Ignacio Ellacuría, teólogo y mártir.
Han sido pocos los
hombres de Dios que han impactado mi vida, pero uno de ellos ha sido Ignacio Ellacuría. Tengo muy vivo en mi
memoria la última vez que nos vimos. Hace más de treinta años en los pasillos del
colegio La Salle de Santiago se cruzaron nuestras miradas y pude ver en su
mirada tierna la mirada de un Santo que
luchó sin temer, la mirada de un hombre que decidió seguir a Dios hasta dar la vida por los más desfavorecidos del Salvador.
Una mirada limpia y tierna como la de Ignacio Ellacuría que
no se olvide con el paso de los años sólo es posible si, en todo, primero
mantenemos los ojos fijos en Jesús.
Sólo en Cristo podemos vivir la radicalidad de nuestra vida cristiana, porque
es Él quien nos da la fuerza para hacerlo; es Él quien nos acompaña a través de
la misericordia del Corazón de Dios.
Para algunos jerarcas
aliados con la oligarquía y el poder político, el asesinato se debió a que los
jesuitas se habían alejado de su misión pastoral y se habían implicado en la
actividad política del lado de los guerrilleros revolucionarios. “¡Se lo tenían
merecido!”
Pero Ignacio Ellacuría afirmaba que la causa de la
guerra no era la agresión comunista, sino la enorme desigualdad social. Por
tanto, la paz solo llegaría si cesaba la explotación de los pobres, que
constituían el 70 % de los salvadoreños.
Algunos obispos, como Marco René Revelo -auxiliar de Romero en el momento de su
muerte o el salesiano Pedro Arnoldo Aparicio, rechazaban ese análisis porque,
decían, justificaba a la guerrilla y fomentaba el odio.
Con Pedro Arrupe
como superior general, la Compañía de Jesús había actualizado su misión
afirmando la unión inseparable de la fe y la justicia. El sacrificio de los
jesuitas de la UCA confirmó un augurio de Arrupe formulado en 1975 en la
Congregación General 32: «No
trabajaremos en la promoción de la justicia sin pagar un precio».
Jon Sobrino,
compañero de las víctimas, que se libró de la muerte por encontrarse fuera de
El Salvador, piensa de manera muy diferente: los mataron “porque analizaron la
realidad y sus causas con objetividad. Dijeron la verdad del país con sus
publicaciones y declaraciones públicas. Desenmascararon
la mentira y practicaron la denuncia profética. Por ser conciencia crítica
de una sociedad de pecado y conciencia creativa de una sociedad distinta, la
utopía del reino de Dios entre los pobres. ¡Y
eso no se perdona!”.
A Ellacuría lo
mataron, responde Eduardo Galeano,
“por creer en esa imperdonable capacidad de revelación y por compartir los riesgos de la fe en su “poder
de profecía’”.
Martirio, en la
tradición de la palabra griega, significa testimonio. Y así podemos decir
que para un cristiano el camino va por las huellas de este testimonio de Jesús
para dar testimonio de Él. ¡Un testimonio que muchas veces termina con el sacrificio
de la vida!
El martirio no es objeto de una elección voluntarista, que
se asemeja a un sacrificio humano. Sin embargo, el martirio debe seguir siendo
una opción posible y concebible cuando se trata de permanecer fieles al Señor; puede convertirse en un signo de
nuestro apego al Señor, cueste lo que cueste. Igual que el profeta Jeremías,
Ignacio Ellacuría es la figura del
creyente que no busca primero satisfacer a las personas que le rodean, sino que
se preocupa ante todo de su fidelidad a la radicalidad de la Palabra de Dios.
Este es también el mensaje del Evangelio, donde Cristo
compara su misión con un fuego que debe quemarlo todo. Todos los que se
adhieren a esta misión son atrapados por este fuego. Y este fuego es tal que
deja huellas indelebles; el mensaje de Jesús implica una elección radical. Este
mensaje debe convertirse en nuestra nueva identidad, incluso más allá del
vínculo de sangre. Es este fuego el que
debe caracterizarnos en todo, y convertirse en nuestro signo de reconocimiento.
La palabra "amor" ha sido tan utilizada que ya no
dice mucho. Debemos, pues, comprender que el verdadero amor -en el fondo, el único amor verdadero-
es aquel que se pone en acción, que está dispuesto a sacrificarse por el bien
de los demás. Recordemos al mismo Jesús: "Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo".
