El clericalismo es el cáncer de la Iglesia
La palabra “clero” no aparece ni una sola vez en todo el
Nuevo Testamento. El término 'clero' viene del griego “kleros”, que significa 'suerte'. Y se empezó a utilizar en la
Iglesia durante el siglo tercero
Fue el emperador Constantino el que recompensó al clero
cristiano con privilegios adecuados. Pues eran los clérigos (y no el cristiano
medio), los expertos en rituales; los que sabían cómo llevar a cabo el “culto
del santo y celestial poder” (Carta de
Constantino al obispo de Siracusa (Eusebio,
Historia eclesiástica, 10. 3, 21, pg. 632. Cf. Peter Brown, Por el ojo de una
aguja, Barcelona, Acantilado, 2016, pg. 99)
Conozco a muchas personas “religiosas” que buscan el sentido
de su vida en la trascendencia pero no lo encuentran en la institución eclesial
porque ésta se ha convertido en una instancia incoherente, llena de escándalos y de irregularidades económicas.
El Papa llega a
afirmar que el clericalismo es autoritarismo. Nadie puede acaparar o ignorar la
acción del Espíritu en los demás. Esa es la gran tentación de una jerarquía
centrada en sí misma: creer que el Espíritu tiene que pasar necesariamente por
ella para actuar, dinamizar y dirigir a su Iglesia. Es la gran tentación
también del laicado que no se compromete en las realidades que el Evangelio
señala, cuando otras muchas personas actúan cristianamente desde su
agnosticismo o ateísmo manifestando al Espíritu sin saberlo.
Según Drewermann, la
formación de los clérigos es "inhumana": los sentimientos y las
emociones son reprimidos, se procede sistemáticamente a una despersonalización
y a un reniego de la biografía de los individuos; total, que se impide la maduración adulta de las
personas. Curas y religiosos se
hacen así incapaces de responsabilidad y de decisión autónoma, recurriendo a la
protección y al amparo de la autoridad eclesiástica y de la función ministerial
que ejercen.
Drewermann, al
trabajar desde la psicoanálisis con clérigos y religiosos llega a conclusiones
que son una crítica feroz de la estructura eclesiástica. Encuentra que el
niño reacciona a su deseo de ser de más con el deseo compensador de darse y sacrificarse, a imagen de su madre
sacrificada al marido. Esto es para Drewermann la vocación.
Pero resulta que esa madre es autoritaria,
tiránica y posesiva; reprime no sólo la sexualidad sino la personalidad entera,
produciendo unos hombres y mujeres reducidos a la condición de funcionarios eclesiales y dominados por
la angustia. Como respuesta a esta angustia muchos clérigos tienen que refugiarse en la sexualidad con el otro
sexo o con el mismo sexo como vía de salida.
El Prof. E.
Drewermann explica el celibato sacerdotal como una cruzada contra el padre
de la propia infancia y contra los impulsos masculinos del propio corazón. El celibato representa la culminación de
la tendencia de la Iglesia de mantener a los fieles en un estado de minoría de
edad. La institución de la confesión se convierte también en un excelente
instrumento de dominio, que nunca será demasiado pronto para implantarlo en el
alma de los niños.
Huelga todo comentario sobre la exterioridad, rayana en el ridículo, que caracteriza
la administración con la absolución de
los pecados del “sacramento de la
penitencia” en la Iglesia católica.
El problema es que en lugar de que los fieles se perdonen a sí mismos con plena
confianza en Dios, se les despierta el sentimiento de que el hombre no es nada
sin la bendición de la Iglesia.
El romanismo sostiene las mismas orgullosas pretensiones con
que supo dominar sobre reyes y príncipes y arrogarse las prerrogativas de Dios.
Su espíritu no es hoy menos cruel ni despótico que cuando destruía la libertad
humana y mataba a los santos del Altísimo.” Afirma Elena de White.
Jesús no vistió
ninguna vestidura especial. Entra dentro de lo posible el que los
sacerdotes judíos sí que tuvieran vestiduras clericales, pues constituían una
casta. Pero, de acuerdo a lo que nos dicen las dos genealogías de los Evangelios,
Jesús pertenecía al linaje de los reyes de Judá, no al de los descendientes de
Leví. El Mesías no era un sacerdote del Antiguo Testamento. Además, Él comienza
un nuevo sacerdocio.
Los Apóstoles, por
tanto, tampoco llevaron ninguna prenda distintiva, ni tampoco sus sucesores.
Obrar de otra manera, en medio de una persecución, hubiera sido una temeridad.
Cuando Martín Lutero lanzó su reto
de reforma de la Iglesia Católica Romana, no lo hizo animado por un espíritu de
innovación o rebeldía, sino movido por convicciones enraizadas en la Palabra de Dios.
Aunque el clero seguía vistiendo sin ropas especiales, poco
a poco, en algunos lugares sí que se fue desarrollando un modo distintivo de vestir. En el año 428,
por una carta del Papa Celestino, sabemos dos cosas: que en Roma no existía una vestidura clerical, pero que en la Galia
algunos obispos ya la usaban. La carta
del Papa, curiosamente, exhorta a que los clérigos se distingan de los laicos
no por las ropas, sino por sus virtudes. Pero ni siquiera esta opinión
papal pudo detener el curso de la historia que ineludiblemente llevaba a
mostrar externamente esa distinción.
