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El mal está en el sistema: tener la responsabilidad de 35 parroquias, por pequeñas que sean, es para estar permanentemente al borde de un infarto.

 


Javier Rodríguez Couce muestra en la fotografía la caja con las llaves de todas las iglesias e inmuebles de los que era responsable.

Javier podía llegar a celebrar misa hasta en siete lugares distintos en un mismo día. Sin apenas tiempo para cambiarse, no era extraño verle viajar con el alba siempre puesta.

Casi 2.000 feligreses estaban a cargo  de Javier, que no daba abasto con tanto trabajo. Su estilo de vida simple y esencial, siempre disponible, lo hacía creíble a los ojos de la gente y lo acercaba a los humildes, en una caridad pastoral. En la actualidad era responsable de 35 parroquias y de dos residencias de mayores de Castro de Rei.

"La celebración del culto acaba con los curas, tenemos que hacer el trabajo de tres y dar misa requiere una concentración que termina agotándote” afirmaba Javier en una entrevista.

La obediencia ha de ser útil, discreta, con una explicación a quien ha de obedecer,  y que conduzca al amor al prójimo y a la mutua ayuda. Me dan miedo algunas congregaciones modernas: son muy idealistas, incluso dicen que muy radicales, pero se asemejan demasiado a ciertas sectas, y se llega a extremos insospechados.

Sin embargo esta disciplina es buena para los superiores; no les causan problemas los “súbditos” y se sacrifican como inocentes corderos.

Lo escribe magníficamente el teólogo E. Schillebeeckx: “La razón humana debe usarse al cien por cien en el campo de la fe. Sacar a colación la obediencia y cerrar los ojos, no es cristiano, no es católico. Es cada vez más necesaria la racionalidad, sobre todo, para reaccionar contra el fundamentalismo que mina cada vez más a la Iglesia…”

Admiro la labor de miles y miles de párrocos que han dado y dan su vida en este ministerio. Pero por ellos y por el evangelio hay que acoger y promover un proyecto más hondo de parroquia al servicio de la libertad humana, que se está ensayando en mil lugares de la Iglesia.

 Parroquia, una alternativa humana. “Parroquia” viene de “casa”, es lo que está en torno a una casa, formando una especie de casa o comunidad extensa. En esa línea, cada parroquia debe configurarse como un grupo social concreto, a contrapelo de las fuerzas e ideales de este mundo. Jn 2, 16-17. Pues bien, en ese contexto, cada parroquia puede y debe presentarse como espacio donde los creyentes pueden encontrarse en amor, para ayudarnos mutuamente, para crecer y ser personas, en gesto de caridad, de asistencia y de liberación mutua.

Para algún obispo los éxitos antes de abandonar Mondoñedo parece que fueron “bajarse a la arena y cerrarlo todo…”  Ferrol además de haber sido Escuela Naval, parece haberse convertido en  “escuela de obispos” que vienen aprender a Mondoñedo-Ferrol para después buscar puestos mejores en otras diócesis...

Sin embargo, tenemos que agradecer al actual obispo de León el habernos obsequiado con una hermosa fotografía antes de marcharse – ¡hecha por él mismo!- desde la terraza de la Domus Ecclesiae, subiendo así el listón al siguiente obispo, pero eso sí, con las prisas nos ha dejado sin una triste pastoral en sus cuatro años de obispado.

Algunos jerarcas descartan la participación de los laicos para solucionar los problemas de la falta de clero. Para solucionarlo pusieron en marcha las Unidades Pastorales (UPA), Agrupación de parroquias. Agrupaciones que están llamadas al fracaso. Tal orientación pastoral se basa más en una línea de repliegue que en una pastoral de expansión… es una política de repliegue y de renuncia a intentar cambiar el ciclo imparable de descristianización de la sociedad. No piensan en la revitalización de las parroquias tal como tradicionalmente se ha entendido. Tampoco se molestan en buscar nuevos medios para la conversión de las personas a Cristo: misiones parroquiales, ejercicios espirituales, nuevos métodos de evangelización.

 Las UPA (unidades pastorales) no son la solución, hay que recrearlo todo, para que se anuncie, celebre y practique el evangelio, en formas cercanas (casa a casa, grupo a grupo), en apertura a la nueva humanidad.  Cada parroquia puede y debe presentarse como espacio donde los creyentes pueden encontrarse en amor, para ayudarnos mutuamente, para crecer y ser personas, en gesto de caridad, de asistencia y de liberación mutua. No se tratará, pues, de una pastoral para tener más cristianos, para que haya más bautizos y más sacramentos, sino para que haya espacios abiertos de libertad, para que pueda haber más personas (hombres y mujeres) que asumen el ideal creador de Dios que está dirigido al despliegue de la persona humana. Pues bien, este es un tiempo para que los grupos de cristianos sin cura externo se animen a celebrar por sí mismos, desde el evangelio.

No bastan unos pequeños retoques, hay que recrearlo todo, para que se anuncie, celebre y practique el evangelio, en formas cercanas (casa a casa, grupo a grupo), en apertura a la nueva humanidad.

Es imprescindible buscar la unidad en la fe entre el clero y los fieles (moral, doctrinal, litúrgica), cultivar los carismas y mejorar la formación de los seglares. Afirmaba hace unos años el Papa Francisco: “mirar el pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos.  El primer sacramento, el que sella siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos, es el del bautismo”. “A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizado laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar” prosigue.

La unción “sacerdotal” conferida por el bautismo constituye  también una opción profética y regia. Mediante su incorporación  a Cristo, el bautizado se convierte, con Cristo, en “profeta” y “Rey”. “Profeta” quiere decir “portavoz”. El bautizado, unido  al Cristo- Palabra- de Dios, tiene un papel de “profeta” que desempeñar, transmitiendo al mundo, mediante su palabra y su ejemplo, el mensaje del Evangelio.

