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El Papa Francisco limita la misa en latín y de espaldas a los fieles.

 


Por instrucciones del Papa Benedicto XVI, y de espaldas a la feligresía se volvían a imponer las misas en latín. Benedicto XVI había permitido esta forma de celebrar misa en la carta apostólica  Summorum Pontificum de 2007,  y reconocía el derecho de todos los sacerdotes a decir Misa utilizando el Misal Romano de 1962. Esta decisión del Papa emérito, a autorizar celebrar misa con el rito antiguo, fue un gesto a sectores tradicionalistas de la Iglesia católica.

La decisión del Juan Pablo II de permitir que la misa pudiera Celebrarse de nuevo según el rito de Trento también causaba estupor en el propio Vaticano. Más aún el anterior prefecto, el cardenal Giuseppe-Casoria, se había negado a firmar la carta del Papa que autorizaba el permiso para poder volver a la misa tridentina. Los obispos que se demostraron contrarios -la inmensa mayoría-, afirmaron que la concesión llevaría al interior de las varias comunidades eclesiales "una actitud de desprecio" a cuanto fue "establecido por el Concilio Vaticano Il y el Santo Padre, lo cual significaría una herida grave contra la comunión y la unidad de la Iglesia".

El padre Turoldo afirmaba: "Es una gran tristeza. Vivimos un momento de gran aflicción. A la grande pascua de Juan XXIII sigue el tiempo actual de pasión y de muerte, en espera de otras resurrecciones".

Francisco ha establecido que la misa según el rito tridentino podrá celebrarse solo con un permiso del obispo de esa diócesis. Los sacerdotes diocesanos que deseen celebrar según el rito antiguo necesitarán el permiso de su obispo, que tomará una decisión según lo que considere más oportuno para las personas de su diócesis.

El Nuevo Testamento reconoce el carácter sacerdotal sólo a Cristo y a la comunidad cristiana como tal «. En la época nicena se da el título de «sacerdos» al obispo, siguiendo la tradición judía, y «sacerdos secundi ordinis» a los dirigentes de las comunidades, que les sustituían en su ausencia y presidían la eucaristía también. Sin embargo, sacerdocio y eucaristía no estaban vinculados directamente. La vinculación era entre comunidad y dirigente y, a través de ésta, la del dirigente con la presidencia de la eucaristía. Recordar este hecho, tan elemental como innegable, debería liberarnos no ya de la angustia ante los cambios, sino animarnos a buscar nuevas formas litúrgicas que, atentas a la sensibilidad de cada época. La iglesia siempre lo comprendió así. No fue casual que la eucaristía apareciera desde el primer momento en el centro de la primera comunidad, hasta el punto de que es muy probable que, unida al bautismo, fuese el principal motivo de que los cristianos fueran expulsados de la sinagoga y se constituyesen en nueva comunidad distinta del judaísmo.

 Sólo, a medida que la Iglesia se extiende y se consolida de forma generalizada en el imperio romano, emerge y se establece el poder de los sacerdotes y de la jerarquía en general y se inicia una reglamentación. En esta nueva estructura los bienes de la salvación no son la comunión vital de los cristianos en Cristo poseída por la comunidad, sino que son administrados por la jerarquía y concedidos sacramentalmente. Los sacerdotes, especialmente los más capacitados y los más altos en los niveles jerárquicos, detentan además el saber magisterial y el gobierno de la comunidad. Todo esto les cualifica especialmente para la educación y control de las masas.

El Papa Francisco dijo que le entristeció que la celebración de la forma extraordinaria del rito romano se haya caracterizado por un rechazo al Concilio Vaticano II y sus reformas litúrgicas. Dudar del Concilio, dijo, es "dudar del mismo Espíritu Santo que guía a la Iglesia". El Papa también indicó que creía que a veces las parroquias y comunidades dedicadas a la liturgia más antigua eran idea de los sacerdotes involucrados y no el resultado de un grupo de fieles católicos que deseaban celebrar esa Misa. Francisco pidió a los obispos “que dejen de construir nuevas parroquias personales vinculadas más a los deseos y deseos de los sacerdotes individuales que a la necesidad real del “pueblo santo de Dios”

En el primer año de su Pontificado, el papa Francisco publicó su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), un documento de teología pastoral o práctica. En ella expresaba la necesidad de anunciar el evangelio en el mundo actual de manera novedosa y creativa, exhortando a los creyentes a iniciar una nueva etapa de evangelización. Evangelii Gaudium (EG) no es un documento más, sino que tiene “un sentido programático con consecuencias importantes” (EG, 25). ¿Qué significa esto? Es un programa de trabajo para todos los católicos y para nuestras comunidades; es una nueva opción misionera, “capaz de transformarlo todo” (EG, 27); para ello, hay que “poner los medios necesarios” (EG, 25) y no dejar las cosas como están” (EG, 25).

¡Que nadie se quede sin oír el anuncio de un Dios que nos ama, que nos salva, que vive! ¡No nos quedemos encerrados, salgamos! No nos pide que organicemos alguna misión popular sino que entremos en un “estado permanente de misión” (EG, 25). Sin “prohibiciones ni miedos” (EG 33), sin temor a equivocarnos o a ser cuestionados. Hay que ser “audaces y creativos”, y actuar con generosidad y valentía” (EG, 33).

El papa Francisco pide que pongamos todo al servicio de una misión: llegar a la vida de cada ser humano con el anuncio central del Evangelio. Para logarlo, tenemos que “repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EG, 33). "Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ¡Dadles vosotros de comer! (Mc 6,37)”

Teilhard de Chardin nos enseña a convertir la eucaristía en antorcha irradiante de una fe que ilumina nuestra vida y extiende sobre el mundo la fuerza transformadora del Amor: “Y ya que, una vez más, Señor, ahora ya no en los bosques de Aisne, sino en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo Real, y te ofreceré, yo, tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el trabajo y el dolor del Mundo. (…) Colocaré sobre mi patena, oh mi Dios, la esperada cosecha de este nuevo esfuerzo. Derramaré en mi cáliz el zumo de todos los frutos que serán molidos hoy”

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