El cónsul, magistrado
con la categoría más alta en el mundo romano, actuaba como un símbolo de
autoridad para el pueblo, de forma muy similar a la que ejercían los prelados
cristianos para con los fieles a ellos encomendados.
Desde muy antiguo, el
atuendo se convierte en símbolo de autoridad, profesión, casta o clase; y así,
refrendaba a la persona como rey, campesino, artesano, soldado o eclesiástico.
A lo largo de la historia los jerarcas han ambicionado buscar diferenciarse del
pueblo a través del atuendo. Ya en tiempos de los emperadores, los
funcionarios de la Iglesia acomodaron sus vestimentas al estilo de los nobles: el Papa se coronó de oro; aparecieron trajes con riquísimos bordados y botonaduras
fastuosas, anillos y pectorales de piedras y metales preciosos... hasta llegar
al ridículo de algún cardenal arrastrando magna capa...
El Concilio Vaticano
II se pronunció claramente contra la suntuosidad en las vestiduras y
ornamentación sagradas y exhortó a que la indumentaria de los eclesiásticos se
adecuase a los signos de los tiempos. (S.C. 124; P.C. 17). La mayoría de padres
conciliares fueron conscientes de la necesidad y urgencia de desclericalizar la
Iglesia, esclerotizada.
Los servidores de las comunidades no son como los
"jefes de las naciones que las dominan y se aprovechan de su autoridad...,
sino servidores que dan su vida para rescatar de las más diversas
esclavitudes" (Mc 10, 42ss). El
clericalismo está muy vinculado a la vestimenta clerical en la mentalidad de la
gente. El hábito clerical está marcado con el dominio y prepotencia del clero.
En la doctrina de la justificación por la fe halló la base
para una solidaridad inalterable de los cristianos entre sí que hacía imposible
la división tradicional entre “eclesiásticos” (los clérigos) y “seculares” (los
laicos). Parafraseando Gálatas 3:28 escribe: “No hay sacerdote ni laico, cura ni vicario, rico ni pobre.
Conozco personas que buscaban una vida espiritual dentro del
cristianismo y que han huido hacia otras opciones religiosas. Personas que no
han encontrado el alimento espiritual que esperaban en el cristianismo. Que se
han ido sin saber siquiera qué es. Que creen que el cristianismo consiste en
cumplir con una serie de ritos y mandamientos, con el objetivo de ganarse la
entrada a un cielo de ultratumba. Que observan cómo hay quienes utilizan la
celebración del perdón como lavadora
mágica de culpas y delitos para seguir con su actitud culposa y a veces
delictiva, con la torticera idea de que pueden burlar la justicia divina. Que
les da la impresión de que a Dios le importa más nuestra vida íntima que la
necesaria solidaridad entre sus hijos más afortunados y los más desfavorecidos.
Que ven cómo las celebraciones, ¡las fiestas!, se convierten en obligaciones,
bajo amenaza de castigo eterno. Que ven cómo algunos buscan la misa más corta y
menos aburrida para poder cumplir con el mandamiento, al menor coste de tiempo
y con el menor fastidio. Que encuentran mejor acogida y más fraternidad en
colectivos aconfesionales de corte humanista que en nuestras viejas
instituciones cristianas.
Por desgracia para nuestros hermanos judíos, los cristianos
hemos creado injustamente una sinonimia
entre fariseísmo e hipocresía, cuando en realidad las actitudes hipócritas
que les atribuían algunos pasajes evangélicos, con intención profética, se
repiten ahora en muchos ámbitos del cristianismo.
Se supone que
cristiano es el que sigue los pasos de Cristo. ¿Dónde están los cristianos que
se dedican a levantar al que se ha derrumbado, los que ayudan a recuperarse al
que ha caído enfermo, los que acogen al rechazado, los que invitan al banquete
de Dios, a su fiesta? Sabemos que estos cristianos existen. ¿Por qué no se les
da visibilidad? ¿Por qué no se utilizan las infraestructuras existentes para
crear un clima de fraternidad? ¿Por qué nos empeñamos en conservar esta
espiritualidad medieval, individualista, egoísta y egocéntrica, cuya prioridad es MI propia salvación, en
primera persona? ¿Por qué este interés en mantener la fractura entre entidades
sacras y seculares?
En la actualidad, ya no es posible seguir manteniendo una
comunidad de fe basada en el miedo, ni
siquiera amenazando con un castigo eterno en un hipotético infierno. Se
debe rescatar la Buena Noticia, que
es de alegría, de banquete, de fiesta compartida, en esta vida antes que en la
próxima, donde los caídos se levantan, los atemorizados hablan, los cegados ven
la luz de Dios, los zancadilleados tienen una segunda oportunidad, los diáconos
rescatan su vocación de servicio y los obispos reviven sus orígenes como
protectores y guías activos en el crecimiento espiritual de la comunidad.
Con pena, veo cómo se
sigue intentando acallar las voces críticas que proponen alternativas, como si
desde la jerarquía tuviesen en mente mejores propuestas que por alguna extraña
razón no dan a conocer. Muchos esperamos que reaccionen antes de que sea tarde,
no vaya a ser que se acaben quedando solos, pastores en paro, buscando alguna
oveja a la que pastorear.
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