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De burras a carrozas: la Iglesia que se aleja del pueblo mientras defiende lo indefendible


 Hoy en mi blog he recibido el siguiente comentario: “Sin entrar en el fondo de la cuestión, el artículo en sí tiene bastante poco sentido. Se basa, casi en su totalidad (incluido el título), en atacar al Nuncio por su entrada en una carroza.

Esto no fue elección suya, más bien fue debido a la ceremonia de presentación de cartas credenciales, que figura entre las más antiguas aún vigentes en el mundo y es uno de los actos más solemnes que se celebran en España.
Sus orígenes se remontan al ceremonial borgoñón, que el Rey Carlos I decidió adoptar y que el Rey Felipe II estableció en 1562 en la corte española con la aprobación de las Etiquetas de Palacio. Es un acto de la Casa Real, y el Nuncio, como embajador, hizo lo propio que todos los demás.
Evidentemente el autor conocerá estos datos, pero juega a que los lectores no, intentando atacar a la iglesia a través de nuestras tradiciones.
Saludos.”

De burras a carrozas: la Iglesia que se aleja del pueblo mientras defiende lo indefendible

El comentario que he recibido en defensa de un acto solemne como la presentación de cartas credenciales del Nuncio, basado en tradiciones cortesanas del siglo XVI, refleja de manera casi dolorosa la desconexión que una parte de la Iglesia sigue manteniendo con la realidad y con el Evangelio que dice representar. Al presentar la carroza como una exigencia de protocolo, se intenta justificar lo que no debería necesitar explicación alguna en una institución que se proclama heredera de Jesús de Nazaret, el mismo que entró humildemente a Jerusalén montado en un borrico y que predicó la sencillez como virtud.

Es cierto que las tradiciones diplomáticas pueden ser ricas en historia y simbolismo, pero ¿a qué precio se perpetúan estas ostentaciones? La defensa de estas prácticas como una obligación casi ineludible, cargada de pompa y boato, esconde una realidad más cruda: la Iglesia, en muchos de sus gestos públicos, parece más preocupada por mantener su estatus y su influencia social que por ser fiel al ejemplo de Cristo. Jesús no desfiló en carrozas. Su mensaje era de cercanía, de humildad, de servicio al prójimo. La imagen del Nuncio en una carroza dorada genera un contraste hiriente con el dolor y las injusticias que una parte de la institución sigue causando, como en los casos de desahucios impulsados bajo la autoridad del obispo Zornoza. Este tipo de contradicciones no son ataques "desde fuera", como insinúa el comentario recibido, sino signos claros de la profunda crisis de coherencia moral que atraviesa la Iglesia.

La justificación del boato: un problema de prioridades

La referencia al ceremonial borgoñón y a las etiquetas palaciegas de Felipe II parece una forma de desviar la atención del verdadero problema: el abismo entre lo que la Iglesia practica y lo que predica. No se trata de atacar una tradición por desconocimiento, como el autor del comentario insinúa, sino de evidenciar cómo estas prácticas se alejan del mensaje de sencillez y justicia social que constituye el núcleo del Evangelio. ¿Qué sentido tiene que un representante de la Iglesia desfile en una carroza dorada cuando en los medios públicos se denuncian constantemente los abusos de poder y la falta de humanidad de ciertas figuras eclesiásticas, como el obispo Zornoza?

No se puede ignorar que, bajo el mandato de Zornoza, según múltiples denuncias, se han producido desahucios de familias en situación de vulnerabilidad, incluso de personas mayores y con enfermedades graves. Mientras estas historias de sufrimiento real se suceden, el acto de presentarse en una carroza dorada, aunque se justifique como un protocolo ajeno al Nuncio, transmite un mensaje de insensibilidad y desconexión. La Iglesia tiene el deber moral de optar por gestos que conecten con los más vulnerables, no con las élites ni con tradiciones que solo perpetúan su imagen de poder terrenal.

Un ataque al Evangelio desde dentro

La contradicción entre la pompa de los actos diplomáticos de la Iglesia y el mensaje de Cristo no es un invento de quienes critican a la institución. Es una realidad que salta a la vista. Cuando Jesús dijo a sus discípulos "no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro, y vosotros sois todos hermanos" (Mt 23,8), estaba señalando una ruta clara hacia la igualdad y la humildad. Esa ruta parece haberse perdido en el laberinto de intereses y privilegios acumulados durante siglos.

Defender la carroza del Nuncio con argumentos históricos puede tener cierta lógica para quien prioriza la tradición sobre el Evangelio, pero resulta un ejercicio vacío para quienes esperan que la Iglesia sea un ejemplo de justicia y compromiso con los más desfavorecidos. No es un ataque desconocer el ceremonial borgoñón; el verdadero ataque es traicionar el mensaje de Jesús con gestos que ensalzan el poder y el lujo mientras se desatienden las necesidades de quienes sufren. La figura de un representante de la Iglesia montado en una carroza dorada, en pleno siglo XXI, no puede desvincularse de la realidad de una institución que, en demasiadas ocasiones, ha preferido proteger sus bienes materiales antes que a las personas que necesitan apoyo.

Zornoza y el daño irreparable

El daño causado por el obispo Zornoza es una herida abierta para la Iglesia, y no solo por los desahucios, sino también por el modelo de liderazgo que representa: autoritario, insensible y alejado del espíritu pastoral. Los múltiples testimonios de familias afectadas por desahucios promovidos bajo su autoridad son una vergüenza que no puede maquillarse con referencias a tradiciones de siglos pasados. Las críticas no provienen solo de "ataques externos", como insiste el comentario que defiendes, sino también de voces dentro de la propia Iglesia, de creyentes que se sienten traicionados por una jerarquía que parece más preocupada por mantener su imagen que por ser fiel al Evangelio.

La figura de Jesús entrando en Jerusalén sobre un borrico contrasta profundamente con las imágenes de pompa y boato que ciertos sectores de la Iglesia defienden como si fueran necesarias. Esa elección humilde de Cristo no fue casual: fue una declaración de intenciones, una renuncia explícita a los símbolos de poder terrenal. Definir a Jesús como "rey" no significaba otorgarle títulos ni ostentaciones, sino reconocer su autoridad moral, basada en el amor, la justicia y la compasión. El daño causado por Zornoza no es solo material, sino también espiritual: es el daño de una Iglesia que, en demasiados casos, da la espalda a su propia esencia.

Conclusión

En lugar de justificar tradiciones que perpetúan el lujo y la ostentación, la Iglesia debería replantearse sus prioridades. Cada gesto importa, y cada acción comunica un mensaje. ¿Qué mensaje se envía cuando un representante de la Iglesia desfiló en una carroza dorada mientras, bajo la misma institución, se desahucia a personas en situación de vulnerabilidad? El comentario que defiende estos actos como parte de un protocolo no solo minimiza esta contradicción, sino que también desvela un problema mucho más profundo: una desconexión preocupante con el ejemplo de Cristo. La Iglesia no necesita más carrozas. Necesita recuperar el borrico.

 

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