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La amistad con Dios


Según el diccionario amistad es: Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.

La amistad es un valor entre los humanos y uno de los dones más altos de Dios. El mismo Dios se presenta como amigo de los hombres: un pacto de amistad sella con Abraham, con Moisés, con los profetas. Al enviar a Cristo se mostró como amigo de los hombres.

 La amistad con Dios debe ser uno de los mayores anhelos  que debemos tener los creyentes para mantener una vida llena de la presencia de él y de su ayuda incondicional. Nosotros fuimos creados por Dios para que demos nuestro corazón, ánimo, entusiasmo y alegría a los que nos rodean y también para recibir aquello que damos de corazón.

Las religiones y los filósofos han dado a la amistad una importancia suprema.

Cicerón tenía razón al decir que el mundo en que vivimos se halla menesteroso de amistad. Y ahora, sobre todo, necesitado de saber cómo conservarla. En nuestras sociedades, las posibilidades de relación se han multiplicado, pero también la fragilidad y la dificultad para hacer que las relaciones sean duraderas, resistentes a los vaivenes y contradicciones de la vida.

El filósofo griego Sócrates aseguraba que prefería un amigo a todos los tesoros del rey Darío. Para el poeta latino Horacio, un amigo era la mitad de su alma. San Agustín no vacilaba en afirmar que lo único que nos puede consolar en esta sociedad humana tan llena de trabajos y errores es la fe no fingida y el amor que se profesan unos a otros los verdaderos amigos. El ensayista español Ortega y Gasset escribía que una amistad delicadamente cincelada, cuidada como se cuida una obra de arte, es la cima del universo.

Platón decía que «amar es caminar unidos, engendrar en la belleza». En esa línea se podría decir que vivir en la amistad implica cultivar de tal manera la confianza y convivencia que el camino de los hombres y mujeres se mantenga en esperanza y gracia.

La palabra intimidad significa relación de amistad muy estrecha y de gran confianza.

La realidad es que Dios está más cerca de lo que pensamos y anhela tener comunión con nosotros más de lo que creemos o imaginamos.

Muchos de nosotros tenemos amistades de muchos años. La confianza y seguridad en esas amistades no se formó de un día para otro. Fue algo que se fue cultivando a través de espacios específicos, como tomar un café juntos, o compartir alguna comida.

Lo mismo es con Dios. Si queremos esa intimidad con Él, tenemos que hacer nuestra parte.

El Salmo 16:11 nos habla de como Su presencia nos llena de alegría y nos da a conocer los pasos que debemos tomar en nuestras vidas. Cuando tomamos tiempo para estar con Dios por más corto o largo que sea ese momento, siempre saldremos alegres, con una nueva perspectiva y dirección. Estar en su presencia nos eleva más allá de los momentos difíciles y nos ayuda a enfocarnos en la solución y no en el problema. Nos saca de la oscuridad y nos lleva a la luz de su verdad.

Meditando sobre Santiago 2:23 donde dice que Abraham fue llamado “amigo de Dios”. Abraham es la única persona en el Antiguo Testamento a quien Dios lo llama “mi amigo”. Eso me pareció tan maravilloso.

La historia de Abraham nos muestra una gran historia de amistad: él buscó a Dios, mantuvo constante comunicación y todo el tiempo se relacionó con Él. Asimismo, lo escuchó, confió y tuvo mucha fe en Él, por lo que el Señor lo consideró Su amigo. Esta es una conducta que debemos imitar para que lleguemos a tener ese tipo de amistad con Dios.

Que increíble elogio, ser llamado el amigo de Dios. En muchas ocasiones me llena de gozo escuchar el himno muy conocido, “Que amigo tengo en Jesús.” Estos pasajes bíblicos hacen llegar esa verdad con poder. Tener al Creador del universo y llamarle amigo parece algo que va más allá de la comprensión humana. Sin embargo, esto sucedió con Abrahán. Es una señal de la gran intimidad de este hombre con Dios.

Posiblemente estés pensado: “Yo quisiera deleitarme en la Palabra del Señor y en oración como muchos lo hacen, pero no lo logro”. Dice la Palabra que si te acercas a Dios y te comportas como Su amigo, la amistad con Él traerá muchas bendiciones y beneficios para tu vida.

La fe verdadera nace en la habitación secreta de oración intima. Así que, ve a Jesús y aprende de él. Sí pasas tiempo de calidad en su presencia, seguro que la fe vendrá. Él hará nacer la fe en tu alma como nunca la conociste. Créemelo, cuando escuches su voz en tu interior, la fe explotara dentro de ti.

Toda la vida de Jesús es una invitación a la amistad con su Padre. Y uno de los momentos más intensos en los que nos transmite esta buena noticia es durante la Última Cena. Allí, en el Cenáculo, con cada uno de sus gestos, Jesús abre su corazón para llevar a sus discípulos –y a nosotros con ellos– a la verdadera amistad con Dios.

Una amistad con Dios puede sonar como algo muy loco. Hablar con Dios, aún más loco. Sin embargo, todo esto ya está a nuestro alcance. ¡Está más cerca de lo que pensamos!

Jesucristo no es alguien que vivió hace dos mil años, es alguien que te ama aquí y ahora; en este instante.

La amistad se define en términos de comunicación: el amigo revela lo que sabe y siente, lo que puede y ama (revelándose a sí mismo, en debilidad y grandeza), a sus amigos. Por eso, cuando dice ya no os llamo siervos..., Jesús se presenta a sí mismo como amigo y redentor (fuente de amistad) para todos los humanos.  En esa línea, los que antes eran siervos se hacen libres, porque conocen y comparten la vida.

El Padre ha dado a Jesús todo lo que tiene, Jesús lo ha recibido, pero no para encerrarlo en sí, en forma egoísta, sino para ofrecerlo y compartirlo con sus amigos.

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos... Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.

Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros." JUAN 15, 9-17

El mensaje más hondo del evangelio de Juan ha venido a expresarse en el amor fraterno, vivido en forma de amistad. No es simplemente amor al enemigo, no es tampoco amor esponsal. Es amor de hermanos que se vuelven amigos.

Creo totalmente que Dios te está diciendo: “Yo quiero ser tu mejor amigo". Dios desea tanto ser tu amigo que entregó a Su propio Hijo Jesucristo, Su mayor tesoro, para morir por tus pecados. Dios está dispuesto a ser tu mejor amigo, ¿tú también lo estás?

Te insto, dispón tu corazón hoy a buscar a Dios con toda diligencia y determinación. Luego ve a la Palabra con un amor y deseo siempre creciente.

El camino de los “hombres de otra clase” está abierto a todos; ¿Caminarás por él?


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