Renacer de las cenizas…
Durante más de 500 años, hutis y tutsis habían vivido en paz
bajo la dinastía de reyes tutsis. Pero la paz finaliza con la llegada de los
colonos europeos – primero los alemanes y posteriormente, los belgas- que
llegaron a Ruanda en el siglo XIX. Fueron ellos quienes introdujeron el término
de “identidad étnica” para
garantizar que los grupos estuvieran separados y así controlar mejor la
población. Además, se aliaron con los tutsis porque sus rasgos eran más
parecidos a los de los europeos que los de los hitus
Inmaculée Ibigaliza,
fue sobreviviente del Genocidio de
Ruanda en 1994, cuando tenía 22 años para salvarse permaneció en el baño 91
días escondida, en un espacio estrecho y oscuro. Immaculée perdió a sus padres
y hermanos: Damascene y Vianney, tras la guerra en Ruanda también a sus amigos,
sus compañeros de universidad, su casa, sus recuerdos de infancia. Solo
sobrevivió su hermano Aimable. Trabajó 4 años para la ONU en un campo de
refugiados.
Inmaculée, cuenta en
su libro “el viaje hacia el perdón” que a pesar de sus oraciones le costaba
perdonar a sus enemigos. Y que cuanto más rezaba más le costaba. Ella quería
recibir el amor de Dios, pero ¿cómo iba
recibirlo si en ella había tanto odio…?
Rezaba mucho tiempo con un rosario rojo y blanco que le había
regalado su padre, rezaba el Padre
Nuestro, pero su boca se secaba al llegar al “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” y no podía terminar
la oración. No podía terminar su oración porque realmente
no la sentía.
Su incapacidad de
perdonar causó en ella un dolor mayor que la angustia que sentía por estar
separada de su familia, y era peor que el tormento físico de sentirse
perseguida.
Pero tras semanas de oración constante Dios le tocó el corazón una noche. Le hizo comprender que todos
somos sus hijos y que todos merecemos ser perdonados. También aquellas
personas que han cometido barbaridades como los asesinos hutus. Todos merecen
ser castigados, pero también ser perdonados.
Con sus oraciones el
amor de Dios se derramó en su alma, perdonado sus pecados y haciendo que
pudiese perdonar a todos los que la habían ofendido. La ira, el
resentimiento y el odio que se alojaban en lo más profundo de su corazón desaparecieron,
para dar lugar a una gran paz interior.
Ya no le importaba la muerte, no la deseaba, claro está, pero ya no la temía.
El Padre había limpiado su corazón para que no temiese la muerte. Él había
salvado su alma.
Inmaculée, sintió el poder de Dios y comprendió que su Dios iba a estar a su lado todos los días. Ya no guardaba rencor a los asesinos de su familia, pues sabía que estaban dominados por el diablo. Comprendió cómo el diablo había utilizado el genocidio para traer el sufrimiento y la tristeza a hutus y tutsis por igual. Satanás no eligió el bando, él era el enemigo de toda la humanidad. Efesios 6:12 “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” Con la insistencia en sus oraciones pudo comprender que su Dios nunca la abandonó, que estuvo a su lado todo el tiempo, con el dolor de cada víctima. También en el dolor de los heridos y con los que estaban de duelo.
Así pues, Jesús no necesita templos, su perdón no se logra
con rituales, sino por el perdón interhumano, de manera que los pobres, que
renuncian a vengarse y que perdonan a sus deudores (superando una justicia puramente
legal), son sacerdotes de Dios, humanidad reconciliada. Ese perdón es gratuito,
pero no indiferente; es superior, pero se encarna (ha de encarnarse) en el amor
interhumano, creando un orden social que no nace del talión (doy para que me
des), sino del perdón de los ofendidos
Cuando acudimos a Dios
con un corazón dispuesto, Él siempre responde a nuestras oraciones, de la misma
forma que lo hizo con esta mujer a pesar de su gran sufrimiento. Ella acudió al Dios que
perdona y crea, Jesús pide a los hombres que respondan de igual forma: Que no
condenen, que perdonen.
Perdonad y seréis perdonados. Esta palabra nos
sitúa en el centro del mensaje de Jesús. Quien no juzga al hermano debe
perdonarle, con el amor que se adelanta a las ofensas y calumnias,
introduciendo una experiencia interior del amor creador en el centro de la vida
de los hombres y de las mujeres, por encima de la espiral del odio y la pura
justicia retributiva. No se trata de negar el mal que existe a nuestro
alrededor, ni de dejarlo impune (como si todo nos diera igual), sino de
superarlo por medio del perdón, tanto en un plano de deudas como de ofensas y
pecados.
Esa llamada al perdón no niega la justicia, pero introduce
sobre ella un impulso de creatividad que se funda en que Dios y su Reino es lo
primero (cf. Mt 6, 33). Ella define
la práctica concreta de aquellos a quienes Jesús pide que asciendan de nivel,
superen la espiral de acción y reacción, dejando de responder a la violencia
con violencia, al mal con el mal y la venganza con venganza. Así transciende el
nivel de la pura justicia, para abrirse al amor que crea y perdona). Esta
llamada no habla sólo de un Reino futuro, que vendrá, sino que es ya presencia
del Reino y Jesús la ofrece a cada uno de los hombres y mujeres.
Tiene razón Xabier
Pikaza cuando afirma: “Sólo aquellos que han sido ofendidos (robados,
explotados, asesinados) perdonan de verdad, pues lo asesinos no pueden hacerlo,
sino dejarse perdonar por aquellos a quienes han ofendido. Sólo en
nombre de ellos (de Jesús asesinado) podrá perdonar su Iglesia, como portadora
de una voz que no es suya, sino de la voz de los asesinados (con Jesús). Los
mismos oprimidos tienen la iniciativa y, sin elevarse externamente contra los
sacerdotes y jerarcas, aparecen como autoridad suprema, capaz de perdonar en
nombre de Dios, no por olvido, sino por creatividad más honda” “No son los
sacerdotes (con sus sacrificios de templo) los que pueden perdonar según ley a
los pecadores, ni los monarcas los que pueden amnistiar a sus súbditos, sino
que los pecadores (pobres) pueden y deben perdonar a los sacerdotes y
gobernantes. Ese perdón vincula a Jesús con los pobres y excluidos (víctimas),
a quienes pide que perdonen a sus ofensores/deudores (cf. Padrenuestro),
mostrando de esa forma que ha llegado el Reino” añade.
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