El obispo cabeza unificadora de la Diócesis
Tengo la impresión de
que muchos obispos, pasado el amor y el ardor primero de su consagración como
tales, comienzan a adaptarse a un ritmo de hacer su labor pastoral, que les
lleva a olvidar que ellos son también Pueblo de Dios. Poco a poco van escalando
los peñascos de la base hasta situarse en la cima, siempre en el otero, muy por
encima de ese pueblo al que deben pastorear. Se acomodan y se sientan con
actitud vigilante, tal como harían los pastores de las ovejas que balan, en lo
alto del peñasco tocando la flauta, muchas veces con un sonoro deje de
prepotencia.
Siento que al decir
esto pueda hacer sufrir algún obispo, “pero espero también que con la
ayuda del Espíritu Santo podamos hacer todo el bien que necesitamos.” Me entristece
ver como algunas personas no tienen compasión con los obispos en los
comentarios que hacen de ellos, “pero como no pertenecen a mi jurisdicción” me
es imposible poder interceder por ellos….
El Papa afirmó que los obispos deben, ante todo, rezar. Lo
subrayó con toda claridad: «Un obispo
que no reza es un obispo a mitad de camino. Y si no reza, cae en la
mundanidad», es decir, en conductas superficiales y acomodaticias a la moda de
cada momento.
Pero sobre todo insistió con gran fuerza, al margen del
texto escrito, en un mandamiento esencial: «Amad a vuestros presbíteros y a
vuestros diáconos. Son los más cercanos de los cercanos. ¡No hagáis esperar
nunca a un sacerdote! Respondedles enseguida. Estad cerca de ellos».
Les previno contra el «carrerismo»,
contra el complejo de «príncipes» y contra la mentalidad burocrática. En la
homilía de su primera ordenación episcopal ha completado el cuadro con la
insistencia en la cercanía y disponibilidad respecto a los sacerdotes
El papa recordó también que «el episcopado es un
servicio y no un honor», y que el obispo esta «para servir y no para dominar».
Sin embargo nos encontramos con obispos carreristas que ya no deshacen sus
maletas. Igual que los políticos sus objetivos están puestos en sus carreras
profesionales. Son asalariados…
Algunos de los obispos que he conocido, eran asalariados
(viviendo del evangelio), y que tal y como dice la Palabra, ninguno de ellos,
es “El Pastor”, en tanto y en cuanto que las ovejas no le son propias, y no las
conocen. ¡Solamente, conoce el Señor a los que son suyos (2ª Timoteo 2:19)!
Por desgracia los curas buenos y entregados en muchas
ocasiones son los que llevan peor trato. Sin embargo, otros son malos hasta con
obispo. Y sin él ya se ve la que pueden armar. Además, siempre en daño de las
diócesis. Que algunas no están para muchos más daños. Como no tomen medidas
cuanto antes cualquier día las expropian… y no va a ser el gobierno… nooooooo, van
a ser esas mentes brillantes, esos jovenzuelos que en sus homilías y catequesis
hablan de todo menos de Dios… y que defienden y presentan los libros de sus
compañeros que están en situación irregular.
La genuina fe implica sin duda el compromiso social, pero no
se agota en él. Para trabajar en favor del hombre y de la transformación de la
sociedad no es necesario ser creyente. La fe además de comprometernos en la
construcción de una sociedad más justa, humana y fraterna, debe abrirnos un
camino de esperanza trascendente, debe proyectarnos hacia Dios como principio y
fin de todo lo creado.
Las manos de la fe se
alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida
sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios (Lumen fidei, 51).
Comprendo que a los obispos les angustie quedarse sin curas,
porque eso supone que muchas parroquias, especialmente en el ámbito rural, van
a ser desatendidas. Muchos han llegado al ministerio episcopal para darse
cuenta de que les toca poco más que administrar un edificio en estado ruinoso. Pero deberían saber los señores obispos
que quien siembra tormentas recoge tempestades…
El problema es que si
todo continúa igual algunas diócesis va
a caer como un castillo de naipes, lo que se sustenta en nombre de otra cosa
que no sea Dios... es aire y como tal cae y cae en dudas, en crisis
vocacionales y en marchas de las comunidades...
La Iglesia les está encomendada a los obispos y al Papa como
pastores supremos, su responsabilidad es incomparablemente mayor que la de
ningún otro. Y deben responder de ella. Sobre todo ante Dios, claro, pero
también ante los fieles que tienen derecho a que sus obispos desempeñen
adecuadamente esos deberes. Porque para ser obispo, creo yo, no basta con ser
ortodoxo, buena persona, buen administrador y más o menos buen predicador. También deben de guardar celosamente la fe
de la Iglesia, protegiéndola de los que, desde dentro, atentan gravísimamente
contra la misma, convirtiéndose así en ladrones de la fe del pueblo.
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