La agenda del señor obispo.
Esta mañana escuchando la entrevista al señor obispo de
Mondoñedo Ferrol, Fernando Cadiñanos, en el programa de Radio Voz de Isidoro
Valerio. Me hicieron reflexionar las palabras de Isidoro al obispo debido a la
numerosa actividad que el obispo desarrolla en la diócesis: “cómo siga usted así pronto va llegar a papa...”
El mundo moderno es acción permanente y acelerada. La
rapidez para lograr un resultado puede ser más valorada que la calidad del
mismo. No existe ámbito de la vida cotidiana que no esté marcado por este
exasperante apresuramiento. Los pastores que trabajan en el ministerio no están
a salvo de los efectos de este agitado remolino.
La Iglesia de nuestro tiempo se desarrolla a un ritmo
acelerado. Muchas veces su agenda está centrada en puro activismo saturado de eventos, que pocas veces le dejan
espacio para otras cosas esenciales como suelen ser la oración, el estudio de
la Palabra y el discipulado.
A tal ritmo de puro activismo religioso surgen conceptos e
idealismos confusos, que al no poder definir bíblicamente los factores que
caracterizan una iglesia saludable, entonces llevan al liderazgo a confundir
el activismo religioso con la salud y el crecimiento espiritual.
Es probable que las
muchas actividades mantengan a los dirigentes ocupados en la planificación y preparación
de visitas y constantes eventos, pero no les brindan los recursos y las
herramientas cristianas necesarias, para tener un buen desarrollo y crecimiento
espiritual correcto y adecuado de acuerdo a lo que establecen las Escrituras.
Sólo las disciplinas espirituales y una vida de oración, le
garantizan al creyente las bases necesarias para afrontar las adversidades y
las pruebas que ha de afrontar a diario.
Jesús manda a los suyos sin «talega, ni alforja, ni
sandalias» (Lc 10,4). La difusión
del Evangelio no está asegurada ni por el número de personas, ni por el
prestigio de la institución, ni por la cantidad de recursos disponibles. Lo que
cuenta es estar imbuidos del amor de Cristo, dejarse conducir por el Espíritu
Santo, e injertar la propia vida en el árbol de la vida, que es la Cruz del
Señor.
Hoy la palabra de
Dios nos habla de la misión. ¿De dónde nace la misión? La respuesta es
sencilla: nace de una llamada que nos hace el Señor, y quien es llamado por Él
lo es para ser enviado. Pero, ¿cuál debe ser el estilo del enviado? ¿Cuáles son
los puntos de referencia de la misión cristiana? Las lecturas que hemos
escuchado nos sugieren tres: la alegría de la consolación, la cruz y la
oración.
¡El misterio pascual es el corazón palpitante de la misión
de la Iglesia! Y si permanecemos dentro de este misterio, estamos a salvo tanto
de una visión mundana y triunfalista de la misión, como del desánimo que puede
nacer ante las pruebas y los fracasos.
En el Evangelio hemos escuchado: «Rogad, pues, al dueño de
la mies que mande obreros a su mies» (Lc
10,2). Los obreros para la mies no son elegidos mediante campañas
publicitarias o llamadas al servicio y a la generosidad, sino que son
«elegidos» y «mandados» por Dios. Por eso es importante la oración. La Iglesia,
nos ha repetido Benedicto XVI, no es nuestra, sino de Dios; el campo a cultivar
es suyo. Así pues, la misión es sobre todo gracia. Y si el apóstol es fruto de
la oración, encontrará en ella la luz y la fuerza para su acción. En efecto,
nuestra misión pierde su fecundidad, e incluso se apaga, en el mismo momento en
que se interrumpe la conexión con la fuente, con el Señor.
Martin Luther King
pudo ser un simple activista, un alarmista callejero. Pero sin embargo, fue una reflexión profunda en lo que dice la
Palabra de Dios sobre el valor de ser humano lo que lo convirtió en un soñador
de realidades posibles, en un líder extraordinario. Sus acciones estaban
inspiradas en logros de gran alcance, en sueños, en ideales, en metas
trascendentes. Su famoso discurso “Tengo
un sueño” releva los motivos de sus acciones.
Jesús es el mejor
ejemplo para ayudarnos a equilibrar nuestras acciones. En Mateo 14:22 dice “En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la
barca e ir delante de él a la otra rivera, entre tanto que él despedía a la
multitud”. El Señor había culminado la acción singular de alimentar a toda
una multitud. Sin dudas se trataba de un hecho grandioso y sin precedentes.
Cualquiera hubiese seguido activado, pues se trataba de momento cumbre en el
ministerio del Maestro.
Jesús despidió la multitud, envió a los discípulos a la otra
orilla y se quedó solo. Luego avanzada la noche se reencontró con sus
compañeros en medio del mar para tener una experiencia más significativa y
cercana con ellos. Jesús, más allá de la impresión del milagro de los panes y
los peces, quería tener con los suyos experiencias cercanas y personales que
contribuyeran a su formación humana y espiritual para el desempeño de la misión
que estaban llamados a cumplir.
Si nuestra agenda nos
impide detenernos y pensar en cosas que trasciendan nuestra rutina diaria de
tareas y afanes, es muy posible que estemos viviendo bajo los efectos de un
activismo compulsivo que nos está privando de emprender labores verdaderamente
importantes para nosotros y también para los demás.
El riesgo del activismo, de confiar demasiado en las
estructuras, en nuestros propios esfuerzos, está siempre al acecho. La trampa está en llegarnos a creer que
nuestro gran aporte consiste en llenar nuestra agenda diaria de tareas y esforzarnos
en cumplirlas. En este afán no alcanzamos diferenciar lo urgente de lo
importante y perdemos la perspectiva de logros de mayor trascendencia. Si
miramos a Jesús, vemos que la víspera de cada decisión y acontecimiento
importante, se recogía en oración intensa y prolongada. Cultivemos la dimensión
contemplativa, incluso en la vorágine de los compromisos más urgentes y
acuciantes. Cuanto más nos llame la
misión a ir a las periferias existenciales, más unido ha de estar nuestro
corazón a Cristo, lleno de misericordia y de amor. ¡Aquí reside el secreto de
la fecundidad de un discípulo del Señor!
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