Pedro Sánchez domina el “marketing” politico. Dice lo que haga falta para quedar bien.
Este país tiene que ganar en democracia, libertad y en
derechos. Se tienen que retornar los derechos perdidos durante la crisis.
Este cambio de Gobierno ha sido posible gracias no solo a
una sentencia como la Gürtel, que pone de manifiesto hasta qué punto este país
necesita una regeneración de la vida pública, sino también de las
movilizaciones y la insatisfacción y hartazgo de la mayoría de la sociedad, que
quiere que se reparta la riqueza que se genera. Pero Sánchez ha respaldado el papel de Nadia Calviño en la reforma
laboral, calificada como "injerencia" por parte de UP en tanto que
desplaza el liderazgo de Díaz en la materia, que lleva medio año negociando la
materia con sindicatos y patronal: "Afecta a cinco ministerios".
En UP consideran "gravísimo" que Calviño hable de
incumplir un acuerdo pactado en el Gobierno y lo entienden como una
"injerencia" en la negociación que lleva cinco meses avanzando en el
dialogo social.
"Es una reforma fundamental, de las más importantes de
nuestro país", decía Yolanda Díaz: "El compromiso es tener publicada
la reforma laboral en el Boletín Oficial del Estado antes del 31 de diciembre.
Los trabajos van rápidos, ágiles, y en un plazo máximo, en torno al mes de
noviembre, han de estar culminados. Esta es la obligación que tenemos.
Solamente hemos dejado la Ley de Empleo para 2022, pero los elementos centrales
de modernización del mercado de trabajo han de estar publicados en el BOE antes
del 31 de diciembre. Por tanto, es para ya".
La ministra Calviño
pidió mirar al futuro y dejar de revisar el pasado, rechazó que el desmontaje
de la reforma laboral implantada en el 2012 por el Gobierno de Rajoy sea la
solución a los problemas de precariedad laboral a pesar de ser algo solicitado
por los sindicatos desde hace años: «Nos engañaríamos si pensamos que cambiando
un artículo del Estatuto de los Trabajadores se resuelven todos los problemas
que nuestra economía arrastra desde hace décadas en el ámbito laboral».
Pedro Sánchez domina
el “marketing” político. Dice lo que haga falta para quedar bien, que luego no
hará nada o si es necesario directamente incumplirá sus promesas sin rubor
alguno. Y se ha demostrado que en este país no importa lo que se haga. Importa
lo que se diga, aunque después no se haga.
El PSOE se ha pasado años batallando contra la reforma
laboral, asegurando que lo primero que haría al llegar al Gobierno sería
“derogar la reforma laboral”. Pero hete aquí que se han creado un montón de
puestos de trabajo y ahora, como mucho, se habla de “matizar la reforma
laboral”.
Aunque Pedro Sánchez llegó a la presidencia con la promesa
de poner freno al fenómeno de las denominadas puertas giratorias mediante el
que los políticos encuentran acomodo en diferentes consejos de administración
de grandes empresas, en los tres años transcurridos desde su acceso a La
Moncloa no ha dejado de colocar peones en las diferentes compañías públicas o participadas.
“Se acabaron las
puertas giratorias. Hay que cerrarlas”. Lo decía en una entrevista en
televisión un Pedro Sánchez entonces sólo secretario general del PSOE y al que
le quedaban aún un par de años para entrar en La Moncloa de la mano de la
moción de censura que tumbó a Mariano Rajoy.
Fueron años en los que Sánchez cargaba contra el “enchufismo” y contra los “dedazos” en
los nombramientos de cargos públicos y de éstos una vez abandonada la vida
política, y en los que subraya que “puede ser legal”, pero la política “tendría
que ir dos pasos por delante de la legalidad y dar ejemplo”.
El presidente ha dado ejemplos sobrados de que su personalidad es mutable y reversible.
El líder socialista ha abierto las puertas giratorias que prometió tapiar, ha
interferido en el poder empresarial a golpe de 'dedazo' y ha añadido a la
administración oscuridad en vez de transparencia.
Como ejemplos están los políticos que, tras su retirada,
hallaron acomodo como consejeros en empresas públicas o participadas por el
Estado. Como José Blanco y José Montilla,
que encontraron al despedirse de la vida política una puerta que conducía al
consejo de Enagás. Ambos, con su
currículum vacío de experiencias en la empresa privada y repleto de escaramuzas
políticas, están en nómina y participan en las decisiones clave de una compañía
especializada que garantiza el suministro de gas.
El Partido Socialista
Obrero Español dejó oficialmente de entender la sociedad bajo un análisis
marxista en el año 1979. Por tanto, no se puede decir que sea un partido
socialista tal y como lo entendían sus fundadores, defensores del socialismo
auténtico. En la actualidad, sus dirigentes repiten muchas veces la palabra “socialista”
o “izquierda”, pero únicamente a modo de términos “que suenan bien”, vaciados
de significado real. A esta forma de
utilización del socialismo por parte del PSOE se le suele llamar, en el
lenguaje coloquial, “ser sociata”.
Que sean un partido obrero no tiene por qué significar que
defiendan los intereses de la clase trabajadora (clase para sí), en cuyo caso
estaría claro que ni socialista ni obrero.
No cabe duda de que el PSOE fue un partido de izquierdas y
que en su base hay mucha gente que realmente es de izquierdas, pero el aparato
que dirige el partido a partir del reinado de Felipe González no da demasiadas
señales de tener una mentalidad muy de izquierdas.
Es evidente que un
cambio radical para superar el capitalismo hoy parece estar fuera de nuestro
alcance, pero si ni siquiera lo decimos, cada vez lo estará menos. Por lo menos
recordemos que en un tiempo de engaño
universal, decir la verdad ya es un acto revolucionario.
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