Por lo que se refiere a la “realeza”, para comprender de lo que se trata, es preciso recordar que en la Antigüedad, particularmente en el Antiguo Testamento, tan solo era recordado como “rey” aquel que era fuente de libertad para su pueblo: ser “rey” era gobernar, por su puesto; pero era, sobre todo, garantizar la libertad del pueblo frente a sus enemigos. Tal era el criterio que decidía acerca de la legitimidad del rey.

Cristo no aceptó el título de “rey” más que en el momento de su pasión, es decir, en el momento en que iba a liberar a los hombres de la tiranía del pecado y de la muerte. (Jn 6,14-15). Unidos a Cristo, los laicos participamos en la función de liberadores de los hombres.

Todos somos sacerdotes, todas y todos nacimos para serlo, aunque algunos lo nieguen y digan que sólo los consagrados se merecen ese tratamiento. Pero el “ministerio apostólico” se ha convertido en una “carrera”, de la que viven los que ejercen ese ministerio. Y lo que es más grave: quienes ejercen esa “carrera” son personas que se dedican a hacer lo que prohibió Jesús a los Apóstoles: “No llevéis ni oro, ni plata, ni calderilla” (Mc 6, 7-13; Mt 10, 5-15; Lc 9, 1-6). Y de san Pablo, sabemos su conducta: “Trabajando día y noche, para no seros gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el Evangelio de Dios” (1 Tes 2, 9; cf. Hech 18, 1-4; 1 Tes 4, 10 ss; 2 Tes 3, 6-12; 1, Cor 4, 12; 9, 4-18; 2 Cor 11, 7-12; 12, 13-18; Hech 20, 33-35). Si el Nuevo Testamento insiste tanto en esto, sin duda alguna, es que en esto la Iglesia se juega mucho.

La disociación de la comunidad y el ministerio no sólo perjudicó a la conciencia de la comunidad como pueblo sacerdotal; también paralizó e inhibió la misión de evangelización del mundo. El ministerio episcopal y presbiteral se especifica como ministerio carismático por su misión de despertar, formar, configurar los dones y la fuerza de la gracia en la comunidad y de aplicarlos para utilidad de todos.

La Iglesia que fundó Jesús es el nuevo Pueblo de Dios: un pueblo sacerdotal, profético y real. Jesucristo es Aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido “Sacerdote, profeta y Rey”. “Todo el pueblo de Dios participa de estas tres funciones y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas”, indica el catecismo (783)

Pero parece algunos los jerarcas no pueden entender esto. El futuro de muchas parroquias es incierto. El señorío del Cristo crucificado por política, sólo se puede extender liberando a los hombres de unas formas de dominio que les hacen menores de edad y les vuelven apáticos, sacándoles de las religiones políticas que les esclavizan.

En los evangelios, en la teología de Pablo, en el resto del N. T., en toda la tradición del s. II, no se habla ni de vida religiosa ni de sacerdocio ministerial en la Iglesia. Por tanto, de la misma manera que la Iglesia pudo ser la verdadera Iglesia de Jesús sin sacerdocio y sin vida religiosa, no es ninguna herejía ni disparate alguno pensar que pueda llegar el día en que lo mismo los curas que los frailes y las monjas se acaben.

Hay una iglesia clerical de tipo jerárquico, es decir, de Clero separado y más alto, formado por el centro y por la cúspide de la gran pirámide de los que poseen las «órdenes sagradas» de diverso tipo, obispos y presbíteros, religiosos y religiosas, que tienen un status y una autoridad superior en conjunto oficial de la Iglesia. Esa Iglesia no es en sí misma secta, pero ha corrido el riesgo de convertirse en gran secta…

De acuerdo con ese cambio de orden de los capítulos 2 y 3 de LG, el misterio de la Iglesia es el misterio del pueblo congregado por Dios, de la comunión entre todos los miembros de ese pueblo donde ya no hay judío o griego, ni señor o esclavo, ni varón o mujer. Pero el misterio de la Iglesia no es el misterio del poder sagrado, que a su vez necesitará unos fieles sobre los que ejercerse. Esa inversión de perspectivas del Vaticano II no ha marcado la mentalidad de muchos eclesiásticos. Pero sin ella no tienen vigencia las palabras de san Agustín, que serviría de examen de conciencia para muchos jerarcas, “soy cristiano CON vosotros y obispo PARA vosotros. Lo que soy para vosotros me aterra, lo que soy con vosotros me consuela”.

 San Agustín, pues, se sabía Iglesia por ser cristiano, no por ser obispo. Es de temer que hoy muchos ministros se creen iglesia no por ser cristianos, sino por ser curas u obispos. Y así desaparece también el otro juego de palabras de san Agustín sobre los obispos, que repite infinidad de veces y que es tan inmejorable como intraducible: “praessint ut prossint” (o“prodesse, non praeese”): que presidan para aprovechar. Naturalmente, para aprovechar al pueblo de Dios, y no a otros intereses, aunque sean los de la curia romana.

Para concluir, este es el momento de recordar que la designación de la Iglesia como pueblo de Dios proviene del hebreo qahal, (que el griego traducirá como ekklesía) y que designa aúna asamblea en estado de convocación, para llevar adelante su tarea histórica. La ekklesía tampoco viene de la palabra hebrea yahad que significa comunidad, y que usaban los monjes de Qumran para designarse a sí mismos. Se trata en la Iglesia de una comunidad que no huye de la historia sino que se enfrenta a una tarea en la historia. De ahí la responsabilidad de todos en ella.

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