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El despilfarro de alimentos puede considerarse como “robar o profanar lo que es sagrado”

¿Qué es lo primero que haces cuando abres el refrigerador y ves que hay un alimento que ya se venció o que tiene mal aspecto? Posiblemente tu respuesta rápida sea: tirarlo a la basura.

Elena de White (Gorham, 26 de noviembre de 1827), al pensar sobre el consumismo, mucho antes de que esa palabra tuviera la connotación que conocemos hoy, ella escribió:“Hay que cortar todo gasto innecesario. Que los ayudantes comprendan que el consumo no debe exceder la producción.  La economía es una ciencia muy valiosa. Muchos malgastan demasiado al no guardar los residuos. En muchas familias se malgasta lo que podría sostener a una pequeña familia” (El ministerio médico, p. 230).

El desperdicio de alimentos en la Unión Europea es de unos 88 millones de toneladas al año, lo que supone una pérdida de unos 143.000 millones de euros.
Mientras en Estados Unidos desecha el 40% de lo que produce. Pero al mismo tiempo, uno de cada ocho estadounidenses tiene dificultades para llevar el pan a la mesa.

La pérdida y el desperdicio de alimentos tiene un impacto negativo en el medio ambiente. Muchos alimentos se pierden o desperdician a lo largo de toda la cadena alimentaria, desde la producción agrícola hasta el consumo final en los hogares.

Según los resultados del estudio liderado por la ONU, la mayor parte del desperdicio de alimentos —equivalente a un 61%—, proviene de los hogares. Es decir, de las casas de cada uno de nosotros. De esa manzana que quizás compraste de más y decidiste desecharla. O de ese plátano que, tras llevar días en tu cocina, se puso negro.

Pero ¿alguna vez te has detenido a analizar cuáles son las consecuencias de desperdiciar alimentos?

El desperdicio de alimentos es sin duda uno de los mayores problemas de nuestro tiempo. Desperdiciar comida no es sólo una cuestión de ética, sino que conduce a un agotamiento de los ya limitados recursos naturales de nuestro planeta. Nuestro comportamiento no es sostenible para el medio ambiente.

Las pérdidas de alimentos conllevan el desperdicio de recursos utilizados en la producción como tierra, agua, energía e insumos, por lo que producir comida que no va a consumirse supone emisiones innecesarias de CO2 que contribuyen al calentamiento global y cambio climático.

No solo producimos de más, sino que también malgastamos muchísima comida. La ONU estima que 1.300 millones de toneladas anuales de alimentos —un tercio de la producción mundial— terminan en la basura antes incluso de llegar al plato. Mientras tanto, el 10,5% de la humanidad sufre desnutriciónel 26% padece sobrepeso y los gases de efecto invernadero (GEI) derivados de la industria alimentaria suponen entre el 25 y el 30% de las emisiones totales que han propiciado la crisis climática actual.

 El papa Francisco llamó al mundo a evitar el desperdicio de alimentos y a trabajar por una mejor distribución de la comida, durante la Audiencia General de los miércoles en la que centró su mensaje en la Jornada Mundial del Medioambiente en el año 2013.

"Dios confió al hombre y a la mujer el cultivo y cuidado de la tierra, para que todos pudieran habitar en ella, pero el egoísmo y la 'cultura del descarte' han conducido a desechar a las personas más débiles y necesitadas", dijo el Papa.

"Más aún, en muchas partes del mundo, no obstante el hambre y la desnutrición existentes, se desechan los alimentos... Cuando la comida se comparte de modo justo, nadie carece de lo necesario. Los alimentos que se tiran a la basura son alimentos que se roban de la mesa del pobre, del que tiene hambre. La ecología humana y la ecología medioambiental son inseparables", agregó  el papa.

Para 2050 se espera que haya 2.300 millones de personas más en el planeta, lo que requerirá un aumento del 60-70% en la producción de alimentos en todo el mundo. De lo que no nos damos cuenta es que casi mil millones de personas en el mundo tienen menos de una cuarta parte de lo que puede comer una persona que vive en Europa o en Estados Unidos. 

La fe cristiana advierte que seremos juzgados si no alimentamos a los hambrientos y a los pobres (Mt 25). Francisco describe la “cultura del descarte contemporánea (LS 16,20-22) como injusta y pecaminosa. “Cada vez  que se tira más comida es como si se robara de la mesa de los pobres” (LS 50). La justicia social, la degradación del medio ambiente y el uso irresponsable de los recursos están profundamente interconectados. “Estos problemas están  íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura” (LS 22)

El despilfarro de alimentos puede considerarse, por tanto, un sacrilegio que significa “robar o profanar lo que es sagrado”

En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad” (LS 50)  “Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta» (LS 56)

Como señala el filósofo Michael Sandel: “Hemos pasado de tener una economía de mercado a una sociedad de mercado.”

El ideal de felicidad que podemos encontrar en los Evangelios también puede ayudarnos a darnos cuenta de los límites en una cultura del crecimiento ilimitado.

El consumismo afecta a uno de los principios más nobles del cristianismo, que es la compasión. Las personas que se dedican de modo ciego a un comportamiento consumista tienen dificultades para actuar de modo solidario y para ayudar a las personas que están en necesidad.

Existe un papel que los dirigentes de la Iglesia deberían destacar en la actualidad: la necesidad de reflexionar sobre el consumismo y cómo puede perjudicar al seguidor de Cristo en particular, y a la Iglesia en forma general. ¿Hasta dónde afecta el consumismo a los valores cristianos como la misericordia, la compasión y la fe? ¿De qué forma el consumismo se expresa actualmente en las iglesias? 

 

 

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