Señor Regal, el sacerdocio no es una profesión…
"A mí me da igual que el médico sea hombre o mujer, que el profesor de nuestros hijos sea hombre o mujer, que el veterinario sea hombre o mujer; yo lo que quiero es que sea buena persona y que cumpla bien su oficio". Afirma Manolo Regal en un artículo de Religión digital
Hay hombres ordenados sacerdotes que pueden trabajar en
tareas diversas: profesores, servicios administrativos de la iglesia, o ejercer
profesiones civiles. La mayor parte de los sacerdotes ejercen lo que desde
antiguo se llamaba “la cura de almas”, es decir, que nos dedicamos al
ministerio pastoral directo básicamente en parroquias.
Sentir pasión por el Evangelio es posible porque el
Evangelio no es primariamente un mensaje, un conjunto de ideas encomiables,
sino fundamentalmente una persona, Cristo, el Hijo de Dios, que nos ha invitado
a la conversión y a creer en el Evangelio (Mc
3,14).
La vocación afecta a nuestra identidad profunda, dice
quiénes somos en realidad, más allá de toda apariencia. De este modo, podemos
decir que el sacerdocio es una profesión en la medida que el sacerdote “hace”
cosas, desempeña diversas funciones, pero con eso no está dicho todo. Lo que
verdaderamente define al sacerdocio es su carácter vocacional; es decir, el
hecho de que se trata de un proyecto de vida que exige una determinación
espiritual (una respuesta a una llamada), que afecta a todas las dimensiones de
la vida (corpórea, afectiva, intelectual, etc.), que pide exclusividad, entrega y fidelidad absolutas, y que es
animado por una pasión: la pasión por el
Evangelio. Exige exclusividad, entrega absoluta.
El sacerdocio es una profesión a la que se llega, o se debe
llegar, sólo por vocación. Y se
nota. No es igual ordenarse sacerdote porque así lo quisieron las
circunstancias y ejercer el sacerdocio como un funcionario cualquiera cumple con su cometido, que ordenarse por
auténtica vocación y dar la vida ilusionado por la gente y por la Iglesia.
Una Profesión señor Regal, se refiere a una actividad
externa, se determina en función de los gustos, las cualidades y las
posibilidades, pone en funcionamiento la
dimensión creativa-generativa, remunerado, puede cambiar, pide disciplina y
dedicación.
Una vocación Tiene
que ver con el interior de la persona, exige una determinación espiritual, ponen en funcionamiento todas las dimensiones
de la vida: afectiva, de la existencia racional, creativa, etc., Gratuito,
Permanece.
En el Documento del Concilio
Vaticano II llamado "Presbiterorum Ordinis", se describe la
misión del sacerdote: "Los sacerdotes contribuyen, a un tiempo, al aumento
de la gloria de Dios y a que progresen los hombres en la Vida Divina" (P.O.2).
"Los presbíteros, tomados de entre los hombres para las
cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados,
viven entre los demás hombres como entre hermanos" (P.O.3).
"Por su vocación y ordenación, los presbíteros de la
Nueva Alianza son ciertamente separados en el seno del Pueblo de Dios, no para
alejarse de él, ni de cualquier hombre, sino para que puedan consagrarse
totalmente a la obra a la que el Señor los llamó" (P.O.3).
En el caso de Saulo aparece más vivamente el estrecho lazo que existe entre bautismo y vocación. Por el bautismo Dios se adueña de un alma para llenarla de su vida divina; por la vocación quiere adueñarse de ella mucho más, llevando hasta lo máximo esta posesión.
Para que Pablo pudiera realizar lo que le pide el Señor,
deberá recibir la luz y la fortaleza de lo alto, "ser lleno del Espíritu Santo". Como en él, conversión y
vocación coinciden; la gracia que necesita le es dada por el bautismo.
El bautismo inauguró
la vida de Pablo "en Cristo", vida de fe y de amor. En virtud de la
vocación Pablo se entregó totalmente a Cristo que entraba en su alma; se puso a
vivir únicamente por Él: la fe y la caridad alcanzaron su más grande dimensión
en la total consagración a su misión apostólica.
