Parece que a Monseñor Demetrio Fernández no le gusta el papa Francisco
Monseñor Demetrio Fernández afirma” El Papa Juan
Pablo II calificó como definitiva la doctrina por la que la Iglesia sólo puede ordenar sacerdotes a los
varones. Y lo calificó así en virtud de la infalibilidad con que el
Espíritu asiste al Magisterio in docendo. No tiene ningún sentido
ahora contradecir lo que el Espíritu ha dicho a su Iglesia en un momento dado o
hacer propuestas que no brotan de esa escucha al Espíritu, propia del clima
sinodal. Dígase lo mismo en su nivel lo referente al celibato sacerdotal. “Un primer criterio de discernimiento es la
Palabra de Dios. En ella, Dios sigue hablando hoy a su pueblo, sigue hablando
hoy a nuestro corazón. Añade
Hay personas así, "opinadores" profesionales,
mentes endurecidas en el "yo tengo la razón y tú te equivocas". Son
perfiles con el orgullo muy grande y una empatía muy pequeña, especialistas en
alzar discusiones continuas, artesanos habilidosos en desestabilizar la armonía
de todo contexto. Hay algunos con una voz interior que, de modo repetitivo, les
dice una y otra vez que sus creencias
son las mejores, que sus enfoques son inamovibles y que su verdad es un
faro de sabiduría. La necesidad de tener siempre la razón es un mal moderno
capaz de afectar a nuestra salud física y emocional. La vida y las personas
encuentran su máxima belleza y expresión en la diversidad, en los enfoques
variados, en las distintas perspectivas de pensamiento ante los cuales, ser
siempre receptivos para aprender, crecer y avanzar. Quien se obsesiona en tener siempre la razón sufre el aislamiento y
la ansiedad.
La intolerancia, el ego, el orgullo, la incomprensión y la
falta de empatía son barreras construidas que nos alejan de momentos de
felicidad o estados de tranquilidad y paz interior.
La plena posesión de la Verdad no es de aquí abajo. ¡La claridad total no es del hombre. Es
de Dios! Es necesaria la humildad. La humildad, que es la verdad, nos fuerza
a abandonar un trono que no nos corresponde, pero nos libra del abismo de la
desesperanza total. Y, al fin con esta humildad, que es la verdad, se puede vivir...
Debería saber D. Demetrio que El Espíritu Santo actúa a
través del diálogo comunitario, no por la inspiración de algunos miembros
especiales de la iglesia. Ciertamente, tiene que actuar el Espíritu de
Dios, pero sólo puede hacerlo a través diálogo libre en amor y respeto, en cada
una de las comunidades. Debería reconocer también que los obispos y jerarcas no
tienen la exclusiva del Espíritu Santo… Al contrario, el Espíritu Santo empieza
hablando por la comunidad reunida, que escoge a sus ministros. Por
eso, el nombramiento normal de los obispos debe hacerse a través del diálogo de
los cristianos, que son portadores de la palabra y amor de Cristo y así han de
expresarlo, escogiendo a sus ministros, a la luz de las necesidades de los
pobres y excluidos, conforme a la palabra del Primer Concilio de Jerusalén: nos
ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros
(Hech 15, 28).
Jerarcas de esa casta
de tremendas aseveraciones y juicios para con los demás, son los que hay que
evitar y quisiera animar desde mi humilde posición a reírnos de ellos.
Reírse, como en la novela de El Nombre de la Rosa donde
fray Guillermo de Baskerville, ridiculiza al rigorista anciano del
monasterio, Jorge de Burgos, representante de la más venerable tradición
monacal que impedía la risa en sus religiosos. Reirse porque la norma
no es la última palabra de nada, sino Jesús vivo y presente.
Tiene Razón el papa Francisco cuando afirma: Junto a la
riqueza, “la rigidez del corazón, y la rigidez en la interpretación de
la ley”, la misma que Jesús reprocha a los doctores de la Ley. “Eso no
es fidelidad, es seguridad para uno mismo”, lamentó, recordando cómo, en Buenos
Aires, una mujer -perteneciente a un movimiento eclesial- fue a confesarse
asegurando que estaba en pecado mortal por haber acudido a misa el sábado por
la tarde... pero las lecturas no eran las del domingo. “Eso nos aleja de la
belleza de Jesús, nos corta la libertad. Muchos pastores hacen crecer
esta rigidez en las almas de los fieles. Y esta rigidez no nos deja entrar por
la puerta de Jesús. ¿Es más
importante observar la ley como yo la interpreto que la libertad para seguir a
Jesús?”, se preguntó el papa. “Un clericalismo que quita la libertad de la fe
del creyente. Es una enfermedad de la Iglesia”. También, el espíritu mundano, “cuando la
observancia de la fe termina en mundanidad”. Todas ellas, concluyó Francisco,
“nos hacen ovejas de formas de vida, de ideologías en las que falta la
libertad. Y no se puede seguir a Jesús sin libertad.”
