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El perdón nos hace libres


 Dios no es el torturador de nuestra conciencia. Él pone nuestro pasado en el corazón de Cristo. Él es el que teje nuestra vida como un precioso vestido, con los hilos de su perdón.

La certeza de sentirnos perdonados es una de las más ricas realidades que nos ofrece el evangelio nos hace verdaderamente libres. “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados” Col 2.13.

Contemplar el perdón de Dios se convierte en un resplandor de su bondad.

Dios no es un torturador de la conciencia humana. Él nos hace totalmente libres.

Al ofrecer el perdón, Jesús se independiza no sólo de los sacerdotes, sino de Juan Bautista (a quien seguirá considerando el mayor de los nacidos de mujer, aunque aún fuera del Reino: cf. Mt 11, 11). Por eso rompe no sólo con la institución sagrada (templo) y la política imperial (Roma), sino con el mismo proyecto de conversión y bautismo de Juan, para implantar ya el Reino de Dios desde los pobres y marginados de Galilea. Desde ese fondo se entiende su estrategia, es decir, su alternativa: Sabe que Dios no “juzga”, sino que ama, haciendo que los hombres puedan amar a sus enemigos, abriendo desde los ofendidos que perdonan y aman un camino de vida liberada; por eso no instaura una religión de pecado y perdón (como el templo de Jerusalén), sino de liberación (curación) y perdón universal. “Jesús no necesita templos, su perdón no se logra con rituales, sino por el perdón interhumano, de manera que los pobres, que renuncian a vengarse y que perdonan a sus deudores (superando una justicia puramente legal), son sacerdotes de Dios, humanidad reconciliada. Ese perdón es gratuito, pero no indiferente; es superior, pero se encarna (ha de encarnarse) en el amor interhumano, creando un orden social que no nace del talión (doy para que me des), sino del perdón de los ofendidos. Añade

Afirma Xabier Pikaza: Juan Bautista se había opuesto a los sacerdotes del templo, que querían mantener su monopolio sobre el pecado, pero el perdón que él prometía se hallaba vinculado al bautismo (para perdón de los pecados), y Dios lo concedería sólo al final de este tiempo (en el juicio) y sólo a quienes se hubieran arrepentido… Pues bien, en contra de eso, el perdón que Jesús pide a Dios es en el punto de partida (es lo primero, es el don de Reino) y se vincula al perdón mutuo entre los hombres (¡como nosotros perdonamos!), no a un rito bautismal relacionado con la conversión y el juicio.

Así es, El arrepentimiento verdadero abre de par en par las puertas de la misericordia y el perdón divinos. El verdadero arrepentimiento nos ayuda a ver más allá de nuestra condición infeliz, miserable hasta la cruz de Cristo, donde hay libertad, luz y vida. Uno de los últimos mandamientos que Jesús dio antes de ascender al cielo consistió en que se predicara el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones (Lucas 24:47; Hechos 1:8).

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9)

¿Por qué nos detenemos tanto en nuestro pasado, en lo que nos duele?

Me extiendo con mi cuerpo y  mi mente en tensión, cara al futuro, sea corto o largo. Del interior de un capullo irrumpe la vida de una mariposa, para vivir una nova fase de su existencia. Esa fase es el futuro, que comienza a partir de mañana. En el pensamiento de Pablo está olvidar el pasado y ocupar el tiempo futuro para el bien. Cada momento que pasa es una migaja que cae de mesa de  la vida y que jamás volverá. Cargar con el resentimiento nos daña y nos enferma y sobre todo, nos aleja de Dios. (Col. 3:8) Quien usa el tiempo de la vida para crecer en el  amor no tiene tiempo para odiar. Quien se dedica con laboriosidad al futuro non tiene tempo para lamentar el mal que se encuentra a su alrededor.

Detenerse en el pasado sería una ruina. Quien empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios: cfr. Lc 9, 51-62

¡Hemos de desear la enmienda por amor, y no la venganza por odio!  Tenemos  que recordar el pasado con los colores de la alegría y la gratitud. Si hubo errores, agradecer el perdón recibido de Dios y de las personas ofendidas. Si hubo hechos positivos, sentir satisfacción por lo realizado y por el bien que cosechamos. Tagore, decía: “¡Necio, que intentas llevarte sobre tus propios hombros!… deja todas las cargas en las manos de aquel que puede con todo, y nunca mires atrás nostálgico”.

Ya conocemos lo que dijo uno de los primeros testigos de Cristo: Aunque nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón. “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no se acerca a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. “Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sea evidente que sus obras son hechas en Dios” Juan 3.20.

Cristo jamás nos empuja a encerrarnos en nosotros mismos, sino al humilde arrepentimiento de corazón. Esto significa, sencillamente, un impulso de confianza en Él que nos lleva a  arrojar en su corazón todas nuestras faltas y errores cometidos. Mat 11-.30 “porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”

Así pues, una vez liberados por el poder sanador de Dios, podremos vivir intensamente nuestro presente, sin desánimos, porque sabemos que estamos perdonados.

Vivir el perdón nos da la posibilidad de superar las situaciones difíciles de la misma manera que el agua del arroyo se hace camino en la primavera cuando la tierra está cubierta de hielo.

El perdón nace del amor y el amor nos libera, dándonos alas para volar y creando condiciones para crecer espiritualmente. Cuando algunas personas nos hieren y nos ofenden, no son conscientes muchas veces del mal que hacen. Nos hieren porque ellas mismas están heridas, porque padecen complejos de inferioridad y la única manera de hacerse notar y sentirse superiores es pinchar y molestar. En realidad son ellas las únicas perjudicadas. Pero si repetimos las palabras de Jesús en la cruz no necesitamos saltar por  encima de nuestra indignación y dominarnos. Para sentirnos capaces de perdonar nos basta con no considerar al ofensor como un enemigo, sino simplemente como una persona que  se siente ella misma herida. Perdonar a esas personas no significa por nuestra parte un gesto de debilidad, sino una manifestación de nuestra libertad y fortaleza

Vivimos pensando que el perdón es para la persona que nos ofende, pero la realidad es que el perdón nos hace libres a nosotros mismos. Si hermoso es el amor, también lo es el perdón, porque permite que nuestro corazón pueda latir al unísono con el corazón de Jesús.

 

 

 

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