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Xabier Pikaza: Una llamada especial al obispo de Cádiz y Ceuta.” me hubiera gustado ver a mi obispo del lugar caminando descalzo y mojado por la playa, para recoger a los niños…”

 

Afrima Xabier Pikaza: “me hubiera gustado ver a mi obispo del lugar  caminando descalzo y mojado por la playa, para recoger a los niños y acogerlos en su inmensa catedral, ofreciéndoles todos los medios y recursos de su diócesis para que puedan sentirse incluidos..” “Ya sé, el obispo no puede resolver por sí mismo las cosas; para eso están los estados "legales", las “fuerzas del orden”, los voluntarios, pero él podía y debía haber comenzado, pues se dice representante de Jesús, que decía: Los niños son los primeros en la Iglesia, de los niños es el reino de los Cielos, quien acoge a uno de esos niños a mí me acoge, quien destruye a uno de esos niños… sería mejor que se atara una piedra de molino al cuello y se echara a lo más hondo en las escolleras del mar de Ceuta (todo eso está en Mc 9-10, no hace falta citarlos” añade.

Tengo la impresión  de que muchos obispos, pasado el amor y el ardor primero de su consagración como tales, comienzan a adaptarse a un ritmo de hacer su labor pastoral, que les lleva a olvidar que ellos son también Pueblo de Dios. Poco a poco van escalando los peñascos de la base hasta situarse en la cima, siempre en el otero, muy por encima de ese pueblo al que deben pastorear. Se acomodan y se sientan con actitud vigilante, tal como harían los pastores de las ovejas que balan, en lo alto del peñasco tocando la flauta, muchas veces con un sonoro deje de prepotencia.

Siempre se dijo que la Iglesia convoca a través de la palabra y de los sacramentos. Pero ciñéndonos a la realidad, son muy raras y escasas las celebraciones litúrgicas  en las que siendo  los protagonistas los ricos, se consiga convocar espontáneamente a los pobres, y sin embargo, lo contrario sí ocurre.                                  

La capacidad de convocatoria tiene su raíz en que desde los pobres la liturgia y la palabra  evocan el origen de la fe, así como su misión no sólo correcta, sino concreta.

La Iglesia de los pobres reconoce y admite que el obispo sea la cabeza unificadora de la Diócesis y ejerza el ministerio de la unidad, pero ese ministerio es en verdad unificante únicamente cuando el obispo escucha la voz de su pueblo y éste reconoce en él su propia voz y puede verlo como al buen pastor que está dispuesto a dar a su vida por las ovejas, a través de una escucha activa y atenta, con actitud de respeto y empatía, de preocupación real, de diálogo sincero, de búsqueda común, de trabajo conjunto, en lugar de limitarse a dirigir, organizar sin más, imponiendo frecuentemente sus criterios, buscando una mayor productividad como hacen los pastores que pastorean el ganado para después esquilar y  ordeñar.

El papel unificador del obispo es el de Defender y escuchar a su pueblo. Cuando se da está condición, el obispo es capaz de unificar la diócesis, porque así se convierte en expresión de una realidad que se construye entre todos, y los proyectos y propuestas concretas que se tomen o se planteen, ya sean a nivel pastoral, administrativo, litúrgico… no serán ya impuestos por él o por una autoridad puramente formal, sino que serán expresión de una autoridad fundamentada en la fidelidad al Evangelio de todo el Pueblo de Dios o cuando menos de esa porción de pueblo que se le ha confiado para hacerlo crecer en el Amor a Dios y a los hermanos.

El Señor, dijo: “Yo soy el buen pastor” Es decir, que es el único buen pastor. Si es el único buen pastor, quiere decir, que todos aquellos, que se autocalifique como “El Pastor”, deberían poner por delante, la palabra “regular o malo”. ¡Lo bíblico sería, que no ostentaran este título! (Juan 10:11-14) “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.” Cuando leo estos versículos, no puedo menos que preguntarme: ¿Cómo es posible que los miembros de las iglesias no se den cuenta del significado de estos versículos? ¿Cómo no se dan cuenta que llamar a alguien en la tierra con el  título de “El Pastor”, es contrario a la palabra de Dios? Padre no seáis llamados vosotros sobre la tierra, pues uno es vuestro Padre Celestial.” Y “Ni llaméis a nadie «Padre» vuestro en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que tierra, porque uno solo es vuestro Padre: él está en los cielos. Del cielo. Ni seáis llamados maestros, porque uno es. Ni tampoco os dejéis llamar «instructores», Porque uno solo es vuestro Instructor: el Cristo. ( Biblia Jerusalén .) CATEQUISTAS, una palabra cuya raíz griega significa instructor y cuyo uso en la iglesia significa instructor de religión. Catequista (del griego κατηχισμός, de κατηχεῖν,’instruir’)

  La gran mayoría de los Pastores que he conocido, eran asalariados (viviendo del evangelio), y que tal y como dice la Palabra, ninguno de ellos, es “El Pastor”, en tanto y en cuanto que las ovejas no le son propias, y no las conocen. ¡Sólamente, conoce el Señor a los que son suyos (2ª Timoteo 2:19)!  Hoy en día y dentro de muchas iglesias protestantes y evangélicas, también han desechado el gobierno de Dios, sustituyéndolo por una jerarquía de ministerios. ¡La palabra “siervo” les produce urticaria!

Una de las tareas importantes de la pedagogía de Jesús consiste en curar a los discípulos de la mezquindad, de la estrechez de miras, de las visiones restringidas. Él tiene que enseñarles a mirar lejos, tiene que invitarlos a no cerrarse en los horizontes angostos de las relaciones intercomunitarias. Tiene que ayudarles a ver también una realidad prometedora que está fuera de su recinto.

Por lo general, los discípulos, puntillosos y mezquinos, pero también profundamente inseguros, soportan mal que el Espíritu sople donde quiere. Se sienten desmentidos y traicionados. Y piensan que el Espíritu de Dios debería estar sólo en sus manos, para que quede claro que ellos, ellos solos, son sus portadores.

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