Las creencias de la Iglesia Católica sobre sexualidad y las
prácticas que promueve (castidad, virginidad, abstinencia y celibato) no son
inocuas, sino “tremendamente negativas y
destructoras del mejor funcionamiento de las personas”, explica el
psicólogo Claudio Ibáñez. La idea de que esas prácticas son virtuosas,
dice, “es un adoctrinamiento que genera inmadurez socio-emocional, deprivación
sexual y, de seguro, una lucha culposa entre la realidad sexual humana normal y
el “deber ser sexual” inalcanzable, mítico y fantasioso”. Y agrega: “La
incapacidad de la Iglesia para manejar el comportamiento sexual de sus
consagrados se mantendrá mientras no cambie los supuestos falaces sobre
sexualidad que su doctrina contiene, e incorpore una visión positiva de la
sexualidad humana basada en el mejor estado actual del conocimiento
psicológico”.
Producto de sus relaciones sexuales muchos consagrados
generan embarazos y procrean hijos. Vincent Doyle, hijo de sacerdote y fundador
de Coping International.com (entidad dedicada a apoyar
psicológica y pastoralmente a hijos de sacerdotes y vinculada con el Vaticano
para estos fines) estima, conservadoramente, que existirían a nivel mundial
alrededor de 4 mil niños hijos de consagrados. Y los
“frutos del celibato”, los hijos que los curas han tenido por ahí, por ahí
andan sin padres, porque el cura prefirió, animado por la jerarquía, continuar
sus tareas sacerdotales en contra o abandonando a la madre y al hijo o los
hijos. Una vez más la ley eclesiástica, en este caso el celibato, se
impone a los más elementales y fundamentales derechos humanos, como la familia,
la mujer y los hijos. Tienen razón las mujeres al sentirse heridas y
maltratadas por la iglesia católica romana institucional a pesar de todo lo que
trabajan en ella Nada de sacerdocio de la mujer, nada en absoluto, ni siquiera
esta permitido hablar del tema oficialmente. ¡Cuantas parroquias en el mundo
entero se sostienen gracias al celoso y duro trabajo de las mujeres, monjas y
seglares! La iglesia es desagradecida y arrogante, y eso se siente en el alma.
La intoxicación de las almas sigue su curso en doctrinas
y actitudes de la iglesia a pesar que el concilio Vaticano II abrió puertas y
ventanas. No importa el concilio Vaticano II fue pronto olvidado y enseguida
enterrado.
La iglesia católica romana no se reforma porque, al fin y a
la postre, no lo quieren los jerarcas. Son ellos los incorregibles,
interesadamente incorregibles, pues al cambio perderían mucho, prerrogativas,
privilegios y prebendas, ese es un hecho cantante y sonante, perderían lo que,
al parecer, más se quiere en este mundo, para bien o para mal: poder y dinero.
Y eso no entra en sus planes, no va a estropear su carrera, la carrera que un
día a dedo les regalaron las altas jerarquías y entre tanto el pueblo sigue
aguantando y sufriendo sus dictados, son las victimas ¿hasta cuándo?
La verdad libera. Te
hace libre de predicaciones muertas, libre de pastores muertos, libre de
tradición muerta, libre de doctrina de demonios. Libre de compañerismos que
ponen la verdad a un lado porque no tiene mucho amor, como dicen. Los amantes y
hacedores de la verdad desean entrar a la luz, tener toda obra secreta
descubierta. Jesús dijo, Pues todo el que hace lo malo aborrece la luz, y no se
acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto. En cambio, el
que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea claramente que ha
hecho sus obras en obediencia a Dios.
(Juan 3:20,21).
Me duelen
determinados curas y sus formas. Pero me compensan otros que comparten conmigo
sus inquietudes y sus luchas que dejan su piel en el intento de cambiar este
mundo ancho y ajeno como decía el poeta peruano César Vallejo. Curas
que se prendieron del Evangelio, no del Derecho en sí, de la norma disciplinar
como forma de vida, sino del Evangelio. Estos curas representan el modelo de
presbíteros que desea la Iglesia de Dios. Apasionados por el Reino de Dios y su
justicia. Sus palabras son fuego, como la del Bautista, que no soportan la
hipocresía del mundo y la ambigüedad para con los valores del Reino. Su corazón
es pasión por ver madurar y crecer a las personas y a sus feligreses, sacarlas
de su postración, elevarlas a la categoría que el bautismo les ha conferido.
Enérgicos, coléricos, de mala leche, pero al mismo tiempo profundos,
espirituales, humanos, llenos de Dios.
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