Así pues, el único criterio que puede dar sentido a nuestros sacrificios,
incluso a la posibilidad del martirio, es este amor sin límites, que encuentra
su fuente en el propio amor de Dios por nosotros.
No hay amor más grande que dar la vida por los amigos», dijo
Jesús. Así que no es novedad que dar la
vida por los demás te introduce en el Amor, que es eterno.
Afirma el papa francisco: «El heroico ofrecimiento de la
vida, sugerido y sostenido por la caridad, expresa una verdadera, plena y
ejemplar imitación de Cristo y, por lo tanto, es merecedor de aquella
admiración que la comunidad de los fieles suele reservar a aquellos que
voluntariamente han aceptado el martirio de sangre o han ejercido en grado
heroico las virtudes cristianas». «Son
dignos de especial consideración y honor aquellos cristianos que, siguiendo más
de cerca las huellas y las enseñanzas del Señor Jesús, han ofrecido voluntaria
y libremente su vida por los demás y han perseverado hasta la muerte en este
propósito» añade
¡Dar la vida por los demás es una heroicidad del amor. Es la
mejor expresión de la lealtad al ser humano!
Cristo, con su ejemplo y muerte en la cruz, nos dice: "no hay amor más grande que el que
da la vida por sus amigos". (Juan 15, 13). Y cuando dice
"amigos" se refiere a todos, porque para Él no hay enemigos. El dio
la vida por nosotros.
Amar al prójimo como a uno mismo no es nada fácil, porque
requiere "dar la vida", darse a los demás, a todos. Y se nos exhorta
a hacerlo como si nos lo diésemos a nosotros mismos. Ahí está la cuestión:
porque darse para uno mismo no cuesta; darse a unos pocos tampoco; darse a
"los tuyos, menos, pero darse a
todos cuesta, porque no tratamos ni queremos a todos igual.
Por tanto, ser cristiano, seguir a Cristo es "dar la
vida" por los demás. Es llevar el mensaje de amor de Cristo a otros
manifestando un "amor total". El amor es el verdadero mensaje.
“La única manera de
predicar la cruz al pueblo crucificado es convertirse en uno de los
crucificados” Jon Sobrino
Testimoniar a Cristo
es la esencia de la Iglesia que, de otro modo, acabaría siendo sólo una estéril
«universidad de la religión» impermeable a la acción del Espíritu Santo.
La meditación sobre la fuerza del testimonio surgió del
pasaje de los Hechos de los apóstoles
(7, 51-8,1) que relata el martirio de Esteban. A sus perseguidores, que no
creían, Esteban dijo: «Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos.
Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo». Y precisamente estas palabras de
una forma u otra, las había dicho Jesús, incluso literalmente: como eran
vuestros padres así sois vosotros; ¿hubo un profeta que vuestros padres no
persiguieran?»
Los Hechos de los apóstoles puntualizan que Esteban estaba
lleno del Espíritu Santo. Y, en efecto, no se puede dar testimonio sin la
presencia del Espíritu Santo en nosotros. En los momentos difíciles, cuando
tenemos que elegir la senda justa, cuando tenemos que decir que “no” a tantas
cosas que tal vez intentan seducirnos, está la oración al Espíritu Santo: es Él
quien nos hace fuertes para caminar por la senda del testimonio.
El catecismo de la
Iglesia católica dice: El deber de los cristianos de tomar parte en la vida
de la Iglesia, los impulsa a actuar como testigos del Evangelio y de las
obligaciones que de él se derivan. Este testimonio es transmisión de la fe en
palabras y obras. El testimonio es un acto de justicia que establece o da a
conocer la verdad (cf Mt 18, 16): «Todos [...] los fieles cristianos,
dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y
el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el
bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la
confirmación» (AG 11). El martirio es el
supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta
la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está
unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina
cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto
de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (San Ignacio de Antioquía,
Epístola ad Romanos, 4, 1).
Hemos perdido a un
gran siervo de Dios, pero nos quedan sus escritos, sus mensajes y reflexiones…
Y a través de ellos podemos descubrir
las profundas verdades que nos deja este hombre ejemplar, pastor, siervo,
profeta y visionario. Dios le dará la recompensa a tan digno ministro del
Evangelio.
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