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El Gobierno aprueba la ley que permite abortar a partir de los 16 años sin permiso paterno.

El Gobierno ha aprobado este martes en primera lectura el proyecto de ley de salud sexual y reproductiva que busca reformar la ley de plazos aprobada por el Ejecutivo del PP en 2015. «Es un nuevo avance para la democracia del país», ha destacado la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez.

Los avances de la ciencia nos hacen poder afirmar con toda fuerza que en el seno de una mujer embarazada existe una nueva vida que es preciso cuidar, acoger defender.

Uno de los argumentos que esgrimen los que defienden la anulación del derecho a vivir a los embriones humanos, es que hasta que no se implantan en el útero no son personas. Según ellos, el útero materno confiere cualidades humanas al embrión (¿no humano?)

Es un argumento absurdo pero con una carga “política” muy fuerte. Queda políticamente adecuado porque en apariencia confiere a la mujer una dignidad especial.  Pero a la mujer no le corresponde tal dignidad ni la necesita.

El útero aporta nutrientes y un medio adecuado para el desarrollo del ser humano desde que se implanta hasta que nace. Incluso aunque no se ha demostrado, podrá aportar otros factores, por ejemplo de tipo afectivo, que quizás no puedan suministrarse con un futuro útero artificial. Pero en ningún caso confiere el embrión ningún rasgo humano que no tenga por sí mismo.

Existe al menos un caso de un niño gestado en el peritoneo  de un hombre. El peritoneo es lo que aporta nutrientes a los intestinos. Y es capaz de proporcionar la nutrición y el entorno necesario para que el embrión humano se desarrolle.

Por tanto, hay al menos evidencia científica de que el útero materno no proporciona al embrión ningún rasgo que lo convierta en humano.

El embrión humano es un ser humano. Es un ser porque existe. Y es de la especie humana porque su código genético es el del individuo humano y no porcino ni de ninguna otra especie, y es persona, según define el diccionario. Porque es un individuo de la especie humana, y lo es desde un punto de vista biológico.

Es cierto también que el ser humano, en sus primeros días, puede desdoblarse para formar dos seres humanos. Nadie puede entender que esto sea argumento válido para matar, o ¿quizás los hermanos gemelos no tienen derecho a vivir? También son personas.

Asesinar es matar a alguien de forma intencionada. Podemos reescribir el diccionario, pero cambiar las palabras no hace que cambien los hechos.

Nuestro Gobierno  “progresista” está dispuesto a embarcar a la sociedad en ese formidable avance. La experiencia demuestra que, una vez derribado el principio de indisponibilidad de la vida, la deriva jurisprudencial y de opinión pública conduce a una interpretación cada vez más laxa de los requisitos legales. Y finalmente, a la reforma de la ley, para acomodarla a la praxis permisiva ya convertida en hecho consumado.

Conviene repasar el significado del término progreso. “Progreso” significa avanzar, ir hacia delante, subir, generar un desarrollo continuo de la civilización y cultura. El uso común hace también referencia a algo nuevo, no vivido antes. No solemos llamar progreso a realidades que estuvieron presentes hace siglos en las antiguas civilizaciones y que fueron eliminadas y desterradas al considerar que los derechos básicos del hombre no se cumplían en aquellas circunstancias. No nos engañemos, el aborto y la eutanasia existían en las antiguas civilizaciones clásicas, griegas, babilónicas, persas, romanas. Y fue un progreso real y bien fundamentado el que acabó con esas prácticas. Traerlo ahora 25 siglos después como signo de progreso, parece al menos un contrasentido.

Un estudio reciente resalta que en Grecia había médicos que se negaban a practicar cualquier tipo de aborto por su juramento hipocrático. En la actualidad, en España no faltan voces que mantienen lo mismo. Sin embargo no está claro si el juramento original de los médicos incluía la prohibición relativa al aborto.

No existen dictaduras buenas de “izquierda”, ni dictaduras malas de “derecha”. Existen tendencias totalitarias que, con independencia de sus justificaciones o su grado de maldad, aplastan al ser humano, lastiman su dignidad y sus derechos fundamentales sin excepción.

Hoy en día se ha conseguido la degeneración de la democracia en igualitarismo mediocre, en desprecio de los derechos más elementales en materia de matrimonio y familia, llegando a pisotear la libertad de enseñanza con la técnica del peor totalitarismo, con los abusos de poder económico, con desprecio de la libertad de conciencia. La base de la democracia no son declaraciones acarameladas de principios etéreos que no convencen a nadie; la base de la democracia es que cada individuo es sagrado. Y que hay temas que no se tocan. La ideología de género es una muestra clara de cuánto han estirado el chicle.

La historia de la salvación es la historia de la ternura de Dios, que nos ha amado y ha dado su vida por nosotros (Gál 2,20). Este evangelio de la ternura revive en los padres: ellos que un día dieron la vida a sus hijos, se ven movidos cada día por el Espíritu a volver a dar la vida por sus hijos, en la medida en la que generan a Cristo, como afirmaba san Ambrosio.

Los Padres de la Iglesia definen a la familia cristiana como una comunidad de pacientes, es decir de creyentes que no se rinden frente al mal; y compartiendo con Cristo su fracaso terrenal, hacen de cada “cruz cotidiana” un anticipo del cielo, una profecía cumplida del triunfo de la resurrección. Mientras quede en la tierra, la familia cristiana estará siempre en empatía secreta con el sufrimiento humano; nunca ningún mal podrá obscurecer su rostro “sobrehumano” hasta el punto de que desaparezcan de él los rasgos de Cristo, el maravilloso perfil divino que la hace única.

Hoy en día se considera un acto de amor justificar la supresión de la vida, por no ver sufrir a un familiar: ¡Legitimando así la eutanasia! Se considera un acto de amor la destrucción de un matrimonio, para acabar con el sufrimiento de la pareja: ¡Legitimando así el divorcio! “El objeto de las leyes es el bien integral del hombre, la respuesta a sus necesidades y aspiraciones”. Son palabras de Benedicto XVI un año antes de la promulgación de la Ley de Divorcio Express, que reducía el matrimonio a “un mero contrato” que ahora se puede romper al gusto del contrayente. Esto no pasaba con la anterior ley del divorcio, que exigía un período previo de separación de un año, tiempo que llevaba a los esposos a realizar una pausada reflexión, tras la cual, en un alto porcentaje -70% en 1986 y 57% en 2001-, retomaban “la senda matrimonial”.

Se considera también un acto de amor justificar la interrupción del embarazo, cuando el recién nacido tuviera que enfrentarse a una vida difícil. ¡Legitimando así el aborto!

Utilizando las palabras de Jesús ante Pilatos, quisiéramos poder decir que “la familia cristiana no es de este mundo” (Jn 18,36). Existe como profecía para transformarlo, testimoniando “que ser de Cristo” significa convertirse en blanco de todas las contradicciones (Lc 2,34).

Preguntémonos. ¿Dónde está Cristo? ¿Dónde hemos dejado la verdad de Cristo que siempre reclama el martirio social? El amor es donación no privación, ofrecimiento y no renuncia; es vida y no muerte, es diálogo y no rechazo preconcebido.

 


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