Un senegalés buen samaritano cubrió con su cuerpo a Samuel para tratar de salvarle la vida.
El joven se tiró al
suelo y cubrió a Samuel con su cuerpo. Recibió golpes y patadas que iban
destinadas a la víctima. Un segundo senegalés trató de ayudar apartando a los
agresores.
La única persona que no dudó en ayudar a Samuel de todas
cuantas había —y eran muchas— a las tres de la madrugada del sábado en el paseo
marítimo de Riazor, entre el Playa Club y la avenida de Rubine, es un chico
senegalés que se encuentra en situación irregular en España. Cuando vio que la
víctima estaba siendo golpeada por el joven que pensó que lo estaban grabando,
corrió a meterse en medio. Sin pensarlo. Luego desapareció. Al carecer de
papeles, tuvo miedo de que apareciese la policía y lo identificase.
Su arrojo y valentía
llevó a las amigas de Samuel a intentar localizarlo para agradecerle ese gesto,
«que no tuvo nadie de los allí presentes». Y lo lograron.
El Dios samaritano es siempre un Dios extraño, por ser el
más cercano. No es el Dios del templo de Jerusalén, ni del oráculo sagrado de
Roma… Es siempre un Dios que viene de
los otros, de los que pensamos malditos, y así nos sorprende cada día de nuevo,
desde el fondo del evangelio. El Dios Samaritano no es un pobretón, ni un ignorante. Tiene
caballería, tiene aceite y vino.
En la parábola del buen samaritano si bien es cierto que está
en juego cómo responder correctamente a Dios, también se nos muestra quién nos revela
a Dios. En esta parábola aparecen dos tipos de hombres: un sacerdote y un
levita (afinidad con la ortodoxia de Israel, respetables judíos, asociados
íntimamente a su religión) y un samaritano (despreciable e impuro por ser
mezclado con los paganos). Con esta
parábola, Jesús nos quiere mostrar que lo decisivo no es lo religioso-ortodoxo,
sino hacer la voluntad de Dios (salir en defensa de las víctimas-Otro).
Nos cuesta muchísimo
aceptar que no hay judío ni gentil, varón ni mujer, iglesia o no iglesia, pues
todo es gracia. En el fondo pensamos que lo nuestro no es de la vida de Dios, sino que lo merecemos por
nuestra piedad o nuestras obras.
Prójimo es todo necesitado que encontremos en nuestro
camino, todo aquel que pueda ser objeto de nuestra compasión y de nuestros
desvelos, por encima de nuestra raza y de nuestras convicciones religiosas.
Muchas personas se
sienten frustradas porque, aunque tienen un gran conocimiento de la Palabra de
Dios, tienen poca experiencia en practicarla.
Dios quiere que haya una relación entre lo que sabemos y el modo en que
vivimos.
En los días de Jesús, “un intérprete de la ley se levantó y
dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” (Lucas 10:25). El brillante joven erudito probablemente
estaba emocionado de participar en el debate con el Maestro, cuando Jesús
respondió: “¿Qué está escrito en la ley?” (10:26). El joven respondió: “Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu
mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (10:27).
Jesús le dijo en el versículo 28, “Haz esto, y vivirás”, ¡haciendo un
llamado a la acción!
Luego, Jesús contó la parábola del Buen Samaritano, lanzó un
desafío y puso su mundo al revés. Dejó bien claro que no era suficiente con el
solo hecho de memorizar o debatir la Palabra, sino que se debe actuar en base a
ella. ¡El llamado de Jesús va más allá
de sólo escuchar y memorizar sus palabras;
debemos ponerlas en práctica!
Este ejemplo de bondad de un samaritano Jesús lo usó a
propósito para que los judíos aprendieran a amar a su prójimo, empezando por
los samaritanos. Cuando Jesús les
preguntó a los fariseos quién de los tres había sido el prójimo del agredido,
los fariseos no pronunciaron el nombre del samaritano sino que dijo: el que
hizo misericordia con él, ya que los judíos no podían ni pronunciar el nombre
de samaritano.
Comienza Orígenes diciendo: «Aunque son muchos los preceptos
en la Ley, sin embargo, el Salvador dejó en el Evangelio, a modo de resumen,
aquellos que, si los obedeces, te conducirán a la vida eterna. Refiriéndose a
éstos, un doctor de la ley le había preguntado: Maestro ¿haciendo qué poseeré
la vida eterna?, le respondió Jesús: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees?
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda
tu fuerza y con toda tu mente, y a tu prójimo, como a ti mismo. Haz esto, y
vivirás ».
Orígenes se dejó
impactar por la parábola del Buen Samaritano. La Iglesia hoy debe volver a
aquellas fuentes que renuevan su identidad y su misión en el mundo como
«sacramento universal de salvación»
«Según el modelo expuesto en la parábola del buen
Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una
necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser
saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen,
los prisioneros visitados, etc.» (Benedicto
XVI, Dios es amor 31).
¿Quién es el prójimo? El próximo que esté cerca de ti, que
aunque no lo conozcas, tenga una necesidad la cual tú puedas remediar.
La ayuda mutua, el
compartir, el velar los unos por los otros, el hacer liviana la carga de mi
hermano, el sufrir el dolor de otros. Estar dispuesto a desprenderme de mí
mismo para ayudar a los demás, eso se llama SOLIDARIDAD.
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