El dominio propio
En la Biblia, el
dominio propio o la templanza es una de las manifestaciones del fruto del
Espíritu Santo en la vida del creyente. En términos generales, tener
dominio propio es saberse controlar. Sin embargo, en la Biblia tiene que ver
con la obra del Espíritu Santo en nosotros. Mientras más permitimos que el
Espíritu Santo nos transforme, más crecemos en el área del dominio propio.
El término bíblico
del dominio propio se refiere a la virtud de poder controlar nuestros impulsos
y nuestras emociones. Al ejercitar el dominio propio mostramos que gracias
a la obra del Espíritu Santo en nosotros tenemos autoridad sobre nuestra carne.
Esa autoridad espiritual nos da las fuerzas para obedecer a Dios en todas las
áreas de nuestra vida.
Pedro escribe que el
dominio propio (la templanza) debe ser evidente en la vida de alguien que pone
toda diligencia para agregar virtud a su fe y crecer en amor. (2 Pedro 1:5-7) Cuando Pablo describe
cuál es el fruto del Espíritu, él menciona que el dominio propio es parte de
los frutos del Espíritu. (Gálatas
5:22-23)
Después que Jesús predicó el sermón en el monte, sus oyentes
se quedaron maravillados. La escritura dice, “la gente se admiraba de su doctrina: porque les enseñaba como quien tenía
autoridad, y no como los escribas” (Mateo
7:28-29). La palabra autoridad en
griego, en este verso significa “con dominio, poder, libertad; como en
control.” Los oyentes de Jesús decían, en esencia, “Este hombre habla como que
él sabe de qué habla.”
La autoridad que Jesús ejerció sacudió el sistema religioso entero.
Los líderes judíos continuamente iban a él exigiendo conocer de donde él había
obtenido su autoridad: “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dio
esta autoridad? (21:23). Jesús les contestó claramente, “no se los diré” (ver
21:24-27). Nuestro Señor sabía que él no tuvo que contestar al diablo acerca de
donde él consiguió su autoridad espiritual.
En ninguna parte
sugiere la Biblia que este mismo poder no es para nosotros hoy. Cuando dijo el
Señor alguna vez a su iglesia, “os he ayudado hasta ahora. ¿Ahora vosotros estáis
solos?”
Pablo también se refiere a un hombre interior (ver Romanos
7:22), diciendo “el hombre interior es renovado día a día” (2 Corintios 4:16). Pablo utiliza el término hombre interior varias
veces en sus epístolas (2 Corintios
4:16; Efesios 3:16). Romanos 7:22-23 dice, "Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
pero veo otra ley en mis miembros". El "hombre interior" es otra
manera de describir el aspecto espiritual de una persona. El "hombre
exterior", por el contrario, es el aspecto externo y visible de una
persona.
Nuestro espíritu contiene el hombre interior del que habla
las escrituras. Nuestro espíritu es donde el Espíritu de Dios se comunica con
nosotros. Jesús dijo, "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu
y en verdad es necesario que adoren" (Juan
4:24). Es en nuestro espíritu que nacemos de nuevo (Juan 3:3-6). El "hombre interior" contiene la conciencia
sobre la cual el Espíritu Santo puede moverse y convencernos de pecado (Juan
16:8; Hechos 24:16). Nuestro espíritu es la parte de nosotros que más se parece
a Dios, con un conocimiento innato del bien y del mal (Romanos 2:14-15). 1Corintios 2:11 dice, "Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el
espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de
Dios, sino el Espíritu de Dios".
Romanos 12:1-2 nos insta a no conformarnos a la manera de
pensar de este mundo; sino que por el contrario, nuestro hombre interior debe
ser transformado por la “renovación de nuestras mentes”. Esta renovación en
nuestra mente se produce en la medida que permitimos que el Espíritu Santo
tenga plena libertad dentro de nuestro "hombre interior". Él empieza
a cambiar nuestras acciones y desea que coincidan con las suyas. Romanos
8:13-14 dice, "porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por
el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que
son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios".
Pablo, según su trasfondo judío y mentalidad hebraica, nos
compartió la maravillosa promesa en Efesios
5 de que el Espíritu de Dios trabajaría en colaboración con nosotros para
que podamos producir buen fruto en nuestras vidas: << Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor;
andad como hijos de luz (porque el fruto
del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es
agradable al Señor.>>
El filósofo griego Epictetus
tenía razón, cuando dijo, “Ningún
hombre es verdaderamente libre hasta que no se domine a sí mismo.” Jesús
expresó ESTE PENSAMIENTO en Juan 8:34,
“Todo aquél que comete pecado, esclavo
es del pecado.” “El talento sin disciplina es como un pulpo en patines. Hay
mucho movimiento pero no sabes si va hacia adelante, hacia los lados o hacia
atrás.” – H. Jackson Brown
Crecer en semejanza a Cristo significa dejar que el Espíritu
de Dios ejerza pleno dominio sobre nuestra vida, incluida nuestra vida mental.
Exige que nos rindamos al Señor en mente y en cuerpo, que alberguemos
pensamientos sanos y actuemos como corresponde. Esto se logra mediante el
dominio propio, el fruto del Espíritu Santo.
Cuanto más nos
negamos a satisfacer deseos que no se ajustan a los principios divinos, más
capaces somos de rechazarlos. Cuanto más procedemos a hacer cosas que son
buenas, aunque a veces nos cueste, más fuerzas tendremos para seguir
haciéndolas. Incrementar nuestro autocontrol ayuda a liberarnos de la tiranía
de los excesos y nos habilita para ser más como Jesús.
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