Vida en abundancia
Jesús dijo: “Yo he
venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan
10:10). Sin embargo, para obtener esta vida abundante, debemos abundar más y
más en agradar al Señor. Pablo escribió: “Os
instamos y exhortamos en el Señor Jesús a que abundéis cada vez más, así como
aprendisteis de nosotros cómo debéis andar y agradar a Dios” (1
Tesalonicenses 4:1,) así como “Por tanto, mis hermanos amados, estad firmes y
constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro
trabajo en el Señor no es en vano” (1
Corintios 15:58).
Dios siempre desea derramar más de su gloria sobre su
pueblo. Él anhela hacer por nosotros “mucho más abundantemente de lo que
pedimos o entendemos” (Efesios 3:20,).
Es por eso que quiere un pueblo que tenga un apetito voraz por más de él. Quiere llenarnos con su asombrosa
presencia, más allá de cualquier cosa que hayamos experimentado en nuestras vidas.
Esta palabra
"abundante" en griego es perisson, que significa "excesivamente,
altamente, más allá de la medida, más, superfluo, una cantidad tan abundante
como para ser considerablemente más de lo que uno esperaría o
anticiparía". En definitiva, Jesús nos promete una vida mucho mejor de
la que nos podríamos imaginar, un concepto que nos recuerda de 1 Corintios 2:9: "Cosas que ojo no
vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha
preparado para los que le aman". El apóstol Pablo nos dice que Dios es
capaz de “hacer todas las cosas mucho
más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”, y lo hace por Su poder, un
poder que está obrando dentro de nosotros si le pertenecemos a Él (Efesios
3:20).
La vida, la cantidad de vida y, principalmente la calidad de
vida, está siempre, y ahora más que nunca, en peligro.
La economía actual de producción y consumo, condicionan la
ética de la vida y de la convivencia. La ética ecológica y contemplativa, que
hermana al hombre con la naturaleza y por medio de esta, a los hombres entre
ellos mismos, ha de condicionar la economía. No creo que el liberalismo tenga
respuesta ni sea una salida válida a este reto histórico, o sea, que haya unos
cuantos más fuertes y opulentos, para
que caigan más migajas al suelo, debajo de la mesa donde los pobres Lazaros
malvivan y mueran con las sobras avaras y sórdidas del rico Epulón.
No confundamos calidad de vida con sociedad de bienestar.
El mensaje de
Jesús se presenta como una buena noticia para el hombre de parte de Dios.
Dios ama a todos y cada uno de los seres humanos y quiere para ellos un futuro
lleno de vida. Lo que todos buscamos coincide con lo que Dios quiere y lo que
Jesús, en su nombre, anuncia: un mensaje de felicidad y de vida.
Nos interesa no sólo una posibilidad de vida básica con las
mínimas y primarias necesidades cubiertas, sino una vida de calidad para todos, que incluya todo lo que puede llamarse
bioética, con el hombre en el centro como eje: mejora del trabajo y de las
condiciones laborables, humanización de la vida urbana, disminución de las
burocracias y papeleos, nueva política de vacaciones y de entretenimiento, del
tiempo libre o del ocio, aislamiento de
ruidos y ampliación del espacio, menos esclavitud del reloj y del calendario,
protección de la naturaleza, etc.…
La meta de la calidad de vida intentará siempre ofrecer a
los más posibles y por largo tiempo, las condiciones de vida correspondientes a
la dignidad humana.
La lectura de la realidad, cruda y triste, de la muerte de
tantos momentos vitales, no termina en
la tumba. La abundante vida divina, es nuestra meta. Esencialmente. La
lectura de la realidad desde la utopía, desde la Resurrección, nos devuelve la vida como don ya imperdible y como
sacramento a celebrar conservándola y derramándola para los otros. La
resurrección de cristo, la pascua, es la realidad definitiva de la mejor vida (“ha pasado a mejor vida”, decimos cuando
uno muere) y “toda resurrección” todo gramo de vida de calidad, es ahora
sacramento de la resurrección, signo y realidad de la resurrección, pues la
significa y la realiza.
Recobremos hoy el sentido de la resurrección. Hagámosla y
formulémosla. ¿Qué sería de la fe sin las “traducciones” que la hacen
inteligible al hombre de Hoy?
Toda educación
religiosa debe presentar un Dios en positivo. No sólo como el que remedia
nuestras carencias sino, sobre todo, como el que lleva a plenitud lo humano.
No habría, pues, que presentarlo como el “soluciona
problemas”, sino como el que dignifica
a la persona, la fundamenta y la hace existir.
El cristo redentor ha
venido a abrir una brecha a nuestros límites, ha explicado una nueva manera de
existencia. Nos enseña el camino: no adoptando otra vida, sino adoptando una
cierta calidad de esta vida. Cada uno de nuestros actos, liberadores y
creadores, explica el alcance de la obra redentora, de cruz y resurrección.
Cristo es viviente cada vez que aportamos alguna cosa nueva a la misma manera
de vivir.
La resurrección no es un dogma que haga inútil la creación o
nos aliene de la vida social; lleva las entrañas semillas revolucionarias.
Concebimos el reino de Dios no como “otro” mundo, en el espacio y en el tiempo,
sino como un mundo otro, cambiante y cambiado por nuestro propio esfuerzo. El Apocalipsis (21,1) no dice que la
tierra será sustituida por el cielo, sino que vendrán un cielo nuevo y una
tierra nueva. No se trata de dar la espalda a la tierra para ir al cielo, ni
dejar el tiempo a favor de la eternidad. La escatología no consiste en
declarar: “he aquí que todo se acabará”; sino en proclamar: “mañana puedo ser
diferente”. La recreación permanente de una vida nueva, de una vida de calidad
es un acto esencial del hombre y del creyente.
La verdadera vida
abundante consiste en una abundancia de amor, gozo, paz y el resto del fruto
del Espíritu (Gálatas 5:22-23), no una abundancia de "cosas".
Consiste en una vida que es eterna, y, por lo tanto, nuestro interés está en el
eterno, no el temporal. Pablo nos amonesta, "Poned la mira en las cosas de
arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios" (Colosenses
3:2-3).
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