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San Pedro Nolasco y la Oración

Eran tiempos en que los musulmanes saqueaban las costas y llevaban a los cristianos como esclavos al Africa. La horrenda condición de estas víctimas era indescriptible. Muchos por eso perdían la fe pensando que Dios les había abandonado. Pedro Nolasco era comerciante. Decidió dedicar su fortuna a la liberación del mayor número posible de esclavos. Recordaba la frase del evangelio: "No almacenen su fortuna en esta tierra donde los ladrones la roban y la polilla la devora y el moho la corroe. Almacenen su fortuna en el cielo, donde no hay ladrones que roben, ni polilla que devore ni óxido que las dañe" Mt 6,20.

Corría el año 1580 cuando Miguel de Cervantes y Saavedra era rescatado en Argel por la orden trinitaria. Un momento fundamental de la Historia.Y un momento que da cuenta de la importancia que adquirieron durante los siglos XVI y XVII las órdenes religiosas dedicadas a la liberación de los cautivos: trinitarios y mercedarios. 

En 1203 el laico San Pedro Nolasco iniciaba en Valencia la redención de cautivos, redimiendo con su propio patrimonio a 300 cautivos. Forma un grupo dispuesto a poner en común sus bienes y organiza expediciones para negociar redenciones. Su condición de comerciantes les facilita la obra. Comerciaban para rescatar esclavos. Cuando se les acabó el dinero forman grupos -cofradías- para recaudar la "limosna para los cautivos". Pero llega un momento en que la ayuda se agota. Pedro Nolasco se plantea entrar en alguna orden religiosa o retirarse al desierto. Entra en una etapa de reflexión y oración profunda.

El mercader de libertad, Pedro Nolasco, fiel imitador de Cristo Redentor, es un hombre de acción. Viaja, descubre el «infierno» de los cautivos, se siente interpelado por su dolor, desea poner bálsamo en tanta herida… pero es también, y sin duda que por eso, un hombre de oración, un contemplativo.

 La oración surge de la necesidad de la vida en relación con Dios, de un Dios que  quiere ser-con- nosotros y se comunica. Jesús mismo nos invita a ser orantes, a relacionarnos con Dios: “Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre” (Mt 6,6). Él mismo se retiraba al campo o a la montaña para orar a solas con su Abba Padre. Y en los momentos cruciales de su vida, la oración será la fuerza que le sostendrá en los combates interiores. En la oración, Jesús vuelca toda su confianza en el Padre, se fía de Él y se abandona: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42). La oración cristiana no es una soledad, ni tampoco es entrar en un vacío. La oración cristiana va dirigida a una presencia y una relación en absoluta confianza.

Quedarse quieto y orar no significa ser pasivo o descansar en el destino. El destino dice: "Lo que será, será". Pero la fe cambia todo. Quedarse quieto es un acto de fe, un descanso activo en las promesas de Dios, el cese de todas las preguntas, dudas y esfuerzos inútiles.

En efecto, una voz quieta, pequeña a menudo viene a nosotros y Dios comienza a hablar, de pronto tenemos una gran sensación de paz y calma. La voz es reconfortante, relajante, y dejamos nuestro lugar de oración con esa sensación maravillosa. Pero a veces la palabra que escuchamos en oración no ocurre y nos damos cuenta de que hemos escuchado otra voz, no de Cristo. En tal caso, o bien era la voz de nuestros propios deseos y ambiciones o la voz de nuestra carne.

¿Por qué ninguno de nosotros ora como debería? Sabemos que todas nuestras cargas se pueden aliviar cuando nos encerramos con él. La voz del Espíritu Santo sigue llamándonos a la oración: “¡Ven!” Ven al agua que satisface la sed de nuestras almas.

El papa Francisco nos dice que debemos recordar que el Señor entiende su paz como diferente de la paz humana, la del mundo”. Francisco nos habla de la paz “como una especie de tranquilidad interior: estoy tranquilo, estoy en paz”. “Se trata de una idea moderna, psicológica y más subjetiva”, aseguró el papa Francisco. “Comúnmente se piensa que la paz sea la tranquilidad, la armonía, el equilibrio interior”, manifestó, pero esa “acepción de la palabra “paz” es incompleta y no debe ser absolutizada, porque en la vida la inquietud puede ser un momento importante de crecimiento”, precisó.

