diciéndoles: Escrito está: “Mi casa es casa de oración”, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.” (Lucas 19:46).

 Los animales buscan y obtienen posesión-seguridad dentro del mundo, según principios cósmicos que reflejan la providencia de Dios, como el mismo Jesús sabe: “no os preocupéis..., mirad los pájaros del cielo” (Mt 6, 25-35 par). Sus discípulos, en cambio, deben superar ese nivel de seguridad y autoridad (poder) sobre los otros, abriendo un espacio distinto de comunicación, más allá de los esquemas de poder de las instituciones de este mundo. Jesús no necesita la autoridad de los escribas.

Sabemos que el seguidor de Jesús no puede apelar a ninguna ventaja social (el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza: (Lc 9, 58) ni familiar (no puede enterrar a su padre: (Lc 9, 60), sino que debe recorrer hasta el fin su camino de Reino mantener su opción de un modo consecuente, en experiencia de nuevo nacimiento, sin poner la mano en el arado y seguir mirando atrás…, queriendo al mismo tiempo alcanzar la novedad del Evangelio, pero mirando hacia atrás, queriendo conservar los poderes jerárquicos antiguos, propio de una iglesia que emplea la violencia , busca el poder , sacraliza las tradiciones de poder patriarcal (entierra con honor s sus murtos.) y quiere ir adelante mirando hacia atrás.

 ¿Hemos puesto la mano en el arado... pero seguimos mirando siempre hacia un pasado muerto...? La iglesia actúa ¿vive mirando al pasado? ¿Cómo puede abrir surco si no mira hacia el futuro de la nueva humanidad, del Reino de Cristo?

El signo primordial de la resurrección de Jesús es la misma vida y tarea misionera de la iglesia, abierta a todos los pueblos de la tierra.

No sube al cielo para "marcharse", no "asciende" para dejar la tierra vacía de los hombres. Sube bajando, asciende y se marcha quedándose en la historia. Así lo proclaman, de formas convergentes Lc 24 y Mt 28. Es bueno recordarlo, es gozoso vivirlo. Nosotros, los cristianos, la humanidad entera, somos la ascensión y presencia de Cristo en la tierra; somos su cielo.

No se trata simplemente de organizar lo que existe ya, sin más, con un pequeño barniz de espiritualismo, ni de dominar espiritualmente a los “devotos”, creando así una especie de imperio religioso, sino de algo mucho más profunda: de vivir alimentados por una potencia que viene de lo alto (ex hypsous), es decir, del Dios que se revela a través de Jesús crucificado. Ésta es una experiencia radical de “elevación”, como un ascenso de nivel, en la línea de eso que pudiéramos llamar un “ruptura antropológica”.

A nivel ministerial, Jesús resucitado está presente en sus misioneros, en aquellos que extienden su palabra, mujeres y hombres (empezando por las mujeres de la tumba vacía). Así podemos decir que los servidores de la iglesia (en sus diversas funciones) son eucaristía y pascua de Jesús sobre la tierra: los que extienden por el mundo el evangelio son continuación de pascua. Difícilmente podía haberse hallado una visión más completa y honda de la pascua. En aquellos Once apóstoles primeros, catequizados por las mujeres de la primera experiencia de Jesús, junto al sepulcro, nos hallamos reflejados todos los cristianos.
Conforme a Mt 28, 16-20.

Cuando la sagrada Escritura habla del seguimiento de Cristo predica con ello la liberación del hombre con respecto a todos los preceptos humanos, con respecto a todo lo que oprime y agobia, a todo lo que preocupa y atormenta a la conciencia. En el seguimiento, los hombres abandonan el duro yugo de sus propias leyes para tomar el suave yugo de Jesucristo. ¿Significa esto cortar con la seriedad de los preceptos de Jesús? No; más bien la liberación plena del hombre para alcanzar la comunión con Jesús sólo es posible allí donde subsiste el precepto íntegro de Jesús y su llamada a seguirle sin reservas.

La llamada al seguimiento es, pues, vinculación a la persona de Jesucristo, ruptura de todo legalismo por la gracia de aquel que llama. Es una llamada de gracia, un mandamiento de gracia. Se sitúa más allá de la enemistad entre la ley y el Evangelio. Cristo llama, el discípulo sigue. La gracia y el mandamiento se unifican. «Y andaré por camino anchuroso porque voy buscando tus preceptos» (Sal 119, 45).

Te pregunto: ¿Lloraría Jesús por lo que él ve en tu iglesia hoy? ¿Encontrara a sus líderes angustiados por las almas perdidas? ¿O, lo encontrara sacando ganancia de cosas que son santas a los ojos de Dios? ¿Encontrara Cristo a su pueblo orando? ¿O, los encontrara ocupados en mucho que hacer y programas, enfocados en sus propios intereses?

Una vez que Jesús termina su excursión de duelo por tu ciudad, ¿elogiara al pueblo? ¿O, traerá esta advertencia: “Ustedes están ciegos a los tiempos.” El juicio está a la puerta, pero ustedes se parecen al mundo más que nunca. ¿Por qué no están orando, buscándome por fortaleza y sabiduría para redimir el tiempo?”

 

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