Una iglesia que no sirve, no sirve para nada…
Las noticias
confirman que en una festividad como el Corpus Christi la plaza de S.
Pedro aparezca medio vacía clama a voces y por sí sola que no es la sinodalidad
lo que el pueblo fiel está demandando, sino algo más profundo y más auténtico:
la fidelidad a las enseñanzas del Maestro.
En los Sacros
Palacios hay mucho nerviosismo con la falta de fieles en los actos del Papa
Francisco, decir poco, es decir mucho.
La moral cristiana no puede reducirse al cumplimiento legal
de unos preceptos morales o de unos cánones, sino que se orienta a una vida
nueva en el Espíritu, capaz de recrear en cada momento el Evangelio.
Los profetas del Antiguo Testamento y el propio Jesucristo
critican duramente la conducta de quienes se creen justificados por el hecho de
celebrar con toda corrección el culto a Dios, mientras olvidan todas las
exigencias de la caridad fraterna y de la justicia.
No se puede engañar a
Dios. A Dios no lo ciegan los sacrificios y las ceremonias.
“Jesús se puso de pie y alzó la voz diciendo: si alguno
tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva” (Jn
27,28).
Jesucristo inaugura un nuevo culto que sólo podrá realizarse
mediante la acción del Espíritu Santo (Jn
4, 23: 7,37). Cristo no desautoriza el culto religioso como no lo
desautorizaron los profetas. Pero subraya con toda energía la autenticidad con
que se ha de participar en una celebración si se quiere agradar a Dios (Mt
15,10: 5,23)
Los dirigentes religiosos están muy preocupados ante la
indiferencia y la frialdad religiosa que se manifiesta incluso entre sus
propios feligreses. Las grandes iglesias enseñaron a sus fieles lo ficticio y
no la realidad de Cristo. Por esto, muchas personas sienten un vacío enorme,
pues aprendieron a cumplir con ritos, con normas rutinarias, y a vivir con lo
que satisface la carne. Nunca fueron convertidos a una vida nueva. “El que es
nacido de carne, carne es” (Jn 3,6).
Todo lo que se
realiza según la carne, aún en el terreno religioso no puede producir frutos
espirituales.
Si a las multitudes
se les enseñase el cristo evangélico no veríamos estos estados de crisis
colectiva y los Jerarcas no tendrían motivos para preocuparse y alarmarse.
El hecho de que muchos fieles se pasen a las sectas no es
algo que pueda considerarse intrascendente. Se debe, en realidad, a una
insatisfacción religiosa. En las sectas, las gentes encuentran comunidades
pequeñas y de grandes lazos afectivos, donde cada uno se siente valorado por lo
que es; donde se permite la participación directa de todos; donde los ministros
suelen ser personas que pertenecen al pueblo… y además, las celebraciones son
vivas, alegres y fraternas.
Así las cosas, un pueblo que no encuentra en la religión la
manera de transformar eficazmente su situación tiende a acudir a las sectas en
busca de una ayuda y alivio a sus males.
Lo torcido no se
arregla rezando un salmo. Lo torcido sólo se arregla enderezándolo.
No podemos ir a la Iglesia cada domingo y después seguir
robando, mintiendo, explotando y calumniando al prójimo.
¡No podemos ser
sinceros con Dios cuando engañamos a nuestros semejantes! Dios no acepta las
genuflexiones ni los golpes de pecho de quien conculca la justicia.
No se va a la Iglesia para eludir las exigencias éticas más
acuciantes, sino para tomar conciencia de nuestra responsabilidad.
Dicho de otro modo,
lo que se condena es utilizar el templo como un refugio, como la cueva donde
los delincuentes se ponen así al resguardo de un justo castigo.
De lo que se reniega es del uso tranquilizador de las prácticas
religiosas.
Algunas personas ofrecen sacrificios, participan en
ceremonias grandiosas y se sienten tranquilos: “estamos seguros”. Es decir: “el
Señor está con nosotros” Jeremías replica sin contemplaciones: “¡no! El Señor
está con vosotros sólo si vosotros estáis con él, es decir, si vuestra conducta
se ajusta a su voluntad.
Dios no está contento
cuando los cristianos nos centramos solamente en la preocupación cúltica,
abandonando a los necesitados. Estos temas deben estar al mismo nivel que la
evangelización. Debemos ver la acción social con una visión más amplia,
extensa y comprometida. Sólo si nos dejamos evangelizar por los pobres podremos
ser cristianos. No se trata de ayudarles de un modo “superior”, con una limosna
“piadosa” para justificarnos a nosotros mismos, sino de ver en ellos el rostro
de Dios.
Creo que lo que Jesús quiere evitar es el ritual vacío de
compromiso con el Prójimo.
Jesús nos dice: “No
todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en
aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos
fuera demonios, y en tu nombre hicimos milagros? Y entonces les declararé:
Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.
No olvidemos tampoco
que en la parábola del buen samaritano, el texto condena al sacerdote que
consideró más importante seguir hacia su ritual que el pararse y mancharse las
manos con el herido, apaleado y dejado tirado al lado del camino.
Cuando dejamos todo esto de lado y no encarnamos el
evangelio en nuestras vidas, sino que más bien nos dedicamos a defender la
ideología o ideologías que satisfacen nuestras maneras de pensar, deberíamos
plantearnos si realmente estamos sirviendo a Dios o al dinero.
Jesús no desea velas
y Cirios encendidos…Pero sí desea “cristianos encendidos”, ¡cristianos
transparentes que sean luz! Tampoco desea ceremonias oficiales, con las
autoridades civiles en primera fila codo con codo con la mitra de los obispos.
¡Jesús busca a los pobres!
Jesús llora por nuestro cristianismo satisfecho,
triunfalista, hecho de cosas más que de personas, de palabras vacías más que de
vida, de tradiciones y de ritos vacíos más que de fe, de limosnas más que de
caridad… asemejándose muchas veces a una burguesía del espíritu más que a una “pérdida de la propia vida”
Gracias por esta reflexión que afecta a “todos los cultos cristianos “
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