 Es posible que en ocasiones las tribulaciones pongan a prueba nuestra fe como a los cautivos re dimidos por Pedro Nolasco. Ante tantos sufrimientos y tantos miedos acumulados saltan con fuerza interrogantes hirvientes: ¿Quién es el responsable de tanto desastre? ¿Hasta dónde durará? ¿Es todo esto un castigo de Dios? ¿Es verdad que Dios nos está probando? Así lo afirman algunos  fanáticos religiosos. ¿Para qué entonces sirve la fe en Dios? ¡Para mucho!  En estos tiempos de pandemia Dios no mata el coronavirus, pero sí puede ayudarnos a que nosotros venzamos su invasión. La fe en Dios nos hace conscientes y solidarios. El Señor le pide a su primera iglesia que permita que Su paz gobierne en sus vidas “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos.” (Colosenses 3:15)  ¡Esto se debe a que Él sabía lo que vendría y quería prepararlos! En tan solo pocos años, grandes tribulaciones vendrían sobre ellos. Éstos serían torturados y perseguidos. Enfrentarían tiempos difíciles, perderían sus hogares, sus bienes terrenales serían confiscados, inclusive sufrirían ataques de hombres viciosos quienes pensaron que le harían a Dios un favor aniquilándolos. Dios los estaba previniendo, preparando. ¡Nosotros debemos ser cimentados en Su paz porque solamente ésta nos permitirá enfrentar los cambios que vienen!

Por momentos desde el dolor y el sufrimiento, pensamos en una incomprensible crueldad, como si Dios nos dijera: “arréglatelas como puedas” Muchas veces nos culpamos buscando respuestas al proporcionado “castigo” que nuestra obstinación merece. Pero en un oráculo cargado de esperanza, Dios proclama en el libro de Isaías: “Era como una esposa joven abandonada y  afligida, pero tu Dios te vuelve a llamar y te dice: por un pequeño instante te abandonaré, pero con bondad inmensa te volveré a unir conmigo. En un arranque de ira,  por un momento, me oculté de ti, pero con amor eterno te tuve compasión». (Is 54: 6,8). El Dios cristiano nos abandona”, pero ese abandono es su peculiar forma de estar con nosotros. Mientras se prepara para morir en el huerto de Getsemaní, Jesús pide al ser humano que participe en su impotencia. Ese gesto es una forma de comunión con lo sagrado que reconoce la autonomía del mundo y la responsabilidad del hombre: «El mundo adulto –escribe Bonhoeffer– está más sin Dios que el mundo no adulto, y precisamente por esto quizás más cercano a Él».

El pesimismo es una tentación moderna. Algunas grandes epidemias y el hambre de millones de personas en el mundo son problemas que la humanidad puede resolver. Esto, unido al egoísmo que existe también a nivel político, hace que estemos especialmente sensibilizados ante el tema. Debemos trabajar mucho todos para que este problema se reduzca lo máximo posible. Como repetía Benedicto XVI, “el hombre del tercer milenio desea una vida auténtica y plena, tiene necesidad de verdad, de libertad profunda, de amor gratuito. También en los desiertos del mundo secularizado, el alma del hombre tiene sed de Dios, del Dios vivo”. De ahí la responsabilidad de los creyentes, cada uno desde su sitio, de aportar luces nuevas, en la estela de los primeros cristianos. El Espíritu, como invoca una oración clásica,  renueva todas las cosas, también la vida de los cristianos. Nos hace capaces de encontrar modalidades que sean adecuadas a los tiempos y a las situaciones.

Probamos todo menos la oración. Leemos libros, buscando fórmulas y pautas. Vamos a amigos, ministros y consejeros, buscando en todo lugar una palabra de consuelo o consejo. Buscamos mediadores y olvidamos al único Mediador que tiene la respuesta para todo.

Nada disipa la ansiedad y el vacío más rápido que una o dos horas encerrado con Dios. Nada puede tomar el lugar de orar al Padre en ese lugar secreto. Ve al Padre, dobla tus rodillas, abre tu corazón y grita tu angustia. Cuéntale sobre tu soledad, miedos y fracasos. Esa es la solución a toda la confusión en nuestros corazones.

 

Comentarios

  1. Bonito relato..Así se manifesta esta energía llamada Dios. Entre alegría y sacrificio eligió a su hijo, Jesús el Mesías. De la misma manera nos elegido a nosotros para que le sigamos.

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