Hoy se valora poco la
salvación, la gracia, los sacramentos, la acción de Dios en las almas. Como
consecuencia, difícilmente se valorará el ministerio de alguien que se dedica a
la «cura de las almas», es decir, a su cuidado, dirección y acompañamiento.
Sólo quienes aprecian el hecho de que Cristo ha querido
quedarse entre nosotros en la persona misma de quienes tienen autoridad para
actuar en su nombre, valoran el misterio que llevamos en nuestros «vasos de
barro» y firmarían las palabras de un conversa francesa, Madeleine Delbrel, que
salió del ateísmo gracias a la ayuda de algunos sacerdotes, y decía: «La
ausencia de un verdadero sacerdote en una vida es una miseria sin nombre; es la
única miseria».
Desde la Baja Edad
Media, la búsqueda del conocimiento se ha ido distanciando lentamente de la
búsqueda de la virtud. Hoy en día la escisión es clara.
Separar el aprendizaje de la virtud, da lugar a una
sociedad que aprecia las personas por el
dominio que éstas tengan de la ciencia, la economía, los títulos
universitarios… que sus logros sean dignos de su estima moral es algo
secundario. Como dijo el teólogo conservador anglicano Ephraim Radner, «a los
cristianos no nos queda ni un solo lugar seguro en la tierra, ni siquiera
nuestras iglesias lo son. Es una nueva era». Y hay todavía algo más
preocupante: en las pocas iglesias que quedan abiertas, se enseña un
“cristianismo” sin fuerza ni vida a consecuencia de la solapada invasión del
secularismo.
La Iglesia somos
todos y todos cabemos… pero no caben los que quieren una Iglesia con puertas,
una Iglesia de politiqueos de tres al cuarto, de sacerdotes que igual podrían
ser profesores de religión o seudopsicólogos que quieren hacer buenas personas
pero que no enseñan a rezar, que no enseñan a conocer a Dios y, está claro,
esto último todo en nombre de una libertad mal entendida.
¿De qué valen los valores si no se pueden sostener cuando
tengamos las primeras dificultades?
¿Cuántas personas han caído en el hoyo pese a tener valores?
¿Por qué? simplemente porque esos valores eran aire… no se sustentaban por
nada, faltaba la Fe, el creer no solo en uno mismo, sino en algo superior.
Bueno, pues ésta es
una visión progresista de la Iglesia, una Iglesia que ayuda, que forma que está
junto a sus fieles, que los conoce, que los ayuda en el día a día, que camina
junto a ellos. No es progresista una Iglesia con puertas, nacionalista, que
solo se preocupa de la política y de conseguir cada vez más objetivos, y se
olvida de que la vocación de todo sacerdote es el Servicio a los demás desde
una entrega total y desinteresada.
Es lamentable que se
use la Santa Misa con fines terrenales, políticos, lingüísticos, de protesta,
etc. Todo esto es la consecuencia
directa de un clero apaisanado, del desprecio de los medios de la gracia, de la
falta de consideración del Sacramento de la Penitencia, del olvido de Cristo,
que es a quien maltratan especialmente los sacerdotes cuando no tienen fe.
Como Chesterton había adivinado, el hombre que deja de creer en Dios no es que crea de repente en nada, sino en cualquier cosa. Quien renuncia a Cristo acaba refugiándose a menudo en los espejuelos de la nueva era. El hombre moderno no se ha alejado de la religión de sus padres para adherirse a un ateísmo marcial y heroico o a un agnosticismo inquieto, sino para, demasiado a menudo, abrazar supersticiones regresivas que hacen la fortuna de vendedores de talismanes y baratijas. Renan, que no era precisamente un santurrón, escribió en sus Études d’histoire religieuse que “la religión es ciertamente la más alta y entrañable manifestación de la naturaleza humana“. El hombre que se arrodilla para rezar no renuncia a una comprensión racional del mundo, sino que reconoce que el mundo se presenta en última instancia como un misterio al que la cruz da la posibilidad de una respuesta encarnada.
Para finalizar creo que después de sus afirmaciones en el enlace compartido de Religión Digital, el lugar más indicado para usted sería la comunidad de Home Novo en lugar de tener cargos en la pastoral Rural de Mondoñedo- Ferrol
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