Seguidores

¿ De los gitanos quien se acuerda?


Hoy comparto un nuevo artículo de nuestro obispo Fernando Cadiñanos

Un obispo que por su buen hacer me recuerda al Jesús de los Evangelios. Un obispo entregado a las circunstancias vitales de los demás.

Un obispo conciliador donde los haya. Un obispo de todos y para todos. Un obispo trabajador. Un obispo del que me dolerá desprenderme si algún día se marcha de nuestra diócesis.

Un obispo en consonancia con las enseñanzas de su Maestro, que dio prioridad a las debilidades, a la comprensión, y al perdón.

Un obispo, mi obispo, al que admiro como persona comprometida y consecuente con lo que es y representa. Un obispo, digno sucesor de los apóstoles, que ha colocado el listón muy alto durante el poco tiempo que lleva dirigiendo esta Diócesis.

La hospitalidad cristiana no es un programa o una estrategia para conseguir una meta, sino un estilo de vida. Existirá siempre el peligro de ofrecer hospitalidad para conseguir que los demás sean como nosotros queremos y hagan lo que nosotros pensamos. Por eso, la hospitalidad cristiana no es un instrumento para un fin; es un estilo de vida inspirado en el Evangelio.

Si la comunidad gitana ha tenido que afrontar tradicionalmente situaciones de discriminación y marginalidad, la mujer gitana las ha sufrido especialmente por estar sujeta a una triple exclusión: por razón de género, etnia y formación. Las dificultades para la inserción laboral que encuentran diariamente las mujeres gitanas son un claro ejemplo de ello. La mujer gitana parte de una triple discriminación: por ser mujer en una sociedad patriarcal, por ser mujer dentro de su propia cultura y por pertenecer a una minoría étnica que es muy discriminada en nuestro país. Esta discriminación puede aumentar si hablamos de mujeres gitanas con una baja cualificación académica.

Más que el Jesús glorificado, sabio y triunfador, impresiona el Cristo débil, es decir, el Cristo kenótico de Flp 2, 6-11, aquel que se “despoja” de su divinidad fuerte, de su señorío impositivo (del Reino entendido como imposición externa), para hacerse desde dentro hermano de los hombres que sufren, de los crucificados. Jesús aparece así como alguien que tantea, como aquel que va buscando por encarnación real en la historia conflictiva, desde los derrotados de la tierra.

Comparto este Excelente artículo de nuestro obispo  sobre los gitanos.

Todo lo que sigue es de él:

Gitanos, nuestros hermanos

Celebramos hoy, 8 de abril, el Día Internacional del Pueblo Gitano. Se trata de una fecha que puede pasar desapercibida en el calendario, pero que a mí me ha parecido importante destacarla y reflexionar al respecto. Os cuento el porqué: hace pocos días se presentaba el Informe Foessa de Cáritas Española, que hacía públicas las consecuencias sociales de la pandemia de la Covid-19. En dicho informe, que sin duda se habrá quedado desfasado con la actual situación que estamos viviendo, se nos advertía de la enorme brecha social que se ha incrementado en los últimos años, de la creciente precarización laboral, de la desconexión digital de muchos hogares, de diferentes factores que provocan la pobreza… Pero, entre los datos, hubo uno que me llamó la atención: “El 70% de los hogares gitanos se encuentra en exclusión social, cifra que triplica la del conjunto de los hogares españoles”.

Sin duda, es un dato que podemos corroborar en nuestra propia realidad diocesana, donde constatamos la marginalidad en la que muchos de ellos se encuentran. Dedicados a tareas laborales secundarias, con deficiencias en los procesos de escolarización… son caldo fácil de exclusión con todo lo que conlleva.

Es cierto que el pueblo gitano vive entre nosotros desde hace mucho tiempo. Pero muchas veces hemos vivido dándonos la espalda, incluso en abierta oposición. En efecto, se trata de una minoría particular entre otras minorías. Además, la llegada de la población migrante ha hecho que su presencia se difumine también en esa pluralidad. Y es que su cultura particular contrasta en muchos aspectos con la dominante, lo que supone siempre un reto a la difícil interculturalidad que debe caracterizar nuestras sociedades abiertas.

Con el pueblo gitano seguramente nos hemos dejado llevar por los estereotipos. Con tristeza podemos decir que la ignorancia, la desconfianza y el desconocimiento mutuo alimentan un rechazo latente y peligroso, que provoca el efecto de encerrarse en sí mismos. Por eso, resuenan muy bien estas palabras del papa Francisco en una visita realizada a un barrio gitano: “¡Cuántas veces los juicios son en realidad prejuicios, cuántas veces adjetivamos! La belleza de los hijos de Dios, que son nuestros hermanos, se desfigura con palabras. No se puede reducir la realidad del otro a los propios modelos prefabricados, no se puede encasillar a las personas. Ante todo, para conocerlas verdaderamente, es necesario reconocerlas. Reconocer que cada uno lleva en sí la belleza imborrable de hijo de Dios, en la que se refleja el Creador. Queridos hermanos y hermanas, demasiadas veces ustedes han sido objeto de preconceptos y de juicios despiadados, de estereotipos discriminatorios, de palabras y gestos difamatorios”.

Creo que la celebración de este día debe ayudarnos a construir necesarios puentes. Sin duda, es preciso valorar la cultura gitana que aporta al conjunto de nuestra sociedad elementos de valor. Aunque también ella sufre la homogeneidad cultural que se nos impone, mantiene particularidades que no podemos obviar. Podemos pensar en la importancia que ellos dan a la familia, también a la familia ampliada en la que se insertan. Es de destacar el cuidado de los mayores y de los ancianos, que sigue siendo un elemento importante, pues en ellos encuentran la auténtica sabiduría. También sobresale el culto a los muertos, como memoria viva de un pasado que se proyecta en el presente. Y cómo no señalar su alegre religiosidad, que les hace estar abiertos a la trascendencia con una mayor familiaridad.

Es bueno que este día nos ayude a establecer puentes que permitan enriquecernos mutuamente. La integración nunca puede conllevar la aniquilación de una cultura o de la propia identidad. Se trata, al contrario, de un proceso muy lento y orgánico, que conlleva mucha paciencia y tenacidad. Bien sabemos que la convivencia siempre se establece en la vida cotidiana, cimentada en el diálogo. Pero, desde luego, sólo se conseguirá una convivencia pacífica cuando conlleve el desarrollo integral de todos. En ese sentido, todavía queda mucho camino por andar.

Desde la Iglesia también es mucho lo que se viene haciendo. Nuestra Cáritas diocesana, en coordinación con la HOAC, es testigo de esta labor que se construye especialmente en sus programas con la infancia y las mujeres. Sabemos que son dos colectivos sobre los que hay que incidir para cambiar. Desde las parroquias también hemos de fomentar la evangelización de la caridad que, en este campo, ha de conllevar una urgente inculturación y una promoción humana integral.

En este día quiero recordar a dos beatos gitanos que se presentan como modelos de fidelidad, compromiso y caridad. Ellos son Ceferino Jiménez (el Pelé) y Emilia la Canastera, beatos gitanos, que acompañan el caminar de su pueblo y que brillan con luz propia. A ellos encomendamos todos estos buenos deseos.

 

Vuestro hermano y amigo.

Comentarios

Entradas populares